Hoy, Ayotzinapa no es una diminuta e ignorada comunidad empobrecida situada en algún lugar del territorio del estado de Guerrero, en la República Mexicana. Es algo más bien distinto. Ayotzinapa es la expresión de un acontecimiento de alcances continentales y planetarios. Es por eso que desde Costa Rica no resulta nada fácil decir algo acerca de Ayotzinapa.
Nos hemos ido llenando de noticias frecuentes sobre secuestros, desapariciones, asesinatos, aparición de fosas clandestinas, que ocurren a lo largo y ancho de la enorme y diversa geografía de la República Mexicana. Esa situación ha llegado a provocar la emergencia de importantes movimientos de indignación y protesta, como el del movimiento estudiantil surgido en la Universidad Iberoamericana y que luego se desarrolló y expandió con la incorporación de estudiantes de otras muy distintas universidades. Pero también han sido importantes las caravanas que, encabezadas por intelectuales, han recorrido de un extremo a otro las tierras de la Adelita y de los “ojos de papel volando”.
Tampoco han faltado las voces que, además de las de la élite política y del gran empresariado mexicano, descalifican y recriminan la protesta. Hace algunos días, una joven mexicana que apareció en una “red social” compartiendo un sonriente abrazo con el actual Sr. Presidente de México, a propósito de los 43 estudiantes secuestrados de Ayotzinapa y que hoy no se sabe dónde están, decía algo así como que: “por eso los queman, por nacos”. En la percepción de esa joven, el secuestro, desaparición y asesinato es una responsabilidad de las propias víctimas; son ellas quienes lo propician y se lo buscan, “por nacos”. Naturalmente, podría decirse que esa es una forma extrema de manifestar el talante cínico y frívolo de algunas personas cuando se refieren a acontecimientos de la realidad en la que viven.
No obstante, el cinismo y la frivolidad desmesurada no solo tienen lugar cuando aparecen expresados en un comentario de “red social” como el referido. También tienen lugar en la indiferencia y en el silencio insolidario; en esa incomprensible insensibilidad con la que a veces -y no solo a veces- nos da por posicionarnos ante acontecimientos tan monstruosos, que por serlo tanto, hasta es difícil poder darles un nombre que los identifique. Las excusas para justificar la indiferencia, el silencio y la insensibilidad son diversas: “no se sabe qué es lo que realmente sucede”; “es probable que quienes se presentan como estudiantes, o como docentes, o como campesinos, o como indígenas, además de ser eso también sean integrantes de organizaciones criminales del narcotráfico”; o bien, como en Costa Rica, simplemente: “no me interesa; no es mi país”.
Me parece urgente que el tema de Ayotzinapa sea colocado en la agenda del análisis, la discusión y la reflexión en las comunidades académicas de las universidades públicas de Costa Rica. Ayotzinapa trasciende con mucho el contorno específico de lo que en México algunas personas califican como un crimen de Estado. Ayotzinapa es la expresión de una compleja realidad de marginalización histórica, ante la cual los pueblos agredidos responden con valentía y con una dignidad tan ejemplar que dignifica a la humanidad entera.