Vértigo de la mano del escritor

“El jabalí de la media luna”Adriano Corrales AriasCuentosUruk Editores
2013El universo literario del Jabalí de la media luna marca con claridad un gusto refinado por

“El jabalí de la media luna”

Adriano Corrales Arias

Cuentos

Uruk Editores

2013

En la dedicatoria que me escribiera el autor se clarifica que estamos a punto de iniciar una lectura donde “…la imaginación podría defender a la realidad como realidades posibles”. Puedo confirmar que estamos frente a un grupo de cortas narraciones donde se entrecruzan constantemente las realidades más atípicas con los productos de  nuestra imaginación. Un grupo de relatos cargado por imágenes relampagueantes que consiguen un efecto puntual y cumplido: captar la atención inmediata de quien sostiene el texto.

El universo literario del Jabalí de la media luna marca con claridad un gusto refinado por el erotismo, la seducción, el romance, el juego de los amantes y las pasiones fugaces/turbias. A lo largo de los relatos se entremezclan estos elementos de manera estable, con regularidad permanente; sin disiparse en ningún momento. La intensidad de los amores, de sentimientos desbordados y la necesaria profundización psicológica en la angustia o felicidad de los personajes, no se reduce en ningún momento: somos testigos directos de su felicidad o igualmente de su desolación.

Lo anterior se acompaña con una marcada incertidumbre/tensión que siempre desemboca en un final no necesariamente reconciliador con el Fatum de los personajes. En algunas ocasiones el relato se cierra con la desesperanza, cosa que no puede dejar al lector desprevenido; es el caso de Magaly, donde su personaje principal termina descorazonado, abandonado en medio de la jungla de cemento de San José, figurándose cualquier cosa al ser despojado de la posibilidad de encontrarse con el objeto de su afección, una joven que lo desvela y lo atribula. Al otro lado de su frustración hay una voz que le niega la posibilidad de hablar con la mujer a la que busca. Una pesadilla completa.

El lenguaje está bien cuidado, trabajado con esmero y con la precisión del taller de un alfarero, pero guarda, al mismo tiempo, la paciencia del pescador que busca afanosamente el tiempo de su mejor suerte para salir al mar. Es esta una de sus mayores fortalezas: nunca se cae en lo burdo, lo pesado o lo aburrido; más bien alimenta un aprecio en el lector por el esmero que se le brinda a los detalles; siempre está presente la estima por la belleza literaria y no el simple ejercicio de la narración por la narración.

El retrato de nuestro presente se mira como un panorama polimorfo. Se acude con precisa claridad geográfica a descripciones de lugares conocidos de San José y Costa Rica; lugares objeto de culto urbano popular donde irrumpen las clases medias universitarias (Fito’s Bar), o la presencia de lo rural (La Marina de San Carlos). Lo atestiguan relatos como Blanco y Negro, L y M, o Jabalí de la media luna: las fronteras espaciales se difuminan por la presencia de lo europeo en el primer caso, lo caribeño en el segundo y las particularidades de lo centroamericano finalmente. Es un gesto bien cuidado por parte del autor que no olvida incluir las tres dimensiones, dando a cada una de ellas su propia especificidad. Se invita a la complicidad del lector que sabrá acuerpar una escritura que navega en diferentes aguas y que no se limita al espacio de la Costa Rica actual; otro mérito que apuntamos al libro.

Una diversidad de sugerentes visiones de lo contemporáneo se construyen desde el fondo y dan como resultado una frondosa imagen de nuestro tiempo, nunca idealizada ni bucólica, sino más bien realista. Se expresa con claridad la mezcla de lo contemporáneo con elementos del pasado; desde el lenguaje caribeño, como la santería o la mezcla de creencias tradicionales, hasta la denuncia del hiperconservadurismo reinante que mezcla lo judeocristiano y gamonal (La Boda).

Rescato cuatro textos: La audiencia, La carta, L y M, y ¿Quién me ha robado el mes de abril? En La audiencia se refleja con precisión la atmósfera patriarcal de añeja data en nuestras sociedades. Un director de sede universitaria se apresta en su oficina a recibir a una estudiante sobre la cual pesa un expediente disciplinario. Queda claro que la estudiante no está dispuesta a ceder nada, conoce muy bien su posición en el ajedrez y sabe que tiene los recursos suficientes para no capitular de inmediato y al menos pactar tablas. Y lo consigue. Bajo la astucia de la razón y de una encarnada seducción, invierte los papeles iniciales pasando rápidamente de asediada a la que conductora del hilo de la discusión. “Errar es de humanos”, dice con contundencia, “pero no todos pagan por sus errores”. El director, que sabe a la perfección de sus propios errores, no tiene más que decir y sólo le queda dirigirse hacia el desenlace inevitable: obviar el proceso disciplinario en curso desde la  perspectiva lujuriosa mediante el intercambio de los favores carnales de la ofensora. Lo evidente no da mucho espacio para la imaginación.

Lo interesante es la construcción del retrato minucioso de los personajes; ambos se enfrascan en un juego estratégico sin desgastarse para obtener su cometido, pero en el fondo de las cosas (cada uno a su propia manera), se alza finalmente con el triunfo. Por un lado se disipan los nubarrones de cualquier suspensión administrativa, y por el otro hay un acceso a la intimidad. Decidir quién es ganador y perdedor resulta discutible.

La Carta estamos es un relato conmovedor: un preso decide escribirle a su compañera sentimental para relatarle cómo vive la angustia desde la cárcel, sus condiciones de vida y lo que le espera en los próximos  30 años: vejaciones, humillaciones, droga y más. Profundiza en las abundantes consideraciones del presidiario: ¿Por qué hizo lo que hizo, cuáles son sus razones; lo harto que se encontraba de soportar la explotación y el maltrato laboral de parte de sus patronos, razones suficientes, en su lógica, para meterse a realizar un asalto “a lo grande”.

Irónicamente, el hombre de procedencia humilde, a duras penas sabe leer y escribir, se apoya en unos de los señores del Banco Anglo, preso como delincuente de “cuello blanco”. “Yo lo que quiero es que comprendás que no te puedo olvidar. Siempre estás presente en estas cuatro paredes, en los insomnios largos cuando suenan chunches y ladran perros y se escuchan unos alaridos horribles. Y además que entendás, si es que podés entender, que si estoy aquí fue por vos. Por vos lo hice, y aunque nunca conté con palmarme a un tombo, pues no soy un asesino, la vara es que solamente por vos me metí en esta historia…” (36).

En L y M se nos presenta una situación particularmente compleja. Es realismo mágico que profundiza en la santería y el misticismo propio de una locación como la del caribe cubano. La presencia de los espíritus de L y M (Laura y Marta), son consecuencia del ejercicio de la santería en una casa que debe librarse de la presencia de quienes en vida fueron sus dueñas. Mientras no se vayan los espíritus estos acecharán a sus habitantes. Cuando en una casa se ha ejercido la santería, los espíritus de los santeros hacen lo posible para correr a los inquilinos con toda clase de acciones insospechadas. En este caso se trata de una enfermedad que ataca al bebé de la familia, la cual sólo puede ser curada mediante el recurso a un nuevo ejercicio de santería. Los personajes sumidos en una ola de sinrazones (solo comprensibles en el mundo de la santería), se suman en una estrategia para curar el mal invisible. Sorprendentemente, el problema se soluciona. Todo sale tal y como se esperaba; lo que podría ser fruto de la imaginación más febril se termina presentando. La niña se cura de milagro. Me gusta este relato porque expresa un denso gusto por escenarios de la cultura caribeña que se mezcla de manera ecléctica.

¿Quién me ha robado el mes de abril? posee un encanto y frescura que lo llevan a uno a negarse a no amar a Jota A, una joven artista descrita con abundancia: “alta, rubia de cabello largo, ojos verdemarihuana y contornos bronceadamente alucinógenos.” (70); posiblemente el arquetipo de la belleza en nuestros países tropicales. Más allá de eso, se logra atisbar una fuerza impresionante en el personaje, una pasión ardiente que trasciende y que nos atrapa. Un torbellino de pasiones, droga y desenfreno desarrolla una situación inverosímil. Jota A entabla una relación amorosa con un hombre mucho mayor, y, justo en el momento en que todo marcha de manera óptima, empiezan a recibir amenazas por su vínculo. Como la lluvia que baja en un día radiante de sol, se provoca una esfera de misterio y zozobra con amenazas y personajes sospechosos que parecen mirar los movimientos de la pareja. El efecto de escritura queda claro, logra su propósito de manera inmejorable: el delirio de persecución es enorme por parte del narrador, justificadamente o no. Y justo cuando uno atisba la posibilidad de que el final de la historia sea malo, y todo parece indicar que no habrá final feliz, acontece algo inesperado que rompe con el tono de seriedad del relato. El escritor consigue su efecto de manera notable, nos ha llevado de la mano justo “al borde del precipicio” para finalmente sorprendernos. Relato cumplido. Experiencia de lectura satisfactoria.


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