Mordaz fábula política

El águila no caza moscas.novelaEduardo Estevanovich Guayacán. 2010152 pgs. Esta obra es sin duda un experimento narrativo que fluye en un único capítulo

El águila no caza moscas.

novela

Eduardo Estevanovich

Guayacán.

2010

152 pgs.

Es posible que el fracaso de José Enrique Rodó, tal como los fiascos de Bolívar y Martí, de crear una América unida tenga que ver con el hecho de que en el continente nunca hubo líderes, sino latifundistas que poseían tanto la tierra como todo los que se encontraba en ella, incluyendo a sus habitantes. A la luz de esta idea,  Eduardo Estevanovich ha publicado su novela prima, El águila no caza moscas, en la cual se usa al personaje llamado el Señor Presidente como instrumento para criticar la idea de que tanto en Costa Rica los líderes creen que los pueblos no pueden superar su instinto de colonizados y que eso les obliga a vivir bajo la necesidad de un sistema que los rija y los manipule, aun bajo la falsa premisa de que se viva en una democracia.

Esta obra es sin duda un experimento narrativo que fluye en un único capítulo de 152 páginas en el que fluyen, convergen, interactúan y  se simbiotizan una serie de seres que se asemejan de forma atrevida y mordaz a las figuras de la actual arena política costarricense. Se les cataloga como seres porque pueden ser vistos como voces de protagonistas que son fantasmas reales que acompañan o mortifican a este presidente, según lo decida quien lea y se entregue al juego diegético de este escritor.

 

Estevanovich comparte con Emil Volek la idea de que al entrar el siglo XX, los lideratos exclusivistas se planteaban como la única opción de gobierno, por lo que América Latina estaba sujeta al mal recurrente de la carecía de líderes. Éstos eran por lo general figuras nacionales con fuertes intereses latifundistas, los cuales a su vez ejercían poderes políticos y económicos. La novela se adentra así en el tema de la globalización y privatización como formas de vanguardias modernas que han aumentado la brecha entre el desarrollo socioeconómico de las clases sociales. La anterior clase dominante, encarnada en las figuras del Señor Presidente y su hermano, son ejemplo de una dupla que pretende cambiar el curso de la historia, los cuales de una forma que raya en lo patológico, pretenden que de una forma u otra sus nombres permanezcan en los anales patrios.  El narrador invisible que acompaña al Señor Presidente en su encierro físico, pero también en su nomadismo mental, es un autoantagónico punto de discordia quien hace ver que el punto de vista del gobernante no corresponde del todo con la voz del pueblo. Cuando este ente literario de Estevanovich le dice al personaje: “Señor, la historia que he comenzado a narrarle tiene dos versiones: la oficial, escrita por su hermano y sus amigos, y la verdadera, por el pueblo.” (15),  es necesario adentrarse en el complejo juego de voces que bombardean no solo al personaje, sino al  mismo tiempo al lector para estructurar una propuesta narratológica, una de juegos intra y extradiegéticos. El “in media res” gobierno opresivo, la aguda crisis económica y el crecimiento demográfico mueven a ciertos grupos de la región a adoptar posiciones reaccionarias en cuanto a la historia, a la misma revolución y el futuro que les espera a estos personajes incorpóreos que usa El Águila no caza Moscas.

 

El texto lleva a lector, con una continuidad fluida y mordaz, a una epifanía que permite concientizar que las proclamas del sistema nacional de vivir en una comunidad libre y autosuficiente son parte de una falsa realidad impuesta no solo a los personajes, sino también a los costarricenses que hemos sido testigos de los cambios que nuestro país se ha visto obligado a adoptar. Esta idea está claramente plasmada cuando el mismo presidente conversa con esta voz que le acompaña y le dice: “Si, es placentero levantar los brazos y sentir el plauso en los cojones. Es bello estar por encima de la masa y arrearla hacia el redil con la magia de la palabra” (16).  En la obra, por lo tanto, el nuevo enemigo a vencer es el  mismo gobierno que antes los había llevado de otro tipo de opresión colonial a una libertad que no duró lo que se esperaba, o lo que se les había prometido. El poder y la fama que han autoendiosado al personaje del presidente, al punto de convertirlo en un megalómano, lo llevan a declarar: “Debo ser caro. Un premio del orbe es caro y yo soy Premio del Orbe, eso quiere decir que me conocen en todo el mundo porque soy famoso, ¡no!, famoso no, ese calificativo se le podría dar a cualquier delincuente, soy ilustre…” (21).” Se transforma al caudillo, entonces, en una figura que gobierna según lo dicten sus caprichos y temores de sus gobernados. Las naciones de Centro y Suramérica son testigos de constantes golpes de estado dentro y fuera de sus fronteras, más ahora, y es momento para hacer notar que la novela es ejemplo de la habilidad de Eduardo Estevanovich para proponer una trama más que original en la que se da un golpe de estado mental e ideológico que ataca a la mente de quien fuera el máximo orgullo político internacional de los costarricenses.

El águila no caza moscas ofrece la oportunidad de considerar al ciudadano de la Costa Rica de esta obra cómo el Calibán y la globalización como el nuevo colonizador. El estudio de esta disparidad entre amo y sirviente se ve a la luz de la forma en que los poderes económicos no respetan fronteras porque las transacciones que cambian las formas de vida y hasta las culturas, se llevan a cabo en mercados globales, por lo tanto los países invadidos no tienen decisión de dónde y el destino de los fondos y los recursos que se deriven de él. La obra habla de esta manera del personaje que: “osó hablar de la gesta heroica de quien es el espíritu de la lucha contra los invasores extranjeros y un símbolo de nuestra soberanía, y al día siguiente entregó al país al mejor postor.” (22), en este caso el Acuerdo Comercial con los Países del Norte. Se llega así al momento en el que las grandes potencias sean las que tengan acceso exclusivo al presente y futuro económico, razón por la cual se convertirán también en las que dicten la calidad de vida y la clase de sociedad que se beneficien con sus inversiones, y, en el caso del antihéroe de Estevanovich, a los intermediarios. 

 

Los cambios que estos grupos se han visto obligados a adoptar socavan las bases ancestrales de sus formas de vida porque la llegada de acuerdos de esta clase ha causado procesos de hibridación en los que el mestizaje y el sincretismo sociocultural pasan a ser parte de un juego donde se mezclan lo clásico y lo tradicional con lo moderno y lo popular. Esta delgada línea divisoria pasa del plano utópico que defiende el presidente, al distópico que trata de reclamar una de las notas del periodista que lo acosa, por ejemplo la que dice: “Señor, usted vive en el país equivocado, hay uno utópico y otro real, en el real vivo yo, que es vivir en el infierno; en el otro, el paraíso, usted. Su hermano gobierna en el infierno. Si quiere conocer mi mundo, busque el puente entre ambos países” (55).

 

Queda en manos del lector el tomar una decisión acerca de final de la novela en cuanto a la psique del presidente y el onírico mundo que lo rodea a lo largo del texto. Es tan arriesgado como sabio el juego narratológico propuesto por Estevanovich, el cual no permite en ningún momento que se apaguen las voces que rodean al Señor Presidente por que esto significaría que se desvanezca en el aire este personaje.  No hay forma en que el desvarío deje en paz a la figura principal de El águila no caza moscas, tal como no se lo permitió ni al autor ni lo permite a quien lea este atractivo experimento narrativo.

 

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