Mis venas no terminan en mí, sino en la sangre unánime de los que luchan por la vida,
el amor, las cosas, el paisaje y el pan, la poesía de todos. Roque Dalton
“Pasar la página”, dijo el gran señor presidente, palabras dignas de Ríos Montt, Videla, Strossner o Pinochet, por resumir unas décadas de terror a algunos apellidos que, en sí mismos, esconden las mayores perversiones.
Unos pocos años después, otro “gran señor” pronuncia esas mismas palabras del vencedor, y a pesar de la noche que se extiende sobre nosotros y nosotras, después de tanta crueldad nunca sobra preguntar ¿qué se llevan nuestros muertos cuando los olvidamos?, o como dice el “gran señor”, cuando “pasamos la página”.Un hogar, una familia, el luto por el que no vuelve o se demora por siempre en dar el abrazo que prometió. También recuerda la promesa por ese futuro dibujado en el aire de sus hijos, pareja o en el beso de sus padres y madres. La vuelta a aquel lugar donde juntos tomaban la taza de café antes de partir.
Se olvida también el recuerdo de un lugar y una vida construida a mano. Se va la esperanza y queda la tristeza, la rabia, la impotencia, quedan miles de abrazos sin dar, quedan besos inconclusos, donde todas las noches los labios que quedaron los buscan a la sombra del corazón.
Cuando su mirada es olvidada, desaparece aquella denuncia, aquel grito contra esta sociedad que los persiguió y no perdonó su rebeldía, ese sistema que oprime y explota, que margina lo diferente y castiga la inconformidad. Aquel despiadado paraíso donde privilegia la ganancia y la acumulación sobre la solidaridad y la fraternidad.
Por alguna macabra razón son extraídos de esta vida física, son privados de su existencia, de su derecho a amar, a soñar y pensar, se llevan consigo la cara del verdugo, su voz, su actuar, se llevan el cuándo, cómo, por qué y dónde.
Nuestros desaparecidos no cargan con resentimientos, ni son lugares comunes para la tristeza y desolación. Lejos ha quedado la resignación, la costumbre de aceptar esa voluntad ciega y bien intencionada de un destino mejor.
Ellos y ellas se despiden desde la fotografía que cuelga en los carteles o mantas que con digna rabia enarbolan aquellos a los que nos hacen faltan, se llevan en sus ojos el futuro soñado, la idea de un mundo muy otro, ese donde todos y todas tenemos cabida, y donde el “gran señor” y sus colaboradores son expuestos entre la dignidad y justicia de los que quedaron, y el silencio se rompe a pedazos.
Nuestros muertos no defienden espacios de reconocimientos, paredes frías de piedras talladas con sus nombres, superficie indiferente al paso del agua y las lágrimas de quienes un día abrazaron. Ni mucho menos banderas plegadas a media asta o minutos de silencio en partidos, iglesias y una que otra celebración.
Son grito, son rabia, son indignación, son memoria viva, que se calienta en la hoguera de nuestros corazones, que una vez más reunidos, recordamos y actuamos como lo hicimos junto a ellos, y hoy de nuevo lo hacemos, con su lugar vacante, pero junto a ellos en nuestra memoria y corazón.
Esos “grandes señores”, dignos representantes de la política del olvido, lo que buscan es acallar el grito, que desde sus imágenes pegadas en paredes desgastadas, o sus miradas inquisitorias en las mantas que avanzan en las avenidas, esas columnas de muertos que reclaman su lugar en la historia de los pueblos, desnudan su hipocresía.
A esos mismos “señores” que retan la memoria, los seguirán la justicia, y tarde o temprano los alcanzará, y junto a la digna rabia de aquellos que quedaron, el silencio oficial cederá al recuerdo vivo y rabioso de los corazones que esperan.
Si recordamos, nos queda la espera inquisitoria sobre ese poder que nos arrebató a nuestros hermanos, ese mismo poder será barquito de papel azotado por las olas de la memoria de los que siguen amando y esperando a los que hoy faltan, y no habrá constitución o libro de actas que sostenga o impida a la justicia y libertad de parir ese nuevo país, donde los que faltan y los que quedan se abrazan por última vez, para despedirse con un hasta pronto, y nunca más con un adiós.