Con los perdedores del mejor de los mundos

Günter WallraffcrónicasAnagrama360 pgs.Detrás de líneas enemigasLa primera crónica que Günter Wallraff escribió en su vida comenzó cuando se negó a hacer el servicio militar,

Günter Wallraff

crónicas

Anagrama

360 pgs.

Detrás de líneas enemigas

La primera crónica que Günter Wallraff escribió en su vida comenzó cuando se negó a hacer el servicio militar, alegando objeción de conciencia. Los alemanes lo interrogaron hasta diagnosticarle una “peligrosa personalidad anormal” y lo internaron en un hospital psiquiátrico militar: tenían miedo de que su anormalidad se propagara dentro de los cuarteles. Deambulando por esos pasillos de vigilancia férrea, Wallraff sacaba su anotador y registraba todo. La consigna: escribir para no volverse loco. El joven Wallraff quizás intuyera que ese diario de manicomio sería su primer denuncia publicada; sin embargo, los militares no sospecharon que al encerrarlo estaban despertando al cronista, para quien el periodismo encubierto sería una forma de contrainsurgencia, un procedimiento al que prefiere llamar “ciencia de la observación participativa”. “Es un método para eludir la versión oficial, porque el discurso oficial nunca explica la realidad”, sostiene Wallraff.

 

Hace ya más de 30 años que este periodista se transforma en diferentes personalidades –algunos roles han durado incluso años– para infiltrarse en lugares y situaciones que de otro modo nunca hubiera accedido. Así, durante los años de la guerra en Vietnam fue un empresario católico que sentía “escrúpulos de conciencia” por venderle Napalm al ejército norteamericano, por eso decidió consultar sus dudas con once sacerdotes y obispos. Todos, excepto dos, le aconsejaron firmar el contrato mientras uno de ellos razonaba: “Mire, mi obispado tiene grandes viñedos. ¿Qué culpa tenemos nosotros si el vino de esas uvas lo venden y beben las prostitutas en los bares de mala muerte?”. Más tarde, Wallraff ingresa como periodista en la redacción del reaccionario tabloide alemán Bild Zeitung y junta material suficiente para revelar las mentiras del diario que, tras la publicación de la crónica El periodista indeseable, reduce a la mitad la tirada. En 1974 cumplió con una de las investigaciones más difíciles a las que se expuso: tras manifestarse contra la dictadura en Grecia como un ciudadano más, la policía lo detiene y lo tortura. Cuando comienzan a arrancarle las uñas, confiesa que se llama Günter Wallraff y que se solidariza con la oposición antifascista. Es condenado a 14 meses de cárcel y liberado tras la caída del régimen. No es de extrañarse que este periodista haya cosechado enemigos en todas partes del mundo y una avalancha de juicios en su contra. Gran parte del dinero que ganó con las exitosas publicaciones que ha hecho fueron a parar a manos de abogados, pero también a la fundación que preside (el Fondo de Solidaridad con los Extranjeros) y que trabaja para la integración de los hijos de inmigrantes. Con más de cuarenta años haciendo periodismo encubierto, Wallraff sabe que además de su obsesión por la denuncia ante cualquier tipo de injusticia, hay algo en la manera que elige para llevar a cabo el trabajo periodístico que va más allá de la ambición profesional: “Si juegas tu propio papel, muchas veces no te percatas de que abrigas prejuicios. En cambio, si asumes un papel distinto, enseguida te das cuenta de los prejuicios que puedes cultivar, y entonces cambias. Mi trabajo ha sido para mí algo como una terapia. Por medio de mi trabajo me he encontrado a mí mismo”.

Con los perdedores del mejor de los mundos es su último libro de crónicas, donde retoma en gran parte la investigación que comenzó con Cabeza de turco, uno de sus libros más difundidos, con el que vivió durante tres años como inmigrante turco, tratando de conseguir un trabajo digno bajo el nombre de Alí. Allí desmitifica la bondadosa apertura europea a la inmigración de posguerra que –oh casualidad– es el principal conflicto étnico social que enfrenta hoy en día la mayoría de los países del Viejo Continente. Esta vez, Wallraff se infiltra en el mercado laboral como un alemán más, beneficiario del fondo de desempleo comúnmente llamado Hartz IV. El siniestro modus operandi de los call centers europeos no tiene ninguna diferencia con los de los “países en vías de desarrollo”, forma políticamente más correcta que encontraron nuestros vecinos para denominar la zona donde operan sus empresas. Estos call centers no sólo estafan a la gente (en su mayoría jubilados) vendiendo lotería estatal sino que explotan y psicopatean a sus empleados al punto de generarles depresiones severas, ya que la mayoría sabe que su trabajo consiste en estafar a los más débiles. Pero no pueden renunciar, porque el trabajo les fue asignado por la misma oficina de desempleo que les paga el Hartz IV y el hecho de una renuncia o de un despido con causa anularía la asignación del único ingreso con el que cuentan. Las denuncias de Wallraff esta vez alcanzan a las condiciones laborales de los empleados de la cadena Starbucks, a los de una tradicional panificadora al sur de Alemania, y a un estudio de abogados que se dedica a desarmar cualquier tipo de organización sindical dentro de una empresa. También hay una familia alemana negra que intenta llevar una vida normal, aunque sólo consigue revivir lo peor del racismo en su versión renovada del apartheid. Y hay un homeless que pasa las noches bajo cero en albergues estatales, donde el maltrato y la escasez de recursos están a la orden del día.

Con los perdedores del mejor de los mundos no revelaría ninguna novedad si estas mismas investigaciones hubiesen sido hechas en suelo latinoamericano. En Europa, a pesar de que la crisis económica ya ha comenzado a hacer su trabajo demoliendo las certezas del capital, todavía quedan ilusiones por derribar. Y en este sentido, con estas crónicas de Wallraff sucede lo mismo que con los documentales de Oliver Stone o incluso con las investigaciones de Michael Moore: ayudan a desmontar los discursos de bienestar, de libertad, de desarrollo, de justicia y de seguridad, como algo ya plenamente asentado. Su función es despertar algo de conciencia entre sus conciudadanos, para quienes la Unión Europea representaría algo así como el faro de democracia social que ilumina al resto del globo terráqueo.

Tomado de Radar.

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