“Pastor” es el vocablo usual para referirse a los líderes evangélicos que guían una Iglesia y que suelen predicar en los “cultos” a veces en domingo, a veces también en día entre semana.
Hay días que tengo que estar cerca de una Iglesia Evangélica; el pastor, micrófono en mano, no deja de predicar de grito en grito. Su voz es por lo demás aguda, probablemente la de un joven entre unos 27 a 40 años. Lo notable es que el ascenso y el descenso de la voz guarda un compás de ½, o sea, en un segundo grita y al siguiente descienda, al siguiente grita, al siguiente desciende, etc.Quienes son del lugar acatan a fugarse de sus hogares o a poner los equipos de radio a todo volumen; los hay quienes han optado por mudarse de la localidad. Cada quien vive como puede.
Indiscutiblemente defiendo la libertad de credo, este es un derecho humano. Lo que provoca asombro o curiosidad es una interrogante: ¿qué mueve la peculiar manera de predicación del pastor, una forma psicológica de actuar y de considerar al mundo o la creencia de que Dios y/o sus feligreses son sordos?
No sé si los feligreses son sordos, lo dudo, la mayoría está entre 12 a 50 años de edad. Y respecto de Dios, pues creo que no lo es, aunque a veces parece que toma vacaciones, tal vez porque le atosigan con solicitudes tontas o porque le descargan a él responsabilidades que corresponden a los hombres y a las mujeres.
Bueno, en todo caso, creo que es un tema de los hombres y por lo tanto humano, porque es posible, a la larga, que así como puede ser que Dios no sea sordo, también puede ser que a Dios no le moleste, o sea, que le tenga indiferente.