Todo lo que no es milagro me aburre

A pocos kilómetros río abajo, cerca de la frontera con Costa Rica, se encontraba la casa de José Coronel en la Hacienda San Francisco,

En la parte más alta del puerto, una vieja fortaleza que fue cárcel en los tiempos de Somoza alberga la Casa de la Cultura de San Carlos de Nicaragua, su biblioteca lleva el nombre de José Coronel Urtecho. Desde esa loma donde está el viejo cuartel español, se domina el pueblo y se ve el punto exacto en donde el lago se hace río sin dejar de ser lago. El río Frío que nace en Costa Rica y las corrientes del Gran lago Cocibolca le dan nacimiento en ese lugar al río San Juan que corre libre llevando historias y leyendas hasta el mar Caribe.

A pocos kilómetros río abajo, cerca de la frontera con Costa Rica, se encontraba la casa de José Coronel en la Hacienda San Francisco, “una pequeña casa de madera pintada de verde y amarillo, rodeada de un corredor con su baranda, frente al río, donde solían aparecerse extraños viajeros norteamericanos”. Esa casa llena de libros ya forma parte de la leyenda;  mientras el poeta  vivió en ella, fue refugio para viajeros, lugar de peregrinación para intelectuales de todas partes y universidad de vida para toda una generación de escritores nicaragüenses.

José Coronel Urtecho no escribió muchos libros, y sin embargo, con sus conversaciones fascinantes, con su humor chispeante, con su erudición y con su ingenio, dejó una huella profunda en la literatura nicaragüense, en escritores de la talla de Sergio Ramírez, de Ernesto Cardenal, de Gioconda Belli, para citar sólo unos pocos. Lo mejor de su obra es oral, la vida se le fue conversando, hizo más poetas que poemas, dice Julio Valle Castillo. En la historia no deben existir muchos casos como el suyo, un escritor que marca la literatura con su conversación.

En una nota al final de la novela Waslala (1996), donde Coronel es uno de los personajes de la obra, Gioconda Belli dice: “Él fue no sólo uno de los más grandes poetas que ha producido Nicaragua, sino un mago de la palabra; gran conversador, pero sobre todo un maestro de generaciones de escritores nicaragüenses, quienes tenemos con él una deuda impagable. Su esposa, María, efectivamente manejó la finca “Las Brisas” y fue su jefa indiscutible, mientras su marido se dedicaba al oficio de la literatura. Los dos murieron; él unos pocos años después que ella, y yacen en una sencilla tumba cerca del río”.

DE NIÑOS, POETAS Y LOCOS

Ese río que uno ve perderse desde la biblioteca que lleva su nombre no sería el mismo sin él, sin sus relatos, sin su prosa, sin su Rápido tránsito; si el San Juan ya estaba cargado de historia, Coronel lo llenó de literatura, y él, que en vida fue poeta, traductor, novelista, ensayista, político somocista en un tiempo y sandinista en otro, después de su muerte, ocurrida el 19 de marzo del año 1994, se convirtió en una leyenda, en autor de referencia inevitable, en personaje de novelas, en maestro. “Te voy a llevar a conocer a un sabio”; le dijo Carmen Naranjo a Julio Cortázar cuando era Ministra de Cultura de Costa Rica. El sabio era Coronel, el mismo que estuvo recluido por loco en el asilo Chapuí de San José. Estuvo loco y se compuso, dice Ernesto Cardenal:

“Yo había sufrido horrores en mi pensión de la calle Tacubaya cuando recibí una carta en que me contaban que se había vuelto loco, porque pensaba que ya habíamos perdido la inteligencia de Coronel para siempre. Él se había despertado a media noche y le dijo a la María, su esposa, que ellos eran la Santísima Trinidad. Él era el padre Eterno, ella era el Espíritu Santo, el Hijo eran todos sus hijos. La María contaba que al principio pensó que o ella estaba loca o él estaba loco; después se convenció que era él el que estaba loco. Y teológicamente lo de la Santísima Trinidad no era un despropósito, pero despertarse a esa hora para hacer esa revelación era insólito (…) Mucho más grave sería otra locura que le agarró después, cuando yo estaba en Europa, y que hizo que lo trajeran del río San Juan amarrado en el vapor “Victoria” y lo llevaran al manicomio Chapuí en Costa Rica”.

Como poeta, después de llegar de Estados Unidos donde estudió, Coronel fue la figura central, el capitán de la generación vanguardista en Nicaragua. En la década de los treinta esta generación, este grupo de poetas, Pablo Antonio Cuadra (1912); Joaquín Pasos (1914-1947); Octavio Rocha (1910-1986); Alberto Ordóñez Argüello (1913-1991); Luis Downing Urtecho (1913-1983), irrumpió en las letras oponiéndose a los seguidores de Darío, a sus imitadores, al estilo preciosista de los darianos, estilo que se les hacía insufrible, demasiado adornado y pomposo. Siguiendo la influencia de la literatura norteamericana, que Coronel conocía como pocos, buscaron una escritura más suelta, más cercana a la vida cotidiana, al mundo exterior. Al mismo tiempo, en política, se opusieron al mal gusto de los finqueros y comerciantes que dominaban la economía nicaragüense desde Granada, muchos de ellos familiares de los poetas.

Estos poetas se reunían al final de la tarde en la torre de la Iglesia de la Merced, la más alta de Granada, ahí, en el campanario de la misma iglesia donde Walker se declaró presidente de Nicaragua, se leían sus poemas y contaban sus amores. Este grupo defendía una literatura que uniera lo vernáculo y lo universal, los valores tradicionales nicaragüenses y la transformación estética. Buscaban el regreso a la tradición patriarcal incontaminada de influencias extranjeras impuestas, como la que representaba la intervención militar norteamericana. No soportaban la cultura de lo que ellos llamaban burguesía, que además de dominar el comercio, extendía sus tentáculos por la burocracia estatal, limitando las manifestaciones artísticas contrarias a su forma acartonada y aldeana de ver el mundo.

Los vanguardistas rompieron con lo dariano sin dejar de admirar a Darío, el “paisano inevitable” le llama Coronel a Rubén, y dice: “Darío es otra cosa, es un fenómeno que a pesar de ser él muy nicaragüense, también se sale de madre. Darío es un fenómeno de la lengua, ocurre en la lengua española toda, de España y de América”.

El reclamo de los vanguardistas por lo propio y por lo tradicional, la búsqueda de las raíces nicaragüenses,  se extendió al habla popular, la artesanía, la música, la historia, la moda, los modos de vida. En política defendieron un nacionalismo exacerbado, además eran católicos. Con los años, desearon un líder sempiterno que pudiera llevar estabilidad a Nicaragua. Este hombre fuerte, este mesías, pensaron ellos, sería Anastasio Somoza García. Esto es lo que hizo que José Coronel Urtecho llegara a ocupar importantes cargos públicos en la dictadura somocista.

En un estudio sobre la historia de la literatura nicaragüense Sergio Ramírez dice: “Más allá de sus posiciones políticas, que más tarde o más temprano terminarían por abandonar, o por variar, los escritores de la generación de Vanguardia se cuentan entre los más brillantes de la historia cultural de Nicaragua, y su impulso de ruptura fue decisivo para dar paso a la modernidad literaria”.

Coronel, con el tiempo, reconoció su enorme error por haber apoyado a Somoza, y rectificó su desacierto a su manera, convirtiéndose al sandinismo y apoyando la revolución, de la que fue en su momento, uno de sus más fervorosos defensores. A mediados de los años ochenta dijo: “La revolución me ha transformado a mí que ya era un calache, un chunche viejo, bueno sólo para morirme, la revolución me ha enseñado a pensar y a ver distinto. Puedo decir que hasta me ha dado ideas, cierta claridad en la visión. Hay quienes me reprochan el que yo esté en la revolución y con la revolución por haber estado antes con Somoza y con cierto somocismo (…) Mirá bien lo que te digo, lástima que la revolución me agarró viejo porque yo hubiera terminado en marxista, hubiera estudiado el marxismo, me hubiera hecho comunista, pero yo ya estoy viejo y me basta el sandinismo para entender este país y casi todo lo que ocurra en América”.

Los poemas de José Coronel fueron reunidos por primera vez en 1970 bajo el título de Pol-la d´ananta katanta paranta (un verso de Homero que dicen que significa “y por muchas subidas y caídas, vueltas y revueltas dan con las casas”). Su otro libro de poesía es Paneles del Infierno (1980), con el que celebra la revolución sandinista.

Coronel dejó entre muchas de sus herencias, el exteriorismo como tendencia literaria, que es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo cotidiano que vemos y palpamos. El exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con las cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos, datos exactos, cifras y hechos dichos. Coronel no es el único padre del exteriorismo nicaragüense, pero sin duda es uno de sus principales representantes y maestros. Una muestra de ello son sus poemas que toman la forma de cartas, crónicas o relatos, como el que le dedicara a Ciudad Quesada que incluye tanto las medidas geográficas del cantón alajuelense como el recuento de las vacas y los caballos que pastan en sus campos.

Para Coronel no existe mejor forma de conocer la cultura de un pueblo, que leyendo a sus poetas y escritores, que para él son sus mejores representantes. En una conversación sobre libros, de las muchísimas que tuvo, conversaciones inagotables y maravillosas, Julio Valle Castillo le dice:

“Siempre he creído que todo poeta maneja una buena prosa, aquí está usted mismo, su Rápido tránsito y sus dos noveletas son prosa de la mejor y de la mejor tradición hispánica, cervantista (…) Usted es un creador o hacedor de prosa entre nosotros, un maestro de la prosa sin detrimento del poeta”.

A lo que contesta Coronel: “Toda la creación ya sea en eso que llaman verso o en eso que llaman prosa es poesía porque es creación. Hay versos que sólo son versos y no son poesía y hay prosa que sólo es prosa sin poesía. Y a mí lo que realmente me interesa o me ha importado toda la vida es la creación, la poesía, lo demás pónganle el nombre que quieran o llámenla como la llamen”.

MUJERES, DISCÍPULOS Y VIAJES

José Coronel Urtecho escribió dos novelas cortas, poemas reunidos en dos libros, ensayos y relatos extraordinarios como el dedicado los viajeros del río San Juan o aquel que es para chuparse los dedos, en el que estudia y presenta con lujo de detalles la historia y los principales platos de la cocina nicaragüense. Entre sus discípulos más reconocidos está su primo Ernesto Cardenal, para quien fue maestro de literatura, amigo, guía, compañero y asesor personal en asuntos de amores.

Cuenta Cardenal en sus magníficas memorias, aquellos amores hiperbólicos que sufrió en Granada siendo todavía adolescente, amores fallidos a los que les debemos tan buenos poemas. En ese tiempo, Coronel lo acompañó con su humor y sus ocurrencias en el tránsito por aquel impresionante enamoramiento.

“Coronel me asesoraba, como ya dije, y fue tomando cada vez más en serio mi caso, sobre todo cuando la situación se fue poniendo más alarmante porque ella no daba señales de ceder. Un día tuvo esta ocurrencia: era un hecho científico que en el psicoanálisis la persona psicoanalizada solía enamorarse del psicoanalista. Yo debía intentar psicoanalizarla a ella, decirle que me contara sus sueños, y analizárselos. Así lo hice y ella me contó sus sueños”.

Son muchos los escritores de alto nivel que ha dado Nicaragua, sin duda Coronel es uno de ellos. Sus escasos libros, escasos porque a todos nos hubiera gustado que escribiera más, lo que consiguen es aumentar el tamaño de su leyenda, de la que por supuesto también forma parte María Kautz, su esposa, la dueña de la hacienda.

Ernesto Cardenal la describe así: “En una fiesta en Managua el pintor Omar De León me preguntó entusiasmado: ¿Y quién es ese hippie? Yo le dije, no es un hippie, es la esposa de José Coronel. Y es que él  la vio peinada como hombre, con camisa de hombre y pantalones de hombre, musculosa, con un gran trago de ron en la mano y un vocerrón (…) Y es que a ella nunca se le veía vestida de mujer, y típico de ella es lo que Coronel dice en su poema Pequeña biografía de mi mujer, de cómo se casaron en la iglesita de San Carlos: “yo en pantalones kaki, ella lo mismo”.

María Kautz forma parte de la literatura nicaragüense tanto como los viajeros del río San Juan con los que maravilla don José en sus relatos. Y es que Coronel también recomendaba viajar, le recomendaba a los escritores no hablar como académicos, conversar con la gente, no escribir como profesores y viajar, viajar mucho, así le dijo a Cardenal: “Un nicaragüense no se siente verdaderamente nicaragüense si no ha viajado. Aunque sea a Costa Rica”.

Hace ya algunos años, entré en contacto por primera vez con los libros de José Coronel Urtecho en la biblioteca que lleva su nombre en la vieja fortaleza que domina el puerto de San Carlos de Nicaragua. No sabía en aquel entonces que el río que tenía enfrente y que me disponía a navegar, en parte le pertenecía a él y a su imaginación, no sabía en aquel entonces que José Coronel era uno de esos milagros de la literatura que aparecen cada cierto tiempo para salvarnos del aburrimiento.

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