La influencia de la agricultura y de las políticas de seguridad alimentaria en el cambio climático están vinculadas a diferentes variables, pero lo cierto es que es indispensable desarrollar investigaciones y nuevas tecnologías que permitan mitigar el impacto que estas tienen en la emisión de gases que provocan el efecto invernadero.
La relación entre el cambio climático, la agricultura y la seguridad alimentaria no es lineal, sino que hay interacciones que las afectan de una u otra forma; por ejemplo, la producción se ve afectada por el cambio climático, pero la forma en que se desarrolle la agricultura también puede influir en el aumento del cambio climático.
Si se logra impulsar prácticas que mejoren la productividad, con un adecuado manejo de los suelos y de las aguas, la reducción del uso de plaguicidas, el mejoramiento genético y de los sistemas de cultivos, será posible disminuir la afectación del medio ambiente.
Estas fueron algunas de las propuestas generadas en el marco de una serie de foros sobre cambio climático y estrategias de desarrollo, organizado por la Universidad de Costa Rica (UCR), específicamente en materia de agricultura y seguridad alimentaria.
De acuerdo con Luis Felipe Arauz, decano de la Facultad de Ciencias Agroalimentarias de la UCR, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha recomendado impulsar mecanismos que fortalezcan los sistemas de producción agroalimentaria en los países, reduciendo el impacto en el ambiente.
“Es necesario mejorar la transferencia de tecnología y desarrollar mayor investigación, pero no es tan fácil, porque muchas de las prácticas que mejoran la productividad pueden tener efecto en la producción de gases invernadero”, comentó Arauz.
Por ejemplo, la práctica del cultivo de arroz inundado produce más grano, pero contamina mucho más por el metano, que tiene un potencial de calentamiento global 21 veces más alto que el dióxido de carbono (CO2).
Por otra parte, el uso de fertilizantes nitrogenados tiene un potencial 300 veces más que el dióxido de carbono, es decir 310 toneladas de CO2, equivale a una de este producto.
Ante este panorama es necesario impulsar dicha investigación, a sistemas que permitan manejar los suelos y los gases que se generan y buscar alternativas para que el sector agrícola capture el CO2, a través de sistemas bioforestales y la captura del suelo a largo plazo.
Es por ello que se requiere no solo de iniciativas de la academia y centros de investigación, sino también de políticas públicas, que incentiven la producción local, en busca de menores emisiones y afectaciones al planeta y la salud pública.
De acuerdo con Tania López, viceministra de Agricultura, Costa Rica y Centroamérica experimentarán fuertes aumentos de las temperaturas entre el 2020 y el 2080, que oscilarán entre 1.1 grados centígrados y los 5 grados centígrados, aunado a una reducción del 50 % de las precipitaciones lluviosas en el Pacífico.
Además, como la región se ubica en zona tropical, el límite superior de la temperatura óptima para la producción afectará los rendimientos y la seguridad alimentaria, así como la llegada de nuevas plagas y enfermedades.
En este sentido, detalló López, las políticas del Estado se han orientado en cuatro áreas esenciales, como son el desarrollo de la competitividad, de la mano con investigación, innovación y desarrollo de tecnologías que permita producir de forma sostenible. Asimismo, la gestión de territorios rurales y el fortalecimiento de la agricultura familiar, tomando en cuenta el nuevo panorama del cambio climático y la gestión agroambiental.
“Buscamos nuevas formas y sistemas de producción para aumentar la resiliencia y reducir la vulnerabilidad; es por ello que el país busca abordar la seguridad alimentaria en forma transversal, con la producción de semillas, recursos genéticos, transferencias tecnológicas, agricultura familiar, así como el manejo sostenible de las tierras y los recursos naturales, todo mediante la investigación”, argumentó López.
Si bien están todos estos retos, Costa Rica ha logrado mejorar sus sistemas, y aportar producción sostenible, como la agropecuaria, que contribuyen sustancialmente en la mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero.
Según la viceministra de Agricultura, en los últimos años se detuvo la tasa de incremento de los gases y ha mantenido una emisión constante de 4.6 millones de toneladas anuales de CO2, pasando de un 45 % a un 37 % su participación en las emisiones brutas nacionales.
Mientras tanto, la producción mantuvo una tasa de crecimiento promedio anual del valor de la producción agropecuaria de 3.0 % en la última década, y la cobertura forestal creció un 0.94 %, llegando a un 52.4 % del territorio nacional.
Estas cifras han estado acompañadas de políticas nacionales, tanto públicas como privadas, que buscan una agricultura más de la mano con el ambiente, y que genere menores emisiones.
Tal es el caso de la puesta en marcha del Sistema Agroforestal en Café, la elaboración de balances de carbono, la medición de huella de carbono en fincas didácticas, la sistematización de experiencias exitosas para ser replicadas, y la reducción de vulnerabilidad con intervención de la Comisión Nacional de Emergencias.
“Estamos generando incentivos, como el pago por servicios ambientales y el reconocimiento de beneficios ambientales; también se promueven y fomentan prácticas amigables, que incrementen la productividad y reduzcan los costos; se ha creado la Comisión Nacional de Quemas, en un esquema público-privado; y se gesta un proyecto para la producción de energía con uso de biomasa de la producción agrícola”, detalló López.
COSTOS REALES
La realidad en cuanto a los patrones de consumo y oferta de productos, también influye y tiene un valor significativo en la emisión de gases de invernadero, pues para lograr que haya menor afectación es necesario contar con una disponibilidad de alimentos que dependan en su mayoría de la producción local.
“El mismo sistema del comercio mundial y del transporte produce gases de efecto invernadero y cambio climático. Por ejemplo, la importación de frijoles desde China, que es un caso evidente en el país, produce una enorme huella de carbono, ya que es más costoso para el ambiente traerlo, que los beneficios económicos por su precio”, advirtió Arauz.
La importación de 10.000 toneladas de frijoles desde China a Costa Rica a través de 15.000 kilómetros marítimos, emite 6.000 toneladas de dióxido de carbono, lo cual equivale a 30.000 vehículos recorriendo 1.000 kilómetros cada uno y produciendo CO2.
“Aquí es donde llamamos la atención; no se trata solamente de políticas que busquen innovación y transferencia tecnológica, sino de iniciativas que favorezcan la producción local”, añadió el experto.
El problema es que el consumo de alimentos de los costarricenses ha variado y las preferencias se están orientando mucho a productos que se deben importar y que no tienen suficiente producción nacional, como el frijol, el arroz, algunos aceites y el trigo (ver gráfico).
En el caso del arroz, que es uno de los productos más consumidos, el país solamente produce la mitad, el trigo no es producido en el país, y en el consumo de frijoles la producción local únicamente representan el 17%.
Dichos datos demuestran que es indispensable el incentivo a cultivos locales, orientados a la producción de grupos familiares agrícolas, con sistemas más sostenibles y con incentivos para los agricultores.