Gratitud y el arte de la paciencia

El otro día fui a la clínica Marcial Fallas, que es el lugar que me corresponde ahora para solicitar y retirar mis medicamentos mensuales.

El otro día fui a la clínica Marcial Fallas, que es el lugar que me corresponde ahora para solicitar y retirar mis medicamentos mensuales. Estaba esperando en una de las ventanillas y una señora muy amable se me acercó y me dijo: “¡Ya pronto lo vamos a atender señor!”. “¡Gracias!” le dije.

Estoy muy agradecido con  “la Caja”. Tengo ya cerca de veinte años de recibir los servicios que ofrece y ¡nunca me han fallado! Ahora, por si fuera poco, me dan generosamente frascos de Psyllium que es un medicamento muy bueno para las funciones digestivas. Si usted lo consigue en una farmacia particular le cuesta muy caro.

A veces he llegado a una de las ventanillas y le digo a la muchacha en tono de broma “¡Vengo a saquear la farmacia!” Me retiro con una bolsa llena de medicamentos,  muy contento y agradecido. Si fuera multimillonario, le donaría una gran cantidad de dinero a esta institución.

Ese día, como muchos otros, había muchas personas. Había que hacer fila y esperar: ¡tener paciencia! Desde hace algún tiempo me propuse reflexionar, para comprenderla mejor, la idea o concepto de paciencia y no dudaría en darle los nombres poéticos de “gran dama” o “noble princesa” de la psiquis o alma humana. El cultivo de la paciencia es fundamental en la vida. El hombre sabio trata de vencer a su terrible oponente: ¡la  impaciencia!

El par de esencias o pareja de contrarios paciencia-impaciencia es común, general en todos los hombres o mentes humanas, nos enseña el filósofo griego Heráclito Éfeso. ¡Nadie escapa de esta herencia espiritual o psíquica!

En los tiempos de Heráclito no existían psicólogos propiamente. La conducta o comportamiento humano era asunto de los sabios y filósofos. Y los sabios y los filósofos como psicólogos eran geniales. Y aunque no conozco todos los sabios de la antigüedad, puedo decir que las observaciones o doctrina sobre el alma de los que conozco son vigentes y válidas hoy en día, aunque ya pasaron muchos años desde su muerte.

El hombre que pretende ser culto y sabio debe cultivar la paciencia. Una personalidad en la cual domina la impaciencia muchas veces se vuelve exigente, intolerante, enojosa, precisada. Mucha veces las personas que hacen fila en “la Caja” o en los bancos pierden la paciencia, se intranquilizan, se molestan, comienzan a ver cosas subjetivas, como que no trabajan, que son unos vagos. Aunque quizá alguna vez fuera cierto, la mayoría de las veces no lo es. Hacer fila debe tomarse como una prueba de control o dominio de la impaciencia.

La impaciencia es un sentimiento muy peligroso. Por ser impacientes podemos tomar malas decisiones. Por impaciencia y desesperación, hermanas de la necesidad, podemos ensuciarnos o corrompernos. ¡Hay que tener cuidado, estar alerta! La impaciencia a veces puede angustiarnos. Lo mejor es, a nuestro juicio, saber esperar. La paciencia es la fuerza de la esperanza.

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