Gatos competitivos tres

“… el sistema de valores del siglo XX, que parece ser el que estamos poniendo en práctica también en el siglo XXI, es un

En la cumbre americana (solo un decir) de abril pasado Óscar Arias no se limitó a remitir a los presidentes del hemisferio a la pueril gatología china e intimarlos al olvido de los “ismos” para embarcarse en el pragmatismo (cuando la ruina de un tipo de capita-lismo forzó a todo el mundo, excepto a Bush Jr. y al presidente del Banco Central de Costa Rica, a debatir ideológicamente sobre el mundo que se quiere y cómo lograrlo), sino que buceó en las abismos de su alma para vocear una sentencia que condensa una creencia memorable:

“… el sistema de valores del siglo XX, que parece ser el que estamos poniendo en práctica también en el siglo XXI, es un sistema de valores equivocados”. Frase sin duda más sabia que el gato que caza ratones pero no sabe para qué.

¿No será que la actual organización del mundo produce riqueza y mucha…, pero tam-poco sabe para qué? ¿O, peor, sí lo sabe, pero sus minorías podero-sas/opulentas/prestigiosas no pueden decirlo en público y pronuncian ‘pragmatismo’?

En todo caso, Arias embiste contra la baja escolaridad, el no pago de impuestos, el armamentismo, la flaca inversión social y el débil gasto en infraestructura en el subcon-tinente.

Incluso toca su historia, pero la reduce a que no tuvimos un John Winthrop (pu-ritano intolerante, terrateniente, fundador de Massachussets, quien reservaba la autori-dad para los escogidos por Dios; la gente común debía obedecer).

En efecto, los “johnies winthropes” iberoamericanos fueron católicos señoriales para quienes el imperio  político venía de Dios pero también la propiedad y la riqueza.

Los winthropes de acá constituyeron Estados patrimonialistas y clientelares que cautelan, hasta hoy, la inserción de la región  en el ‘orden’ global bajo formas periféricas y subordinadas (no nos impide tener opulentos. Más bien los crea). Pero Arias no deletrea terratenientes, banqueros, comerciantes, ‘señores’, tecnócratas, iglesias, estructura interna de clases. Solo apunta efectos, sin referir el santo.

Dentro de estos efectos estarían las universidades (públicas, obvio) latinoamericanas que ‘viven en los años sesenta, setenta u ochenta’. Varadas en el pasado, olvidan que en 1989 “cayó el Muro de Berlín” (no cayó; lo botaron esas gentes que Winthrop valoraba chusma). Arias denuncia que las universidades siguen ideologizadas sin reparar en el Pragmático Big Cat Chino. Desde luego, “universidades’ es una abstracción. En todas ellas suelen existir unidades, escuelas y facultades, buscando clonar a diminutos, pe-queños, medianos y grandes gatos chinos. La universidad obsolescente parece nuclearse en ese derroche constituido por ciencias sociales y humanidades.

Pero, ¿no es en ella donde, también, se discuten y critican los “sistemas de valores de los siglos XX y XXI” que Arias valora “equivocados”, y donde se rastrean asimismo horizontes de esperanza?

¿No debería acudir a estas aulas el Competitivo Gato Chino para buscar comprender para qué caza ratones? Arias dice no. Gato dedicarse solo a cazar ratones.

Lo grosero de un ‘pensamiento’, escribió Anselmo de Aosta, no radica en los términos “cochinos” o en invectivas personalizadas. Se sostiene en la falta de respeto por uno mismo (en especial cuando se cree ser lo que no se es) y en ver a los otros como “bobos”. Una candidata presidencial, algo desubicada, se deja decir que “a Costa Rica (…) se la escucha mucho más allá de sus fronteras”. Si es por Óscar, qué color.

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