El antiislamismo recrudece en Occidente: todo musulmán es un terrorista fanático y punto. De modo que si ves un turbante o un burka doblando la esquina, cambia de acera y avisa a la prensa, te pagarán bien. ¿Guerra de religiones? A pesar de que esa autoridad autoproclamada en humor negro, Charlie Hebdo, le echa la culpa de la violencia a las mezquitas, más parece que la causa son los pozos de petróleo que están debajo.
De cualquier modo la cristiandad no está libre de fanatismos y tiene una larga tradición en provocar miedos públicos y privados. Sin ir muy lejos -con el debido respeto por las víctimas- antes de París 13.11 se conocía por terror a los tiempos en que miles de franceses perdieron la cabeza en la guillotina ¡precisamente por los derechos del hombre! Otra institución terrorífica fue la Inquisición, que se dio a la irónica tarea de quemar cuerpos para salvar almas, en piras públicas llamadas autos de fe, durante nada menos que seiscientos años. El terror esparcido por Europa en el mundo pagano/americano es de sobra conocido, como también el siniestro sistema esclavista que desató el secuestro masivo de hombres y mujeres en África. Sin ir tan largo, ¿qué crueldad del ISIS puede superar a los campos de concentración nazi donde murieron, víctimas del sadismo, 6 millones de personas? Pero hay más, el terrorismo europeo se prolonga en el tiempo porque sus excolonias heredan el hambre y la violencia de generación en generación. Hoy, el terrorismo occidental nos guiña un ojo desde las cámaras de tortura donde la policía hace sus interrogatorios. Además es de este lado del globo donde se han inventado las formas más novedosas de aterrorizar al mundo entero, como crear desempleo, eliminar pensiones y endeudar a la gente.
¿Qué podemos hacer? Digamos Allah Akbar y Amén al mismo tiempo, a ver si así encontramos la fórmula que nos permita sobrevivir en paz. Pero primero debemos comprender que el petróleo no es agua bendita, que es un aceite contaminante y huele tan mal como los pedos del diablo.
0 comments