Dirigencias políticas, ¿un privilegio masculino?

Aunque desde la década de 1930 la izquierda costarricense abrió posibilidades a las mujeres para el despliegue de la actividad política en

Aunque desde la década de 1930 la izquierda costarricense abrió posibilidades a las mujeres para el despliegue de la actividad política en diferentes frentes, los puestos de dirección continuaron siendo predominantemente masculinos.


Si bien las mujeres rompieron el espacio doméstico para entrar en el ámbito político, no pudieron sacudirse del todo los encargos inherentes a las tareas del hogar.

Esta situación, común en la vida política nacional del siglo pasado, fue aún más evidente en el caso de los partidos dominantes.

Así se evidencia en los estudios «Las mujeres del Partido Vanguardia Popular en la constitución de la ciudadanía femenina en Costa Rica (1952-1983)», de la Dra. Patricia Alvarenga Venutolo, de la Escuela de Historia de la Universidad Nacional, y «Experiencia militante en Costa Rica», de la Licda. Vilma Leandro Zúñiga y del M.Sc. Ignacio Dobles Oropeza, de la Escuela de Psicología de la Universidad de Costa Rica, realizado entre 1999 y el 2002.


Ambas investigaciones fueron publicadas en el número especial de «Género e Historia» de la revista electrónica Diálogos de la Escuela de Historia de la UCR, que recoge 29 artículos, con el título de «Historia, política, literatura y relaciones de género en América Central y México, siglos XVIII, XIX y XX».

Dicho número abarca cinco partes. La primera se dedica a los siglos XVIII y XIX, la segunda está destinada a la participación política, movimientos de mujeres y ciudadanía, y una tercera a Identidades de género y literatura.

La cuarta se refiere a las maternidades, paternidades, familia, relaciones de género y educación, y la quinta parte a la sección documental, entre ellos una bibliografía sobre los estudios de las mujeres y de género en América Central, con énfasis en historia (1957-2004), que puede ser de utilidad para los investigadores interesados en estos temas.

MOVILIZACIÓN FEMENINA

En su estudio, la Dra. Alvarenga analiza específicamente la Alianza de Mujeres Costarricenses (AMC), con el fin de comprender su estrategia para movilizar políticamente a las mujeres, su concepción de las identidades genéricas, y cómo se convirtió en instrumento de movilización de mujeres cuando la mayoría de ellas vivían de espaldas a la vida política.

Según la investigadora, aunque la AMC no llegó a convocar grandes masas de mujeres, generó un discurso político dirigido a estas, que incidió en el desarrollo del liderazgo femenino de base, en su participación en organizaciones sindicales y en movilizaciones ciudadanas, y en la perspectiva que hasta finales del siglo XX compartió la izquierda acerca de la dimensión política femenina.

En este sentido, señala que las aliancistas, lejos de optar por cuestionar las relaciones de género, más bien siguieron las líneas trazadas por los partidos populistas y de izquierda de América Latina, valiéndose de la concepción tradicional de la mujer para justificar su participación política.

Ellas comprendieron las potencialidades políticas de la mujer-madre y dieron a esta imagen un lugar central en el proceso de invención de la identidad femenina de cara a la vida política.

Además, escudriñaron en la cultura propia de las mujeres populares, en busca de las necesidades que percibían como prioritarias, con el fin de convertirlas en objetivos de lucha política, demostrándoles que eran capaces de incidir políticamente en las condiciones de vida de los suyos, enfrentando y apelando a los representantes del Estado.

Sin embargo, la construcción patriarcal del partido que limitaba la libertad de acción de las líderes femeninas, también incidió en la relación de estas mujeres con sus bases.

PARTICIPACIÓN POLÍTICA

Por su parte, el estudio de la Licda. Leandro Zúñiga y del M.Sc. Dobles Oropeza, aborda la relación entre género y vivencia política, basándose en entrevistas realizadas a 20 mujeres e igual número de hombres, de diversas opciones partidarias, en las que se indagan aspectos relacionados con liderazgos, roles, relaciones interpersonales, socialización política y control.

Dicho trabajo pretende discernir la dinámica establecida entre los cambios sociales y políticos y los personales, de quienes optaron por participar en diversas versiones de la izquierda política costarricense, en las décadas de los 70 y los 80.

Leandro y Dobles parten de la premisa general de que existen diferencias en la forma en que los hombres y las mujeres han participado en la política y en el significado que le han atribuido, lo cual se extiende también a las propuestas políticas revolucionarias.

En este sentido, apuntaron que los orígenes de la participación política de la mujer en Costa Rica se ubican a principios de siglo, cuando se aviva la discusión en torno al voto femenino.

Agregaron que ellas empiezan a jugar un papel público cada vez más activo, participando decididamente en el movimiento que trajo como consecuencia la caída de Tinoco en 1919, lo cual coincidió con el intento de formalizar una organización de lucha por los derechos de los educadores, lo que les provocó represión y amenazas.

Ya para 1952 se reúnen diversos grupos de mujeres con motivo de las elecciones de 1953 y conforman la Alianza de Mujeres Costarricenses, que albergara las actividades de varias de las militantes entrevistadas en este estudio.

Al respecto señalaron que, aunque para los años 70 las mujeres militantes actuaban en diversos «frentes» y había la intención de involucrarlas directamente en las luchas políticas, el criterio que predominaba era el de considerarlas un «destacamento más» en las luchas generales, y se les prestaba poca atención a sus propuestas femeninas.

QUIEBRE RADICAL

Según los investigadores, la decisión de ingresar a un partido de izquierda muchas veces enfrentaba a la persona con su familia y con su medio social. En el caso de las mujeres ese quiebre era aún más radical, porque significaba romper con el estereotipo de mujer pasiva, buena y pura, para ingresar en el ámbito «sucio» de la política de los hombres y, además, de los ateos.

Convertirse en militante político era la ruptura más radical que podía darse con una forma de vida, lo cual implicaba atacar los fundamentos religiosos de la vida familiar y romper límites.

En cuanto a la composición de las estructuras de dirección de los partidos, comentaron que se evidencia fácilmente la inequidad de género en la integración de dichas instancias, en la mayoría de las organizaciones contempladas.

El hecho de que la dirigencia fuera mayoritariamente masculina en casi todos los partidos enfrentaba a las mujeres a diversos problemas, como la invisibilización de los roles domésticos que cumplían, a la vez que realizaban las tareas políticas.

Aún dentro de la experiencia militante, a las mujeres les tendía tocar lo doméstico, mientras que a los hombres las tareas «importantes».

Los investigadores manifestaron que el papel de las mujeres en la mayoría de las organizaciones fue muy paradójico, pues si bien rompieron el espacio doméstico para entrar en el político, no pudieron sacudirse del todo los encargos inherentes al rol doméstico.

Otro de los aspectos que emerge de los relatos de las y los entrevistados tiene que ver con la posibilidad de controlar el cuerpo de las mujeres y la pretensión de verlas como objetos de los cuales se puede disponer.

En este sentido, señalaron que algunos dirigentes se sentían con el derecho a la sexualidad de las mujeres como un premio por sus esfuerzos y labor. No obstante, cuando las mujeres tenían relaciones amorosas con los compañeros, el Comité Central del Partido las juzgaba, en tanto que a los hombres nadie los criticaba.

De manera que el tema de «género» no era, en la mayoría de los casos, una prioridad política; su manejo por parte de las organizaciones y sus dirigentes denota una falta de sensibilidad a la «identificación con los más débiles» (en términos de poder social), que era la razón de ser de buena parte de la acción de los partidos y las organizaciones, concluyeron la Licda. Leandro y el M.Sc. Dobles.

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