Es decir, aferrarse con todas sus fuerzas físicas, mentales y espirituales a su ingenuidad y al baldón del poder; despreciar su potencial de autogobierno y solidarismo; despreciar el auxilio de sus hermanos que, de igual a igual, estarían dispuestos a colaborar en la organización de sus vidas; sin odiosos intermediarios ni dependencias; sin poderosos ni lacayos; sin traidores.
La antítesis de los pecados capitales del poder sería una apología a la solidaridad y al libertarismo; un señalamiento al desprestigio de cada forma de mando político que ha subyugado al “pueblo corriente”, obligándolo a consumir una cultura de mercadeo de la ignorancia, el más sutil producto con que nos “educa” y nos anula el poder.
Sus contenidos pueden cambiar según los gustos y la semántica del estudioso. Ellos son siete y por ciertas semejanzas con los de la fe cristiana les hemos llamado “pecados”, pero en realidad son la fortaleza del poder: La mentira, la traición, el fanatismo, la arrogancia, el servilismo, la explotación y la injusticia. Hablaremos un poquito del primero, con la esperanza de poder referirnos a los siguientes en próximas ediciones.
La mentira es el principal combustible que usa el poderoso para impulsar su gobierno de desastre. En la mente de los pueblos engañados, la mentira se percibe o se descubre como simple esperanza fallida o como el error del gobernante, ya que llega casi siempre a ellos como frase “convincente y hermosa” del dirigente, y es difundida por los gobiernos a través de sus propios medios, que la venden al menudeo como “inocente y piadosa”.
Los “príncipes de los pueblos” engalanan sus mentiras con aburridas historias de decencia, lealtad, dignidad, sacrificio… que han sido repetidas por milenios; o sea, el trabajo del político ordinario consiste en amalgamar su mentira con el poder usurpado mediante la fuerza del Estado. ¡Trabajito sucio, pero bien pagado! Con la sorpresa y la noticia espectacular, ciertos medios usufructúan imponiendo el poder de la mentira; y con eso, la mentira en el poder.
Lo que mueve a la mentira ni siquiera es corrupción; es una forma de vida que le brindan los Estados a sus pueblos avasallados; y como suerte de armamento la mentira audaz es de lo más efectiva; sin rugido de cañones somete a pueblos enteros. Con mentira y sofocante propaganda, los gobiernos totalitarios, comunistas y capitalistas han oprimido al mundo entero y lo han golpeado profundo.
Por su parte, la política, la ley y la justicia, ¡a cual más de pervertida! Son hijas del poder y nietas legítimas de la mentira; el poder es el Estado concentrado en las manos de unos pocos ineptos, pero expertos en mentir para apropiarse el mandado.
La mentira estatal es una veta interminable; por mucho que se escarbe habrá siempre más mentira escondida bajo la “verdad” del poderoso.
Y para terminar, la ironía: apoyado en la mentira, el juicio del gobernado se convierte en aliado del poderoso al elegirlo con su “voto razonado”.
A todo esto, los filósofos susurran una protesta, pues son los forjadores del pensamiento y los productores del moribundo sistema; no quieren que las castas conductoras los usen como semovientes para cargar su mentira, ni que los pueblos los llamen “clientes del poder”. ¿Quién los entiende?
La buena noticia es que la política estatal tiene su tiempo vencido, porque el eje donde gira, apoyado en la mentira, está, por fin, desgastado y carcomido.
Hay mucho que decir de este pecado, pero a falta de espacio, solo diremos que…
La mentira disfrazada
Está en toda la cultura,
Y su poder lo asegura
Nuestra falsa democracia,
¡Una tremenda falacia
Y un discurso de basura!