Educación y desarrollo

Esta vez; franceses, norteamericanos, alemanes y japoneses, se quedaron con los galardones, asegurándose que sus países y los institutos de investigación que representan, garantizaran

Se nos fue el 2008, y una vez más los premios Nobel de física, química, medicina, y economía, vuelven a quedarse en los ciudadanos de los  mismos países de siempre.

Esta vez; franceses, norteamericanos, alemanes y japoneses, se quedaron con los galardones, asegurándose que sus países y los institutos de investigación que representan, garantizaran por muchos años y tal vez siglos, su hegemonía en el contexto mundial.

Y es que todo este esfuerzo, finalmente se traduce en una alta competitividad, innovación, nuevos productos y servicios por venir y por supuesto una mejor calidad de vida para toda la humanidad.

Pero más que premios, son estos indicios de una educación de calidad.  Puede ser que a los alemanes los conozcamos por algunos vinos y su triste pasado, pero principalmente los relacionamos con: Bayer, Basf, Siemens, BMW, Audi o Man. A los franceses solemos relacionarlos con la alta cocina, pero fundamentalmente en el comercio mundial son más reconocidos por: Alston, Michelin, TGV, Ariane, Renault, Dassault, o el Instituto Pasteur.  Ciertamente a muchos les encanta el sushi y el animé, pero los japoneses son más famosos por: Sonny, Fuji Film, Toyota, Mazda, Nintendo, Toshiba, Ricoh, Mitsubishi, Honda y si hablamos de los Estados Unidos de América la lista sería interminable: Boeing, GE, Apple, Microsoft, Cisco, Nasa, Intel, Caterpillar, Hewlett Packard……..

En conclusión, no es el libre comercio la razón de ser del primer mundo en comparación con el resto de los países, cuyos líderes suelen relacionar su pobreza, exclusivamente con precios injustos para algunos de sus productos. La gran diferencia entre unos y otros es fundamentalmente una educación de calidad, la cual se convierte en el corto, mediano y largo plazo, en una genial creatividad, que nos regala algunos de los extraordinarios bienes y servicios  que nos hacen la vida más productiva y placentera. Pero a la vez nos advierten y recuerdan que “competimos” en desigualdad de condiciones, en el tanto no podamos crear productos de semejante calidad.

Es por eso que con especial atención, leemos en La Nación (9/10/08/2008) las sabias palabras del Graig Barrent, Presidente de Intel, quien de paso por Costa Rica señaló:

“A cada lugar del mundo al que voy la gente trata de invertir en educación e infraestructura. Si usted va a China, ellos tienen el plan de crear entre 25 y 50 universidades como Stanford, MIT, Cambridge o Harvard. Si ellos logran eso, es competencia que tendrá Costa Rica”.

Y tiene toda la razón, ya que son estas y muchas otras renombradas casas de enseñanza superior, las grandes referentes en la formación de  profesionales de clase mundial, de los que se nutren los países y las compañías  más exitosas del mundo. 

Dicho esto, y siendo la evidencia tan fuerte, los latinoamericanos hemos mostrado un gusto extraño por el camino contrario. Nuestra educación no puede ser de las mejores del mundo, cuando nuestros valientes maestros y maestras, profesoras y profesores, hacen miles de esfuerzos y malabares ante condiciones más que adversas. Sus salarios están muy lejos de ser los mejores del mercado, casi siempre les falta de todo, pero no nos  importa porque al fin y al cabo; ¡no es acaso  la educación una profesión de “vocación”!

Hemos desarrollado un sistema educativo que pareciera premia el oportunismo y la informalidad, reparte títulos a diestra y siniestra, se aferra a los rendimientos inmediatos, y el resultado está a la vista de todos. En cualquier feria de empleo, medio mundo cuenta con “maestrías y hasta doctorados” como si estos se pudieran obtener en cualquier esquina, y hasta en las mejores universidades del país, para algunos, no todas por supuesto, basta con saltarse a los profesores más fuertes y se es: “cuadro de honor”. Pero, ¿cuántas universidades latinoamericanas se encuentran entre las 100 más importantes e influyentes del mundo? Ninguna, según todos los estudios serios disponibles al día de hoy.

Y esa  actitud de búsqueda de facilismo la pagamos todos los ciudadanos, ya que a muchos profesionales, sus alma máter, al ritmo “acelerado” de la globalización, les sedujo con la idea de que en sus aulas, no se “perdía el tiempo” en seminarios de realidad nacional, filosofía, trabajo comunal universitario, matemáticas o humanidades. Y les inculcó desde sus aulas y sus “ food courts” que el éxito se obtiene si llegas a tener el titulo a la mayor brevedad posible, el auto del año, la güila o el guapísimo de ensueño para exhibirse en el bar de moda, el chozón en el barrio X y lo último en tarjetas de crédito.

Desafortunadamente, este descuido en nuestros sistemas educativos se paga muy caro, y se traduce en que muchos de nuestros países simplemente no funcionan, convertidos en exportadores netos de seres humanos, constantemente humillados y ofendidos a más no poder  fuera de nuestras fronteras, alimentando prejuicios que se tornan luego difíciles de eliminar.

Así las cosas, dependemos ciegamente de la inversión extranjera como si  esta fuese una virtud, cuando en gran medida, no es más que la confirmación de la incapacidad de nuestro sistema educativo y productivo.

¿Acaso dependen de  remesas,  salarios bajos, covachas inhumanas donde mueren humildes trabajadores indocumentados en nombre del “desarrollo”, costos de producción risibles o legislación laboral permisible e irresponsable  junto a la destrucción del ambiente; o de incentivos a la inversión, como Alemania, Suecia, Holanda, Corea del Sur, Francia, Dinamarca o Finlandia? La respuesta es  no, porque dicha ecuación pareciera ser de exclusiva aplicación en Latinoamérica y otras latitudes, según algunos “expertos”.

Hagamos eco de las palabras de Barret: “Para competir necesitan de una educación de calidad mundial”.

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