Jhalá, calladitas y tontas más bonitas

Entre Oriente medio y Occidente, palabras que identifican polos de culturas con diferente evolución social, política y cultural, la humanidad se encuentra en proceso

Entre Oriente medio y Occidente, palabras que identifican polos de culturas con diferente evolución social, política y cultural, la humanidad se encuentra en proceso de una más violenta colisión por principios ideológicos, cuyo germen viene de la emotividad primigenia que implican los valores religiosos.

Si establecemos una relación de sucesos históricos, fuertemente arraigados y enganchados por la rueda de las ciencias sociales, el Occidente tradicional tiene su ojo naciente en la Grecia y Roma clásicas, unidas a la concepción judeo-cristiana del mundo, cuya fuente de rebelión y grito de libertad provino del “Éxodo” israelí de Egipto, el autóctono, el de las pirámides.

Mucho se critica a los occidentales, a su carácter abierto y sus prácticas hipócritas, pero ha sido la cultura judeo-cristiana y el derecho greco-romano los que marcaron cambios y orden de justicia universal en la cultura humana, su gran cantidad de subdivisiones y expresiones de convivencia y evolución social. No se vive solo en el mundo planetario, ni en el de la época del siglo primero después de Cristo, ni en los veinte siglos posteriores donde los caminos diversos sacan cresta y pezuñas, para mostrarnos más de la raza humana desperdigada en todas las latitudes y geografías conocidas; hay más de lo que apenas era un eslabón académico. Por eso, viajar por el mundo con los propios pies enriquece la visión y la evolución de nuestras percepciones.

En términos de una cultura humana, año 2000 después de Cristo, vista la geohistoriografía moderna y postmodernista y los sesgos particulares de los grupos humanos, vivimos tiempos mentales distintos, y aunque sea un hecho que el tamaño y circunstancia fisiocultural neutra del cerebro funcionan sin problemas de relación con la sociedad del pasado y las del presente, lo cierto es que muchas veces se impone el legendario garrote primitivo como símbolo de presencia, poder y ambiciones de control y dominación por dictados sacros escritos por humanos. De ahí la importancia de los Derechos Humanos, de las Naciones Unidas y de todos los  Estados y gobiernos que aceptan y firman cumplirlos, primero en el papel, luego en la presión de los connacionales y la comunidad internacional libre y democrática, con la variante de que algunos se adjudican y autoproclaman como el estado de la voluntad divina, soy yo. Ahí el garrote y su signo de muerte se tornan más sofisticados que nunca.

La adolescente paquistaní Malala Ysufzai, de tan solo 15 años, fue baleada a muerte por talibanes que aplican la ley del Corán para “castigarla”. ¿Qué vale una mujer, una niña normal, común y corriente en dicha cultura? Malala fue condenada a muerte por ese garrote solo por el hecho de promover la educación de las niñas. Esa educación ansiada, esa ventana que quiso abrir para traerle nuevos espacios de conocimiento y cultura a sus coterráneas, salir de la caverna y de la esclavitud directa en manos de los hombres de su comunidad, país y credo, es un grito universal de los Derechos Humanos.

¿Qué valor tiene una niña, luego mujer? Servir a sus amos hombres, ser objeto del deseo y del uso masculino para satisfacer sus impulsos sexuales y su látigo del desprecio por la vida humana, por la única de sexo femenino que crea vida en sí misma, que da hijos y perpetúa la especie. Malala levantó el estandarte de la igualdad entre hombres y mujeres, del derecho universal consagrado y firmado para que se la proteja, se la eduque libremente desde el origen de su comunidad, pero con libertad de conciencia y voluntad de realización independiente. Su iniciativa fue reprimida con la muerte, que no le llegó porque la bala no la mató, pero la dejó destrozada.

Esa niña Malala es el retrato, la imagen viva del calvario que pasan millones de niñas y mujeres en muchas regiones, países y culturas en el alba del siglo veintiuno, donde el fanatismo religioso y sus bases de convivencia planetaria están desfasadas de la realidad. No se puede volver atrás, vamos hacia un punto del horizonte que llama a unificar esfuerzos y prácticas de salvaguarda de libertad de acción y respeto soberano a la persona, desde su base, los niños.

Nadie tiene ley ni moral que justifique el intento de asesinato de esta niña. No hay castigo divino en manos humanas, eso se lo dejamos a Dios.

Malala se recuperó en un hospital de Inglaterra donde se ha incorporado a una vida regular de estudio académico a sus 15 años.

Malala Ysufzai es una de las nominadas al Premio Nobel de la Paz en el año 2013.

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