Las humanidades, su manifestación y crítica

Estas reflexiones continúan unas que expuse en “Preguntas sin fin”, aquí el 14/8/2013,  respecto al libro de don Claudio Gutiérrez, Ensayos sobre un nuevo

Estas reflexiones continúan unas que expuse en “Preguntas sin fin”, aquí el 14/8/2013,  respecto al libro de don Claudio Gutiérrez, Ensayos sobre un nuevo humanismo: Genes y memes en la era planetaria (2006). Como sugiere el mismo autor, leo la obra en el orden que se me ocurre: anteriormente, me referí al prefacio, la primera colección, Tema 1; ahora comentaré parte de la cuarta colección, Tema 2.

Respecto a genes y memes, me pregunto si no son portados en sendos cuerpos o conjuntos y ¿cómo son ellos? En el caso de los “genes”, ¿el cuerpo sería material y en el de los “memes”, sería mental? ¿En qué se diferencian y cómo se relacionan estos? ¿No habrá aquí un problema de “huevo-gallina”? En cuyo caso, ¿cómo se resuelve? Temo que precisamente en eso consiste una de las grandes insuficiencias o dudas que surgen en mi pensamiento sobre los planteamientos de don Claudio, a lo largo de  la obra.

En general, necesitamos rescatar la filosofía y la ciencia de la tautología y la tecnología;  en especificidad, necesitamos pensar en humanidades antes que humanismo, como hacía Rodrigo Facio, contrario a lo que intenta hacer Claudio Gutiérrez, prematuramente. Digo eso con la significancia de quien habla en un pequeñísimo rincón dudoso de su propia consciencia, frente a cualquier otro cuya autoridad es similarmente precaria en un mundo infinitamente grande.

La gracia −interna o invisible− de la humanidad es cuando menos triple: respeto, diálogo y amor. Lo primero es reconocer en otro lo fundamental o principal de uno mismo: un preguntar sin fin; una búsqueda permanente cuyos encuentros nunca satisfacen plenamente.  Lo segundo es intercambiar con otros, complementando y suplementando lo propio, sin negar ese fundamento. Y lo tercero es un compromiso inconmovible de unidad en lo primero y segundo.

Heurísticamente y figurativamente, aquí aplico manifestación −externa o visible de esa gracia− como posibilidad d una raíz latina común manu, en mano desarmada, ofrecer la mano y rodear al otro con las manos (y brazos). Lo primero mostraría que no hay intenciones agresivas; lo segundo verificaría o confirmaría ese desarme, tomándose de la mano; lo tercero permitiría una más amplia verificación manual de que el otro tampoco trae armas en su atuendo y otras partes de su cuerpo.

En medio de todo ello debe primar la crítica y autocrítica. En ese sentido,  he  repetido sin cansancio lo dicho por don Rodrigo Facio sobre la Universidad:  como institución producto de la historia nacional, ella refleja los defectos así como las virtudes de Costa Rica;    entonces, su misión debe ser corregir esos defectos y cultivar esas virtudes en su propio seno, como ejemplo viviente y consciente para  la sociedad entera. Esto significa, decía don Rodrigo, que a cada ciudadano de la Pequeña República Universitaria le corresponde  aplicar su propia inteligencia y diligencia para reflexionar y construir sin cesar.

Por eso, junto con siete colegas universitarios de  Europa y Estados Unidos, dos académicos de Costa Rica emprendimos una crítica al pensamiento de Stephen Hawking −el más  afamado  pero equivocado físico  de esta época− y quienes coinciden totalmente o parcialmente con él aquí y en el resto del mundo, incluyendo, en tal eventualidad, a don Claudio Gutiérrez. No creemos que se haya, ni se está dando la última palabra en filosofía y ciencia, como ellos proponen o insinúan. Nos unimos a Ilya Prigogine (1917-2003) y otros quienes sostienen que la ciencia se encuentra apenas en sus albores y la filosofía está “vivita y coleando” hoy, más que hace 2500 años, cuando surgió. Sí disponemos de una maravillosa tecnología derivada de  la ciencia aún en su actual infancia; pero es precaria y peligrosa. No permitamos que sea convertida en  una especie de “becerro de oro”,   alrededor del cual los israelitas  danzaron, como sustituto del Dios Eterno de Moisés,   cuando éste los dejó por unas pocas semanas para subir al Monte Sinaí.

Seguiré leyendo, con  el cerebro abierto, como decía  Paul Erdos. Espero ser corregido  donde  me estoy equivocando o lo haré yo mismo, más adelante, al ahondar más y entender  mejor ese sugestivo y atrevido libro.

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