La Ley General de Control de Tabaco (Ley 9028), en su artículo 5, inciso d, incluye «Centros educativos públicos y privados y formativos» entre los sitios donde se prohíbe fumar. La Universidad de Costa Rica, a través de la Vicerrectoría de Administración, tomó cartas en el asunto previa ratificación de la susodicha ley para regular a nivel interno.
Aunada a la aprobación de la ley en mayo de 2012, en el campus Rodrigo Facio se colocaron rótulos de prohibición del fumado, así como los de la campaña «Respira UCR!» (Sí; se imprimieron con un solo signo de exclamación) para acentuar lo que, se supone, era de harto conocimiento público.
Hasta ahí, respetable el esfuerzo; lamentablemente, la realidad discrepa: en noviembre de 2012, en un artículo aparecido en el Portal de la Vicerrectoría de Administración titulado «Prohibido fumar en la UCR», inquirí sobre los pasos concretos para denunciar a quienes infringieran la normativa. Desatendí la interrogante por algún tiempo; al día de hoy, nadie ha contestado.
Es indignante que se fume en el campus. No puede ser que personas que enfrentan con éxito problemas teóricos y prácticos en sus disciplinas académicas, no alcancen a comprender lo perjudicial del fumado, muy a pesar de los recordatorios «amistosos» del entorno. Se desprende de esto que la formación académica en nuestra universidad no coincide en todos los casos con el ejercicio responsable de la libertad.
Ya sea que se es tan estúpido que no se comprende que el obstinado vicio no es del agrado, con copiosa evidencia, de la mayoría; o bien, se es un majadero, un «dueño del mundo», un «yo hago lo que me da la gana», para quien son irrelevantes campañas, afecciones respiratorias, o el mero derecho de prolongar la vida en las mejores condiciones posibles. Es inaceptable pavonearse por ahí con pomposidad academicista y poseer a la vez una sensibilidad tan pobre.
Recientemente vi a un muchacho fumando justo debajo del rótulo de «Respira UCR!» que se halla a la entrada de Canal 15. ¡Era una foto de portada! Debí abordarle y, en tono amistoso, espetarle, – ¡Mae, acordáte que ya no se puede fumar dentro de la U! (con ese «vos» prefabricado para caer bien dentro de la U); y a cambio, la réplica ideal sería, – Cierto, disculpáme, ¡qué pena! ¡Gracias por recordármelo!
Sin embargo, la cordura no abunda en Costa Rica; antes bien, estar a la defensiva es casi la regla: no acepto pitazos en la calle; no me importa que mi radio importune la tranquilidad de mis vecinos; no permito que la «niña» me llame la atención en clase, etc. No me dirigí al joven, por tanto nunca sabré su reacción, pero no me extrañaría que con estoicismo hubiese tenido que aceptar un «¡no jodás!» , un «¡Sapo!», o un altisonante y colorido madrazo; la sorna vendría gratis en el combo.
¿Qué hacer? Bueno, sugiero algo muy modesto: a la manera de la propaganda en tiempo de elecciones universitarias, estudiantes designados(as) para dicho fin pueden extender el recordatorio de la norma periódicamente durante el semestre, aula por aula. Si las distintas partes de la comunidad universitaria están en la misma sintonía, es más fácil acabar con el problema.
No debería ningún individuo sentirse intimidado por exigir su derecho a un ambiente libre de humo, y no debería el estudiantado ni el cuerpo docente reaccionar negativamente si se le pide que por favor apague su cigarrillo dentro del campus. No quiero pensar que solo mediante intervención autoritaria se acceda a acatar una disposición tan sensata.
El esfuerzo no es monumental, pero la empatía y la conciencia no son tan fáciles de esparcir. La comunidad universitaria tiene el potencial intelectual, e idealmente la sensibilidad, para solucionar este problema; solo falta «eso» que ni las instituciones ni las leyes imponen: el compromiso propio.