Aunque hoy en algunos países hay jueces defensores del uso de la toga como símbolo de “honor” y “dignidad”, me temo que con dicho alegato esconden el auténtico significado de poder que esta prenda tuvo entre los césares y emperadores de la antigua Roma. De esta forma, juez y toga equivalían a una sentencia sacralizadas por el poder frente a los “rasos romanos”, algunos de ellos tan dignos y honorables como los jueces, solo que carecían de toga.
No pretendo criticar ese pedazo de tela que a veces utiliza la magistratura; allá ellos si embutidos en ella aguantan su infernal calor; lo que trato de decir es que el juez y sus sentencias no tienen nada de divinos, nada de “profilaxis ideológica”, aunque a veces dichos veredictos sean de difícil comprensión para “los rasos” de la calle.
Recuerdo los primeros años en mi querida Facultad de Derecho, cuando una interminable lista de autores italianos nos hacían creer que bajo el modelo del que hablamos, hay solución para todos los casos y que el juez, cual mago de la nueva era, solamente ve el asunto, lo encuadra en la norma y ¡albricias! venga la sentencia.Si mal no recuerdo, es el exmagistrado de la Corte Constitucional italiana Gustavo Zagrebelsky, quien asegura que esta actuación del juez reduce la tarea de la magistratura a un mero servicio a la ley, con las nefastas consecuencias para el libre juego de las ideas, el debate franco y la humanización del mismo derecho. Entiendo que cada juez ocupa un lugar en la sociedad, pues todos comen, respiran, tienen su propia historia, sus aciertos, sus tropiezos, incluso algunos de mis excompañeros de facultad que hoy ocupan nobles cargos en la magistratura en aquellos años, hasta eructaban de lo lindo cuando nos dábamos las buenas comilonas en la soda de Derecho; pero no se vale que bajo la sombra de una supuesta “neutralidad ideológica”, recientemente dos de cinco jueces vean, por ejemplo, distintas las pruebas documentales, testimoniales y el mismo cuadro fáctico bajo la égida de dicha “neutralidad”. Supongo que muchos colegas saben de qué hablo.
Conociendo que sus fallos no tienen más allá, estos dos miembros de la magistratura casi acaban con 30 años de función impecable de un funcionario, solamente porque uno de esos que se creen dueño del puesto, vio ocho años atrás amenazadas sus aspiraciones como “jefe” en el Seguro Social.
Jefe, ese que llega y dice que recibió una llamada anónima y mandó a investigar a su subalterno (investigación espuria y con un operativo cual OIJ), para determinar luego del gasto hecho que el trabajador no laboraba, estando incapacitado.
Los mismos testigos de la demandada se enredaron en sus propios mecates durante el debate y nadie pudo acreditar que el trabajador rompiera su reposo médico, pero como la ley tiene solución para todo problema y lo que un magistrado diga en esta instancia es “santa palabra”, los indicios caen de perlas para atribuirle conductas inexistentes al pobre trabajador.
No desconozco que haya jueces que se creen “neutrales ideológicamente”; comprendo eso y lo respeto profundamente, aunque no lo comparto; lo que cuestiono es el posicionamiento ideológico que hacen sobre valores pertenecientes a todos los ciudadanos y que con la expectativa de hacer justicia, pueden imponer desde una pensión alimentaria (sabiendo que estando en la cárcel los hijos del sujeto sufrirán económicamente más), hasta decidir sobre el patrimonio, por ejemplo, de un desgraciado deudor de una letra de cambio, que se debate entre la vida y la muerte con un cáncer terminal.
Por el contrario, creo que en una democracia como la nuestra, si bien es cierto los jueces tienen facultades especiales, son −aunque muchos no quieran aceptarlo− abogados, esposos, padres de familia, hijos, abuelos, etc., que en ningún caso se vale se posesionen del pensamiento como si fuera el único en la sociedad. De eso no me enseñó nada como persona ni como abogado la Universidad de Costa Rica; por el contrario, estas posturas llevan al autoritarismo nefasto. Ante la más mínima sospecha de esos extremos, corresponde a todos denunciarlos, pues soy un creyente más −entre una mayoría creciente− de que la llamada “profilaxis ideológica” no solo es una enorme mentira, sino una tragedia, una desgracia para todos.