De monstruos, jóvenes y reality show

El pasado 29 de junio el programa “Siete Días” hace un experimento con seres humanos, al estilo de Mary Shelley cuando

El pasado 29 de junio el programa “Siete Días” hace un experimento con seres humanos,  al estilo de  Mary Shelley cuando crea su obra “Frankenstein y el moderno Prometeo”. La producción sitúa a seis jóvenes en un centro penal con un objetivo explícito y varios velados, que finalmente el director del programa enuncia a partir de una pregunta: ¿Puede una visita de estas persuadir a que un menor no se convierte en un delincuente? Detrás de esta noción se traslapa una lectura particular del mundo, que caracteriza a una sociedad como la nuestra, prolija de “espectáculos” de esta naturaleza. Victor Frankenstein, el creador del “innombrable”, estaba obsesionado con crear vida de materia inanimada, una representación anclada en nuestra realidad, la confección de  engendros sociales y su exposición mediática para una cultura que parece los ansía. Al mismo tiempo que recupera crudamente cómo el Estado elabora la manera de brindar su atención a las personas que habitan en contextos empobrecidos. En el siglo XVI la cristiandad exponía a sus herejes en plazas públicas para persuadir las conductas obscuras. Novecientos años después,  tal cual sentido  propedéutico, moralizante e inquisidor, este ejercicio es reconfigurado tras el remake “enticosido”  de  la serie norteamericana  “Terapia de Shock” en su versión de “Siete Días”. Tal exhibición devela  un  atisbo sádico de cierto sector de la sociedad de aproximarse al universo de lo popular, al mundo de lo “ilícito”, de lo “prohibido”,  de lo “ilegal”,  es decir, al universo del “mal”. Y claro, para ello se aposta “Siete Días”, para saciar a todos aquellos que consideran que la única manera que  los jóvenes tienen para no lidiar con lo perverso es habitando el “infierno” y conociendo los “demonios” cuyas manos y gritos cual obra de Quevedo se salían por entre los barrotes de los impúdicos. “La calavera es el muerto, y la cara es la muerte, y lo que habláis de morir, es acabar de morir, y lo que llamáis nacer, es empezar a morir, y lo que llamas vivir es morir viviendo” (Quevedo, 1627). Ese pareció ser el destino que dibujaban los personajes carcelarios que brincaban del cielo al averno, como los consejos que no podían ser esquivados por los jóvenes y que se cristalizaba en un asentir –entre el pavor y la vergüenza– ,»…ves si no se portan bien les puede pasar esto…»,  «…ah y eso no es nada…». Así la culpa y la amenaza tan usada en nuestra cultura, sentenciaban a los muchachos mientras caminaban por los claustros de la Unidad de San Sebastián. Urlich Beck, sociólogo Alemán, establece que está sociedad individual y mercantil ha delegado simultáneamente en los sujetos, su éxito y su fracaso. Aunque claramente las causas de los mayores desastres en la economía, la política, o lo ambiental (como fue la crisis inmobiliaria del año 2008 que creó 60 millones de nuevos pobres en el planeta) no fuera producida por los jóvenes de las clases empobrecidas, sino por grupúsculos del poder financiero global. A esta versión moderna del santo oficio (periodistas, funcionarios de ONG, políticos) les hago la siguiente impronta. Una lección para ustedes sería producir un programa, a partir de un “tour guiado” similar a este,   por aquellas empresas que defraudan al fisco y a la seguridad social, visitar las oficinas, conocer los salones donde se calculan los desfalcos, observar cómo se despista a la hacienda pública, reconocer cómo pactan con la clase política, redescubrir cómo algunas empresas de “comunicación” esquivan sus responsabilidades de pago en el marco de una profunda impunidad, dar cuenta de los costos sociales, en fin, sería muy aleccionador. Parafraseando al director de 7 Días, termino diciendo ¿Puede una visita a las oficinas de las empresas que defraudan la hacienda pública y a la seguridad social, persuadir a los empresarios delincuentes? Y con ello ¿a los “comunicadores” que con su silencio se convierten en cómplices?

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