Las minorías siempre han sido aplastadas por la mayoría. Esta afirmación también es válida respecto del (mal)trato que reciben los homosexuales en Costa Rica. Estas minorías perseguidas, insultadas, vejadas y ajusticiadas –y de lo cual hay, por desgracia, gran cantidad de documentos y noticias que son elocuentes (véase el caso de Uganda y Nigeria)−, pagan el precio por ser diferentes.
Y es que el rebaño, que ataca en manada como las hienas, persigue, acosa y asesina muchas veces al amparo de la ley, como en África. También se vale de la religión para poner en boca de su Dios la homofobia y, en consecuencia, considerarla abominación. El rebaño actúa así porque es cobarde y sabemos que rápidamente se convierte en jauría (F. Bermejo). El fundamento que les anima son los escritos santos que, en el caso del cristianismo, se llaman Sagradas Escrituras. Este modo de sembrar amor arrancando la “mala hierba” es paradigmático de lo que no debería hacerse jamás: destruir seres humanos.En el AT el Levítico 18,22 dice: “No tendrás relaciones con un varón como se tienen con una mujer: abominación”. Según esta revelación, aquí hay una verdad apodíctica (!) a la que le corresponde un castigo apodíctico: pena de muerte (Levítico 20,13). También Pablo aporta su granito de arena regalándonos la Carta a los Romanos (1,26-27), de lo que los cristianos deducen la censura de la homosexualidad femenina, en primer lugar, y luego la masculina, como prácticas despreciables. El castigo no espera: los “homosexuales” (arsenokoitai) reciben en sí mismos lo merecido en pago por su desencaminada vida (1Cor 6,9-10), ya que no heredarán el Reino de Dios.
El actual gobierno recibió la bendición de la jerarquía católica un día después de ganar las elecciones, al declarar a doña Laura “hija predilecta de la Virgen María” (8 de febrero del 2010, a manos del obispo Francisco Ulloa), con lo cual selló y enterró en su gobierno los proyectos asociados a los homosexuales. A partir de ese momento, algunos diputados comenzaron a conspirar –convencidos de que su Dios se los pedía, por supuesto− junto a otros no tan convencidos pero sí temerosos –por piedad y por cálculo político− para declarar prescindibles a los homosexuales en este país.
Dado este cínico amor a lo diferente de parte de algunos diputados –y de algunos defensores del cristianismo−, la cuestión de afectar la sociedad costarricense en virtud de la homosexualidad de algunos de sus miembros resulta un problema de exclusión y, colateralmente, de homofobia, que muchos se ufanan en defender como mandato divino (!). Históricamente lo que Dios quiere es lo que los seres humanos dicen que quiere su Dios.
Solamente queda que la nueva Asamblea Legislativa (2014-2018) respecto del tema de los homosexuales deje hablar a los hombres razonables que hay dentro de nuestros políticos, y no se deje llevar por los prejuicios ni la violencia, mucho menos por un Apartheid que mancille los derechos de esta minoría –y de otras−.