Desde los primeros años, cuando algunas tímidas medidas de carácter reformista tomadas por el presidente Hugo Chávez desataron el belicismo y la exaltación más desenfrenada entre algunos de los adinerados habitantes del Este de Caracas y su descendencia juvenil, dentro de lo que ha sido la constante exteriorización de una solución (¿semejante acaso a la solución final que se propuso ejecutar el régimen nacionalsocialista en la Alemania de los 1930 y 40?) a esos desafíos planteados a ellos por la existencia del chavismo y la Revolución Bolivariana, basada en el uso reiterado de la violencia callejera, pero sobre todo en la promoción del odio racista y clasista hacia los sectores populares que se identifican con el proceso de la Revolución Bolivariana, con el propósito de preparar −mediante el recurso del miedo− el retorno a la normalidad, por lo general basada en el sofocamiento de las expectativas sociales de las mayorías populares, la reasunción del control de la renta petrolera para el beneficio exclusivo de las viejas elites venezolanas y los intereses imperiales de más al norte del continente, además del retorno a los dictados de la banca internacional. Los sucesos del 11 de abril de 2002 que condujeron a un golpe de Estado, que les permitió a estos sectores de la ultraderecha sembrar un clima de terror contra las organizaciones populares y materializar la aparición de una cacería de brujas contra todo lo que oliera o fuera sospechoso de chavismo, son un buen ejemplo de todo lo que hemos venido afirmando en cuanto a la verdadera intencionalidad de las acciones de la derecha venezolana, dentro de lo que constituye el propósito no tan oculto que buscan materializar: la reconstrucción de su hegemonía total sobre el conjunto de la sociedad venezolana, sin importar el precio que haya que pagar.
El rotundo fracaso de los viejos partidos políticos, dominantes durante el periodo puntofijista de la IV República(1958-1998) de reconstruir su hegemonía, a partir de sus posturas presuntamente socialdemócratas(Acción Democrática) o socialcristianas (COPEI) y sus políticas derechistas vergonzantes, de corte neoliberal, ya fracasadas durante aquel período, terminó en una serie de derrotas electorales durante los primeros años de la Revolución Bolivariana y en el fortalecimiento de la hegemonía de los sectores de ultraderecha dentro de las fuerzas que se oponen al nuevo orden sociopolítico, surgido de aquella. De esta manera, el surgimiento de partidos ultraderechistas como Primero Justicia, alrededor del año 2000, encabezado por figuras como Henrique Capriles Randoski y Leopoldo López, quienes participaron en el golpe de Estado, de abril de 2002 y el clima de terror a que dio lugar, constituye el mejor ejemplo del predominio de la derecha fascista sobre los viejos partidos de la IV República.
Hoy se pretende desde los centros de poder de la dictadura mediática internacional y de la derecha regional, ahogar en sangre un proceso como el de la revolución bolivariana, con el que se puede estar de acuerdo o no, sobre todo acerca de la naturaleza de su régimen sociopolítico, pero que tiene derecho a ser tratado al menos con un poco de veracidad, cualidades de las que no han dado muestra alguna sus adversarios más encarnizados, para quienes los sectores populares de esa nación carecen de la condición de estar conformados por seres humanos, dentro de lo que constituye un primer paso para justificar su exterminio.