Tras el itinerario vital de Roque Dalton

El Salvador, Chile, Cono Sur, México, Cuba, Checoslovaquia, Europa, Vietnam, El Salvador.   Marcan el itinerario cíclico del poeta.  Algunos puertos se repiten.  Otros apenas se insinúan en

El Salvador, Chile, Cono Sur, México, Cuba, Checoslovaquia, Europa, Vietnam, El Salvador.   Marcan el itinerario cíclico del poeta.  Algunos puertos se repiten.  Otros apenas se insinúan en su breve paso.  Cuarenta años de «residencia en la tierra».  Su constante peregrinar deslinda el lugar idóneo de la poesía.  Juego de sístole y diástole.  De salidas y entradas al país.

Hacia fuera se expresa el exilio con sus múltiples apelativos y nombres oscuros.

Viuda de los volcanes apagados

lejos del orden natural de las palabras

la noche donde el odio es impalpable olvidado

las cicatrices

el hijo pródigo

donde tu rostro comienza a hacerse débil

soledad de antiguas ruinas.

Hacia adentro se imprime el «in-silio».   Un exilio interior no muy lejano del que articula otro gran escritor salvadoreño, Salarrué (1899-1975).  «Estoy exiliado en mi propia tierra».  Su poesía le acuerda un sinnúmero de sinónimos transparentes.

 

 

EL OLVIDO

ahogado en aguas pútridas

las espinas de las rutas remotas

humedad agria

invitación a la locura

Mictlán

donde los férreos dedos del fango comienzan a tocarte con la sed del postergado y la del loco

donde nace la llaga y la ceniza

el lugar de las tumbas […] y la burla

flor monstruosa

por la puesta del fuego.

Más que territorio geográfico, fronteras fijas, la nación se derrama hacia los confines de sus límites materiales.  Se contrae hacia una experiencia interior que por momentos se identifica con la cárcel. El Salvador es un estado anímico.  Lo  define un misticismo nacionalista colmando cualquier institución y cargo oficial.

«Claroscuro» de la nación: exilio, in-silio.  El vaivén el poeta lo vive en reflexión y escritura.  Sin retiro, la nación salvadoreña se interrumpe.  Queda afónica.  Al menos permanece resquebrajada. Calco de «la experiencia americana» en el cubano José Lezama Lima, El Salvador posee dificultad de expresión.  De idioma, de una lengua que se articula con mayor facilidad en el exilio/in-silio.  El Salvador se esparce por fuera de «la raíz de la obsidiana profanada».  Si materialmente es «pastilla de veneno en mis horas», «microcosmos anacrónico con sus ojos descarriados», en arte es causa poética que dicta obras.

Como este país-obra que tengo «entre las manos», la nación existe al desvanecer la materia institucional.  Al volverse cosa poética.  La nacionalidad salvadoreña no vive sólo al interior físico.  Se expresa también en antónimos, en exilio y migración.  En la paradoja que une a la patria con la expatriación, obligada o voluntaria.  Terruño y destierro se engarzan en una sola unidad.  Más entrañable y profunda que la imagen de la vida.

ADN: principio que une los opuestos de la nacionalidad salvadoreña.  La unidad tierra-destierro, patria-expatriación, se enlazan en en-tierro.  En remedo de esta tarjeta, en la que el escritor tacha el nombre de El Salvador para reafirmarse como poeta salvadoreño en Cuba.  «Dos patrias tengo yo» :: «la esquizofrenia de  los poetas iletrados».  Tachar el origen y formar su propia nacionalidad en el exilio-in-silio.  Es tarea difícil pero productora, productiva.  Determinante de lo que somos en ex-sistencia.  Del vaivén tachadura-recuerdo, éxodo-retorno, mana la poesía del mejor poeta salvadoreño del siglo XX.

Concretamente, pensemos La ventana y Los testimonios sin México.  El mar, El turno y  Los testimonios sin  Cuba.  Taberna y Miguel Mármol sin Praga.  La paradoja: la tierra es destierro y en-tierro.  El poeta se arraiga más a la tierra por el exilio-in-silio que al permanecer enterrado en terruño.

Dislocamos la lógica utilitaria. El Departamento 15, el del exilio, y el 16, el in-silio, no sólo producen divisas. Cual las remite el treinta por ciento de los salvadoreños que residen en EEUU.  Producen buena parte del imaginario poético salvadoreño. La nacionalidad jamás se auto-contiene.  Desborda por fuera de sí, para luego proyectar una figura imaginaria de sí desde adentro.

* *

El  reto era hacer con una obra poética lo que K. V. realizó con Mozart. La Poesía completa del escritor responde a este desafío.  Debíamos recopilar una obra dispersa, ordenarla, compararla y fijar el canon. Esta fijación sería paso previo a cualquier interpretación.

El problema era arduo. Primero había que rastrear poemas diseminados, enterrados por años de olvido.  Incluso por el mismo poeta.  En su manía correctora no sólo nos lega la compleja misión de recoger escritos que ignora en sus tres volúmenes manuscritos de Poesía completa (1973). También nos desafía al entregarnos tres versiones distintas de La ventana en el rostro (1961), cuatro de El turno del  ofendido (1962), dos de Los testimonios (1964) y cuatro repartos distintos de los poemas conclusivos de este último poemario en estratos.  Luego había que datar, cotejar y anotar variaciones.

Nos intrigaba aclarar una dinámica entre lo añadido y lo borrado. El juego de complementarios lo percibíamos como reto a la crítica que rechazaba toda distancia entre ser y querer-ser.  Entre lo que fue el poeta y lo que hubiera querido ser.  La vida a medio camino de la realidad y el deseo.  Su gesto era réplica de otros homónimos. R. D.: «el pesar de no ser lo que hubiera sido/la pérdida del reino que era para mí». El pasado: posibilidad abierta de recreación poética desde cada uno de los momentos vividos en el presente.  Los hechos los reemplaza la poesía en fábula ritmada y gloriosa.

Hay lo que borra del pasado, lo que se conserva y lo que se añade retrospectivamente.  De nuevo se insinúa el triángulo patria-exilio-in-silio, tierra- destierro-en-tierro. El tríptico es la  revancha del poeta contra toda idea simplista que evade recobrar un legado complejo.  Con altibajos de mareas en muda y luna con fortuna variable. Que no reflexiona sobre los originales y la manía correctora guiada por la pasión y la marcha.

Las variaciones las autoriza su opción por escribir en curso. Según el dictado del fragmento y la vanguardia. En el poeta no hay lugar para cronologías rígidas ni lineales.  Cubista en su forma, surrealista en su expresión, los poemas dislocan toda temporalidad recta. Cambian de posición y alternan orden de versos, de capítulos y libros.

Provocador, el asombro depone la fe de cualquier lector ilustrado. Por «azar objetivo» encuentra en anaqueles intactos una Biblia apócrifa e inédita.  Al  hojearla repara en omisiones sencillamente radicales.  Piensa en el Génesis sin el versículo 1:27, o bien sin el 2:22.  Más drástico anota la falta de un relato de creación que justifique ingerencias divinas en presupuestos «diseños inteligentes». Piensa también en Evangelios que dan cabida a voces femeninas autónomas. Tal cual el escritor anhelaba recrearlas en el proyecto truncado de Los poetas (1964).

* * *

El volumen I de la Poesía completa se compone de «Poemas tempranos (1956-1961)», La ventana en el rostro (cotejo de la edición príncipe (1961) con dos versiones distintas), El turno del ofendido (cotejo de la edición príncipe (1962) con tres versiones distintas) y El mar (1962, casi sin alteración). Frente a este último poemario callamos. El poeta lo juzga de una factura tal que lo deja sin corregir.

Los «Poemas tempranos» el escritor los elimina en su integridad. Confiesa su intención por hacer tabula rasa del pasado juvenil. Casi ningún poema aparece en el manuscrito Poesía completa que prepara en 1973.  Salvo  los que recoge para La ventana. Los restituye la renuencia de una historiografía literaria por aceptar el olvido.  Su restitución complica la crítica. Ya no satisface declarar «esto escribió el poeta».  No hay gesto simple sino duplicación en espejeo: «esto escribió» y «esto tachó». Origen de una tríada: «esto añadió retrospectivamente». El engarce tierra-destierro-en-tierro: memoria-olvido-retrovisión.

La ventana es su primera antología. El proceso selectivo inicial que el poeta le impone a sus «poemas tempranos». «Desde el futuro», añade dos poemarios: «Poemas de la URSS» y «Para elevar la ira». Recompone deudas postreras con el pasado. En uno autoriza la exaltación ortodoxa de lo soviético.  Quizás. O, en su envés, reconstruye la vivencia personal del socialismo realmente existente. En el otro denuncia dictaduras militares que lo obligan al exilio en México. A volverse profesional de la cultura en Cuba. Acaso el escritor retorna a una «escena primitiva» que flota como aura ulterior en el presente. A la causa originaria que no fue tal, sino para la presencia que la reescribe en la nueva memoria desde la  posterioridad.

Los asombros se reiteran. Borra lo que la  crítica respeta como uno de sus poemas tempranos más logrados: «Canto a Anastacio Aquino». Loa al primer movimiento indigenista en El Salvador independiente (1832).  El indígena literario no se calca del antropológico.  Su rescate lo dicta una estética nerudiana.  En 1963, al  renegar del credo chileno, al afirmarse vallejiano, a su memoria se le exige olvidar el pasado.  Deserta del academicismo y del estribillo en letanía para  palpar la vivencia cruda como fuente poética.

El turno pacta una recomposición cubista de los poemas.  Su posición aleatoria y cambiante intuye vínculos estéticos apenas insinuados.  En la edición príncipe marxismo y feminismo se codean en sus proyectos revolucionarios sin acuerdo: «Marx», «Te amo», «Desnuda».  En los manuscritos revisados, «con la sed del criminal y del loco» el poeta retorna a la escena originaria de su vocación cristiana: «Cristo», «Marx», «Pobre verdugo».  El anhelo colegial triunfa en la madurez.  Mario, personaje de Los poetas (1964), sentencia el giro cristo-marxista.  «Vos pasaste de la Iglesia al Partido Comunista, porque tu devoción primera se volcó en obediencia al segundo».  La fe en el inevitable reino de este mundo, «porque ser jesuita y comunista es la misma vaina».  Vocación religiosa interrumpida, continuada en lo político.

* * * *

Con esta recopilación de la Poesía completa I -los volúmenes II y III, porvenir antes del fin de año-contribuimos a la crítica del escritor.  Situamos su obra y su pensamiento poético en el medio de tres aristas: lo que se tacha y olvida, lo que se conserva y recuerda, lo que se añade y reinventa del pasado.  Pasado ulterior y futuro anterior se conjugan en una presencia que se interroga.  El origen -toda «retroducción»- es reconstrucción postrera de un pasado que no sólo fue.  De un pasado ulterior que no pasa.  Diferido.  De su mansa blandura manan posibilidades de ser añoradas.  Potencia sin acto que dirige la voluntad por un futuro siempre anterior.  De una «introclusión» anticipada.

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