El acoso callejero es violencia

La violencia contra las mujeres es una práctica cultural, cotidiana y sistemática, que tiene lugar en diferentes espacios de la convivencia social

Alejandra MoraLa violencia contra las mujeres es una práctica cultural, cotidiana y sistemática, que tiene lugar en diferentes espacios de la convivencia social (pública y privada). Esta se presenta a lo largo de la vida de las mujeres y tiene diferentes formas de manifestación: infanticidio, incesto, abuso sexual, violencia de pareja, femicidio, acoso sexual y acoso callejero, entre otras.

Es lo que se denomina el “continuo de la violencia” que acompaña la vida de miles de mujeres en todo el mundo. Algunas de estas manifestaciones son más visibles que otras y no siempre se logran establecer los vínculos entre ellas ni reconocerlas como violencia hacia las mujeres.

Todas estas violencias contra las mujeres –incluyendo el acoso callejero– tienen el común denominador de ejercer control sobre las mujeres, sus cuerpos y sexualidades, y expresan el poderío que el orden social legitima de los hombres sobre las mujeres.

Por ello, la lucha efectiva contra el acoso sexual callejero no puede desvincularse de la denuncia y combate de todas las otras formas de violencia que se alimentan y sostienen unas a otras.

Una aproximación para definir el acoso sexual callejero lo señala en el año 2015 el Observatorio contra el acoso sexual callejero de Chile al indicar: “todo acto de naturaleza o connotación sexual, cometido en contra de una persona en lugares o espacios públicos, o de acceso público, sin que mantengan el acosador y la acosada relación entre sí, sin que medie el consentimiento de la víctima y que produzca en la víctima intimidación, hostilidad, degradación, humillación, o un ambiente ofensivo en los espacios públicos”.

Esta aproximación conceptual permite identificar algunos de los elementos clave para la comprensión del acoso sexual callejero: los actos tienen connotación sexual; se ejercen en espacios públicos; no existe relación entre el acosador y su víctima; son actos indeseados; tienen un impacto negativo en la subjetividad y percepción de seguridad y dignidad de las víctimas.

Según esta propuesta, actos tan diversos como tocamientos indebidos, acercamientos corporales, exhibicionismo, masturbación, gestos obscenos, jadeos y cualquier sonido gutural de carácter sexual, así como palabras, comentarios, insinuaciones o expresiones verbales de tipo sexual alusivas al cuerpo, al acto sexual, o que resulten humillantes, hostiles u ofensivas hacia otra persona, pueden ser considerados como acoso sexual callejero. También la captación de imágenes, vídeos o cualquier registro audiovisual del cuerpo de otra persona o de alguna parte de él, sin su consentimiento.

La Encuesta de Salud Sexual y Reproductiva de Costa Rica del año 2011 señala que el 80% de las mujeres encuestadas manifestaron haber recibido expresiones o “piropos” en espacios públicos que fueron percibidos por ellas como manifestaciones de violencia. Casi el 63% escucharon chistes sexistas en espacios públicos y un 74% manifestó haber sido víctima de miradas insinuantes.

Las diferentes manifestaciones de acoso sexual en los espacios públicos juegan un rol perfomativo en el sentido de que la expresión misma del acto o la conducta implican su realización simbólica y pueden considerarse el paso previo, inmediato, al acto.

Al ser todos actos dirigidos a invadir el cuerpo de las mujeres, a su apropiación para el placer masculino, reiteran de manera cotidiana el lugar donde socialmente se coloca a las mujeres –mujer-objeto-sexual– y el derecho asumido por los hombres de tener acceso indiscriminado a los cuerpos de todas las mujeres.

Pareciera ser el precio que debemos pagar las mujeres por tener acceso al espacio público –tradicionalmente reservado a los varones- acceso que de manera inmediata nos convierte a todas en mujeres públicas: entiéndase de todos.

Desde el punto de vista de la cultura constituyen prácticas que, llevadas a situaciones extremas, alientan y justifican delitos sexuales tan graves como la violación o el abuso sexual. (Recordemos que en Costa Rica se recibe un promedio de cinco denuncias de violación al día).

Desde este punto de vista las diferentes manifestaciones de acoso sexual callejero pierden el carácter supuestamente inocuo, incluso galán, que algunos pretenden para convertirse en conductas precursoras de graves delitos de violencia sexual y en sí mismas actos de intimidación, abuso e inseguridad.

La denuncia interpuesta por el señor Gerardo Cruz ha permitido colocar en la agenda pública esta otra forma de violencia contra las mujeres, vivida por muchas por mucho tiempo, pero silenciada por la sociedad.

Durante muchas décadas las mujeres luchamos por des-privatizar la violencia que sufrimos en el ámbito doméstico para convertirla en asunto de interés colectivo y sujeto de políticas públicas.

En el caso de acoso callejero se trata igualmente de reconocer la naturaleza estructural y cultural de una práctica que ha sido vivida hasta ahora de manera individual por las mujeres en su tránsito por los espacios públicos, para garantizar respeto a su integridad sexual así como dignidad y seguridad personales también en estos espacios que son de todos y todas.

La sanción moral y ética que la denuncia del señor Cruz ha despertado a nivel social en contra del acoso sexual callejero nos habla favorablemente de un cambio en los parámetros de lo que debe ser la convivencia entre hombres y mujeres, expresada sobre todo en las generaciones más jóvenes de costarricenses. Es muestra alentadora también de cambios en el ejercicio de masculinidades positivas, de mayor compromiso con la no violencia y de pérdida del miedo hacia la igualdad entre mujeres y hombres.

Debemos continuar en la lucha por crear un entorno libre de discriminación y violencia en el que sea menos probable la violación de los derechos humanos, a la posibilidad siempre exigida por las mujeres de hacer efectiva su libertad y el respeto a su integridad física y sexual.

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