Juego de narradores, de tiempos y de géneros

Adriano Corrales Arias nace en 1958, en Venecia de San Carlos. Es también conocido como Adriano de San Martín, y ha escrito poesía

Adriano Corrales Arias nace en 1958, en Venecia de San Carlos. Es también conocido como Adriano de San Martín, y ha escrito poesía, cuento, novela, ensayo y teatro. Su más reciente producción es Lina (2015), la cual es una novela corta, escrita con un rico lenguaje poético, pero que también puede ser apreciada como un cuento. Es por esto un sincretismo de géneros que presenta temas de actualidad costarricense a sus lectores.

La novela inicia con el encuentro de un hombre con una mujer: «la mujer largamente esperada», como nos dice el primer capítulo. Pero, ¿quién es esta mujer? El texto no nos responde, su íncipit es abierto, como lo es también su final. Por esta y muchas otras razones que expondré a continuación, este texto nos mantendrá con la atención despierta a lo largo de todas sus páginas.

Ahora, ¿qué tipo de novela-cuento es? Podría decirse que es una novela de amor, pero no del tipo «rosa» que se ha escrito ya tantísimas veces desde la invención de la literatura. En mi opinión, es más bien una historia sobre un amor nuevo, al menos para el personaje principal, David. Veamos entonces de qué trata Lina.

El argumento de la obra cuenta la historia de un hombre que en su edad adulta recibe una invitación a la vida de una joven que desconoce a su padre. Esta joven de 16 años busca la identidad de su progenitor; pero el temperamento de su madre y su pasado, han extendido una neblina sobre el nombre de su padre. A partir de esta búsqueda, la vida de muchos cambiará, a causa de los secretos que serán revelados, algunos de los cuales, tal vez se pensó, nunca saldrían a la luz.

En relación con los temas que trata Lina, estos son varios, entre ellos el amor, la pasión, los errores y los fantasmas del pasado, sin dejar de lado la infidelidad, el machismo y, en cierto grado, una revolución femenina también. Todos estos son puntos clave que se relacionan con la sociedad costarricense. Pero, también nos enfrenta con los temores que deben sufrir los niños y jóvenes que crecen sin saber quién es su padre, ya sea por el egoísmo del padre, el de la madre o el de ambos.

Además, esta novela propone una crítica a la sociedad costarricense, la cual no ofrece suficientes espacios de crecimiento cultural y literario, principalmente en las zonas alejadas del Valle Central, como en la «tierra de ganaderos y de comerciantes», a la cual hace referencia el texto.

No obstante, esta crítica abarca a todo el país y no solo a las provincias, porque en la novela se mencionan las penurias y las dificultades que sufre uno de los personajes, quien se gradúa como cineasta en el extranjero, al no encontrar un trabajo en este campo. Veamos la siguiente cita: «Hice de peón de construcción, pintor de brocha gorda, disc jockey en una discoteca, cantinero y hasta de taxista». Estas problemáticas son de carácter actual, dado que muchos costarricenses las experimentan, y por esto nos sentimos parte de la historia.

Por lo que se refiere a los personajes presentes en Lina, estos se sienten de carne y hueso. Adriano Corrales ha creado seres en esta ficción, tan bien hechos, con diálogos tan nuestros, que se sienten reales. Es por esto que les será fácil sentir que los conocen, porque nos representan y nos recuerdan una experiencia propia o la de alguien cercano a nosotros.

Dentro de los personajes está David, un hombre taciturno y poeta que va por la vida buscando la felicidad, con un estilo de vida bohemio y con los fantasmas de su pasado acosándolo constantemente. Lina, ella es una joven que creció sin conocer a su verdadero padre y es hija de Livia, una «madrona» que ha jugado el papel de padre y madre toda su vida. Finalmente, está Lucía, con quien David ha mantenido una relación inestable, a través de los años.

Estos personajes toman vida dentro de las páginas que el escritor embellece con un lenguaje poético y con el cual nos sumerge dentro de un mundo tan latente como la realidad misma. Y con esto me refiero a las descripciones que la narración nos ofrece: «Una luz de relente se estiliza con movimiento de ángel cual espejismo de alas por el césped de la cancha de fútbol. No caminaba, flotaba: mujer alta, cabello largo y ondulante, bluyines, blusa blanca. Luz alrededor. Pájaros multicolores, evanescentes.»

El autor no describe este evento con palabras simples o mundanas, sino que echa mano al ornato retórico para expresar la emoción que experimentan los personajes. Sin embargo, este tipo de lenguaje no nos debe sorprender, porque Adriano Corrales es ante todo un poeta y sus novelas se caracterizan por desarrollarse sobre un lenguaje lírico y figurativo, con el cual nos permite conocer más sobre la percepción del mundo que nos está exponiendo.

En cuanto al espacio en donde se desarrolla la obra, Lina se siente tica, se siente nuestra. Los espacios que ocupa son diversos, pues nos da un recorrido por San Carlos, San José y Guanacaste. Lo rico de esta variedad es que nos permite a los lectores identificarnos con los lugares mencionados, y no es necesario ser un vallecentraleño para reconocer en el bar de la ciudad un recuerdo propio, como ocurre a veces en otras novelas costarricenses.

Tenemos entonces la historia de David, quien es un sancarleño que nos habla de San Carlos, de «La Villa», como la conocimos tantos. Él nos señala los puntos de referencia como El Balneario, los bares famosos o los barrios que recordamos con cariño, tal vez con un poco de desdén o, que del todo, prefiramos no recordar.

Es fascinante, principalmente para mí que soy sancarleña, encontrar a mi tierra descrita en la literatura costarricense, ya que, para bien o para mal, a varios escritores nacionales se les olvida que Costa Rica no es solo el Valle Central, sino que existen innumerables territorios inexplotados, con anhelos de ser descritos al resto del mundo, por medio de las páginas de la literatura y no solo en un brochure turístico, como es lo acostumbrado.

El ambiente josefino, con sus bares y cafeterías, los espacios de la U y también Nicoya, con su clima inclemente, dan verosimilitud a los hechos narrados, porque los lugares frecuentados por los personajes no son ajenos a nuestra realidad y nos dan permiso de creer que esta historia tal vez sea cierta, y de que los personajes de Lina se nos aparezcan en cualquiera de estos sitios en el momento menos esperado. ¿No es este el sueño de todo lector?

Lina se desarrolla en vaivenes en el tiempo, o sea que no tiene un orden estrictamente cronológico, considerando que se desarrollan tres planos o historias diferentes en esta novela. Dos de ellas ocurren en el pasado y otra en el presente en donde encontramos a los personajes. Aunque el orden de las acciones ocurre cronológicamente, el cambiar de planos, de capítulo a capítulo, nos da la impresión de que nos movemos en el tiempo, de atrás hacia adelante y en saltos inesperados.

Es un juego de ir y de venir en el tiempo, para caer luego en un presente, en el cual se juega la suerte de los personajes. Debe tenerse en cuenta que Lina no es una novela tradicional y por esto es normal sentirse desorientado al principio; sin embargo, estos saltos en el tiempo representan cercanamente lo que sería la realidad o, ¿no es así como contamos nuestro pasado? O sea, ¿por partes? De esa forma, Adriano Corrales entreteje magistralmente tres historias que suceden en tiempos diferentes: nos cuenta por partes y, al final, las une en una sola para explicar el conflicto de los personajes.

Avanzando en la reseña de esta novela-cuento, como la ha llamado el mismo autor, hay un narrador en tercera persona que nos cuenta la historia de David (a modo de cuento). Y, dentro de este cuento, hay otro narrador en primera persona, o sea, David, que (a modo de novela) nos cuenta sobre su pasado. Y en vista de que dentro del cuento hay una novela, por medio de esta metaliteratura, el autor nos permite entrar y salir de la mente del personaje principal y apreciarlo desde diferentes perspectivas.

Lina es un juego de tiempos y de narradores, que nos acerca y nos aleja de los personajes, como un movimiento de cámaras, cual película bien hecha. Con el narrador externo vemos a los personajes desde lejos, como si nosotros mismos fuéramos testigos de los hechos. Pero, el narrador interno, nos acerca a lo que David siente, porque él mismo nos confía su historia, para juzgarlo a él y al resto de los personajes (como buenos humanos que somos).

La lectura de esta novela me ha hecho recordar lo que el maestro de la ficción, Jorge Luis Borges, escribió en el prólogo de su libro Ficciones: «Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos». (2011, págs. 11-12). O sea, que Adriano Corrales nos entrega una historia escrita con el corazón, profunda en sentimientos y en temas que cuestionan el estado de nuestra sociedad y el de nuestras vidas, sin necesidad de llenar quinientas páginas con una verborragia insufrible.

Por lo aludido, estimo que Lina es un texto que se las trae, dado que mucho transpira entre sus líneas, a pesar de sus breves páginas. Su lectura es rica en imágenes, por el lirismo con el que Adriano Corrales escribe, y es amplia en espacios, con lo que nos recuerda que hay mucho más fuera del Valle Central para crear una obra. Considero, por las anteriores razones, que este texto complacerá a quienes gustan de una lectura amena sobre una historia de amor (o de amores) con un final abierto.

A pesar de que las historias inconclusas tienden a molestar a muchos lectores, en lo personal, considero que, por medio de ellas, se expanden las posibilidades de interpretación. Además, un «vivieron felices para siempre» no es realista, sino que la vida no nos proporciona todas las respuestas ni resuelve todos los conflictos. Es por esto que un final abierto, aunque arriesgado, es más cercano a lo que, de todas maneras, busca representar la literatura y las artes: la realidad misma del ser humano.

Para cerrar esta lectura, concluyo que el arte literario de Adriano Corrales merece una mayor atención, sobre todo por su constante renovación como escritor. Por esto, me atrevo a sugerir que la lectura de esta novela se promueva en nuestro país, principalmente en «la tierra de ganaderos y de comerciantes», tomando en consideración que muy pocos escritores costarricenses han representado a San Carlos en sus obras y que nosotros, los sancarleños, nos hemos de sentir orgullosos de esto.

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