«¿Qué es la patria? Es el hogar, mi familia, mis amigos;
los lugares que han sido y son testigos de mi vida feliz,
donde extranjera no me pueden llamar,
donde mi idioma tenga el mismo sabor y el mismo aroma
que en mis juegos de niña yo le diera».
Cuando conversaba esa tarde de abril con Myriam Bustos Arratia sobre su llegada a Costa Rica, no podía dejar de pensar en los versos del poema escolar que inician esta evocación.
¿Qué es la patria a la vuelta de treinta y tantos años, cuando el hogar se ha partido, algunos amigos han muerto y no ha sido posible la despedida? El país de origen ha cambiado; ella también. Lejos han quedado lugares que fueron testigos de su vida; ahora es una extranjera y su lengua y sus vivencias se han teñido de aromas nuevos y distintos de los de su niñez. Sentadas ambas en la sala de su casa, los recuerdos de Myriam responden a mis preguntas hamacados por uno de los frecuentes temblores ticos.
El golpe militar de 1973 arrancó de sus libros a Raúl, su marido, y lo instaló en la incertidumbre: Ecuador, Perú, finalmente Costa Rica. Ella, mientras tanto, en Chile, sosteniendo la esperanza “la esperanza absurda de que esa pesadilla tendría pronto fin, puesto que Chile era un país donde no podían ocurrir esas tragedias, ni menos prolongarse indefinidamente”. (MBA)
Un año después pudo reunirse con él, en Costa Rica, un país donde «las cuatro estaciones del año se viven en un solo día, al menos en la capital: amanecer radiante, con temperatura primaveral y sol del más legítimo de los veranos, que después de unas horas y ya entrada la mañana va perdiendo su claridad para anunciar, mediante un fugaz otoño nuboso de mediodía, la llegada de un invierno que todo lo oscurece por la tarde, que obliga a abrir paraguas y emborrasca el cielo y viene con su acompañamiento infalible de truenos, relámpagos y pedregales de agua, que horas después, la tierra ha absorbido para bebida de los sedientos vegetales que colorean de verde al país entero» (“Mientras dura la espera”, cuento de MBA).
Cuando llegó a Costa Rica, se sentía «el ser más desgraciado«. Ni siquiera le interesaba comer. Lo único que quería era no trabajar como profesora. ¿Cómo hacerlo, si la vida le había jugado una mala pasada? «Para ser profesora hay que tener muchos libros y yo no me los podía traer. Dejé todos mis libros en Chile, solo me vine con una maletita. Lo que me salvó la vida fue llegar al lado del poeta Alberto Baeza Flores, chileno, que en ese momento era el director de la biblioteca del Centro de Estudios Democráticos de América Latina (CEDAL). El trabajaba al lado de los libros. Don Alberto me dio un puesto de correctora de estilo. Mi tarea consistía en corregir todas las ponencias de los seminaristas. Estuve allí casi cinco años, ganando nada, pero sí lo suficiente para pagar el alquiler de la casita minúscula en que vivíamos. A don Alberto le pedí que me informara sobre la literatura costarricense y que me recomendara libros. De los escritores nacionales, yo solo conocía a Joaquín Gutiérrez«. (MBA)
Myriam había dejado atrás muchos y sufridos años de labor docente, en provincia y en Santiago; había escrito varios textos didácticos, algunos junto con Raúl (Nuevo concepto de composición en la enseñanza del castellano (1971); La puntuación al alcance de todos (1972); Descubriendo Chile y otras tierras (1970), Hombre y sociedad (1971); El hombre en el mundo (1973); ensayos sobre literatura y lingüística; y dos libros de cuentos galardonados con el Premio Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago de Chile: Las otras personas y algunas más (1971) y Tribilín prohibido (1974).
Instalarse en Costa Rica significaba partir de cero. «Llegar en condiciones miserables como llega una a otra parte, cuando sales por las causas por las que yo salí y ves que todo lo perdiste, que tu esfuerzo es nada y vas a tener que comenzar de nuevo a una edad en que ya no tienes la paciencia que habrías tenido a los veinte años«. Un día, como dice ella, «tuve la audacia de ir al periódico La República y decir que yo podía escribir algo sobre gramática. Me inventé una página que se llamaba “Rincón del idioma” y corregía en ella algunos de los que, para mí eran gazapos horrendos y explicaba la razón. Estuve ahí unos tres años, ya que no sólo mantuve esa sección, sino que escribí artículos sobre temas culturales variados. Por supuesto que no me pagaban nada, pero yo necesitaba darle sentido a mi vida«. (MBA)
Una lucha tenaz de fecunda labor, como dice el himno de su patria adoptiva, la llevó por los periódicos Excelsior, La República, La Nación, Semanario UNIVERSIDAD, diversas revistas especializadas y, finalmente, a las aulas universitarias. Su trabajo como productora académica en la Universidad Estatal a Distancia (UNED) es altamente valorado por Myriam, en lo personal. Reconoce esta experiencia como la oportunidad de darse cuenta, primero, de que era capaz de guiar a otra gente en su trabajo, y segundo, que también podía elaborar sus propios textos didácticos.
En medio de las tormentas tropicales y de otras índoles, de los vinos y las empanadas en compañía de otros chilenos en las mismas condiciones, con quienes se juntaban a llorar, a lamentarse, a reconstruir paisajes y a soñar regresos, la «vida en borrador» que sentía vivir en Costa Rica, se iba afianzando. Los «dinerillos«, ya dicho muy a lo tico, que lograron reunir entre su salario y el de Raúl –agregados a otros que les había producido el alquiler de la casa que aún les quedaba en Chile y que muy trabajosamente les administraba su madre−, les permitieron, cinco años después, endeudarse en la compra de una casita pequeña frente a la de Joaquín Gutiérrez y Elena Nascimento.
Tal vez este vecino nunca relacionó la vida de Myriam en Costa Rica con La hoja de aire, esa que se cuelga de un hilo en un lugar donde le dé el viento y luego le nacen hijitos. A mí se me antoja parecida. Han nacido muchas matitas con raíces, muchos sueños grandes y otros chiquitos; y a otras matitas se las ha llevado irremediablemente el viento.
Por ejemplo, en 1975 −apenas un año después de su llegada a Costa Rica−, obtiene el segundo premio en el Primer Concurso de Novela Corta convocado por el Instituto Venezolano de Cultura Hispánica, por su obra Tábula rasa; en 1978, Myriam gana el Primer Premio de Cuento en los Juegos Florales Centroamericanos de Quetzaltenango, Guatemala, por su obra Que Dios protege a los malos, una alegría inmensa que la dictadura no la dejó disfrutar, pues en 1979 le es negado el ingreso a Chile en razón de su obra literaria. «Es un decreto, señora. Usted puede pedir reconsideración. Pero cómo iba a pedir yo reconsideración. ¿Acaso iba a prometer que dejaría de escribir?«. (MBA)
En treinta años de exilio, solo una vez −y por una semana− ha estado en Chile de nuevo. Una agenda apretada en donde las nostalgias, los reencuentros y los abrazos habilitaban desayunos, almuerzos y frugales onces. En fin, la vida a bocanadas. Sin embargo, estuvo en un Chile donde ya se sintió extraña: ella y su país cambiaron a la distancia, al margen, cada uno por su cuenta.
«Yo para Chile no significo nada«, me aseguró cuando hablamos de la relación literaria con su país natal. «En Chile no hay el menor interés por mí. Salvo un par de queridos amigos poetas que recogieron mi obra y la presentaron a la Academia Chilena de la Lengua. El feliz resultado fue el honor de nombrarme, en 1995, Miembro Correspondiente en el Extranjero (Costa Rica) de tan distinguida Academia«. (MBA)
En Costa Rica, Myriam también es miembro de dos importantes consejos editoriales: Suplemento Libros, del Semanario UNIVERSIDAD y la Revista Nacional de Cultura de la Universidad Estatal a Distancia; asimismo, ha sido distinguida con el premio único de cuento en el Certamen UNA-Palabra, convocado por la Universidad Nacional de Heredia, por el libro Del Mapocho y del Virilla (1980) y en dos ocasiones con el Premio Nacional Aquileo Echeverría de cuento, convocado por el Estado costarricense, por Una ponencia y otras soledades (1999) y Los ruidos y Julia (2005).
Dieciséis libros de cuentos y uno de novela −además de once antologías en que figuran cuentos suyos−, designaciones y premios nacionales e internacionales, hablan de una mujer perseverante, quien superó el infortunio del abrupto trasplante a base de trabajo, de continuo aprendizaje y de la sonrisa, a veces risa y a veces llanto, que implica el ejercicio de la palabra, sobre todo cuando en algún momento nos ha sido negada.
¿Se quedarán en Costa Rica?, me atrevo a preguntarle. La respuesta es inmediata:
«Ya nos quedamos. Aquí hemos hecho nuestra vida, tenemos muchas amistades y un trabajo que nos gusta. Por otra parte, la verdad es que me he hecho escritora aquí. Nunca habría escrito lo que he producido sin la experiencia costarricense, aun cuando me preguntan si mi literatura es chilena o costarricense. Yo diría que simplemente es literatura. Toda la vida voy a reconocer que los ticos nos recibieron en forma excelente. Nunca sentimos que nos miraran en menos, que nos creyeran diferentes porque veníamos después de un golpe político. Siempre me han tratado con mucho respeto y todo eso ha hecho que, además de profundamente agradecida, nunca me haya sentido extraña«. (MBA)
Sin duda, Myriam y otros tantos artistas oriundos de Chile son habitantes significativos de nuestra comunidad, y sobre todo, expresión de lazos indelebles entre ambos países. Ella ha decidido quedarse en suelo tico, pero tal vez, una hoja de aire pueda llevar sus libros a Chile.
Han pasado treinta y tres años desde que ardieron las alamedas, desde que quemó las naves y dejó sus libros queridos, desde que le asaltaron sentimientos encontrados. Quise preguntar: ¿qué es la patria, Myriam?, cuando su mano me señaló la mesa puesta para unas onces.
(Entrevista efectuada a Myriam Bustos Arratia en San José, Costa Rica, abril 2003).
Obra narrativa de Myriam Bustos Arratia (recuento actualizado al 2013)
- Las otras personas y algunas más, 1973, 1978
- Tribilín prohibido y otras vedas, 1978
- Que Dios protege a los malos, 1979
- Del Mapocho y del Virilla, 1981
- Tres novelas breves de Myriam Bustos, 1983
- Rechazo de la rosa, 1984, 2008
- Reiterándome, 1988
- El regreso de O.R., 1993
- Cuentas, cuentos y descuentos, 1995
- Cuentos para almas diáfanas, 1993, 2003
- Recuentos: más cuentas, cuentos y descuentos, 1996
- De pluma y de plomo, 1997
- Aprendiz de investigador, 1998, 2005
- Una ponencia y otras soledades, 1999
- Objetos interiores, 2000
- Temas recurrentes, 2002
- Inefable animal humano, 2003
- Los ruidos y Julia, 2004
- Microvagancias, 2005
- Esto no tiene nombre (microrrecurrencias), 2007
- Traspié entre dos estrellas, 2009
- Las cosas no son tan simples, 2010
- El mundo no es lo que parece, 2012