A ellos y a ellas que, como diría el poeta, recorrieron “muchos caminos y abrieron muchas veredas”; caminantes que dejaron sus huellas en el lodo, trazando nuevos senderos, pues “al andar se hace camino”.
La “caminata por la vida”, organizada por un grupo de jóvenes de todas las edades, llena una nueva página en nuestra historia que quedará como ejemplo de ideales, de sueños, de esperanzas, y sobre todo de búsqueda de compromiso consigo mismo, con la naturaleza y la sociedad.
Desde el día 12 de julio acompañamos espiritualmente cada paso de los marchantes, con entusiasmo, pero también con incertidumbre; se trataba de un trayecto de casi 200 km hacia la zona norte del país, luego de hacer entrega a la Presidencia de la República, del pedido de derogatoria del decreto ejecutivo que declaró de interés nacional la mina de Crucitas. Se trataba de recorrer unos 30 km diarios durante una semana.
Semejante odisea me hizo recordar el famoso trayecto del camino de Santiago, y a sus caminantes, a quienes se les llama peregrinos. Sin embargo, pensé en las condiciones tan diferentes; mientras en éste se abren voluntariamente numerosos albergues con toda clase de servicios y alimentación, en aquél se abría más de una incógnita: ¿Soportarían los pies un esfuerzo semejante? ¿Cuál sería el recibimiento de las comunidades a lo largo del camino? ¿Además, qué pasaría con las amenazas violentas de miembros de la Compañía minera que esperaban a los cansados (as) viajeros a su llegada a Crucitas?
Pensamos también en nuestra romería del 2 de agosto y las largas distancias recorridas por algunas personas desde distintos puntos del país. En este caso, la caminata se realiza en honor a los milagros de Nuestra Señora; en el caso de la “caminata por la vida”, el honor era para la Madre Tierra, en espera del milagro de detener el desastre ambiental por el uso insensato de cianuro, el milagro de evitar el peligro que ha significado la explotación minera en la destrucción de bosques y de contaminación de las fuentes de agua.
Las noticias del día a día no podían ser mejores; desde el inicio se fueron sumando decenas de vecinos con sus mantas y su música al ritmo de “el agua es vida, y el bosque es sagrado”. No faltaron el vendedor de frutas, el panadero y las familias que entregaban alimentos con alegría y buenos augurios. Muchos corazones se desbordaron en el trayecto, incrédulos ante el sacrificio y la valentía, y sobre todo ante nuevos ejemplos de protección a lo que es nuestro: la naturaleza y la vida.
Cada tramo se volvía eterno; ampollas, dolores en las rodillas, piernas hinchadas, además de la larga lista: Santo Domingo, Tacares, Sarchí, Zarcero, Florencia, Moravia de Cutris y finalmente Crucitas. La llegada hizo incontenibles las lágrimas de los (las) caminantes y de quienes seguíamos sus pasos a la distancia. Juntas las manos, y al límite del agotamiento y del dolor de pies, fueron recibidos (as) por los habitantes del lugar y por un gran número de personas que llegaban en autos de diferentes partes a darles la bienvenida. Las amenazas no pudieron desplegarse a pesar de los intentos, un escudo humano se tejió alrededor de los y las caminantes, con aquellos rótulos tan llenos de sabiduría: “no hay límites cuando se cree en uno mismo. Creemos en la gente que cree”. “Dios perdona siempre al ser humano, a veces la Naturaleza nunca”. La gente del pueblo entregó sus pequeños arbolitos de almendro amarillo que serían sembrados por los caminantes –en sustitución a la enorme tala realizada por la Minera- en medio de cantos a la vida y candelas encendidas. Además, una de las familias había cocinado una gigantesca olla de carne para recuperar energías con un suculento caldo cargado de verduras.
Al regreso de Crucitas, siguen multiplicándose las acciones de los caminantes, cuestionando el valor del dinero frente al respeto a una vida sana.
Las enseñanzas del grupo de caminantes son muchas y profundas; cuando el ser humano logra despertar sus posibilidades de imaginación, sus acciones comienzan a no tener límites, el lenguaje incluso adquiere una nueva dimensión de compromiso, de emoción, de solidaridad… Muy lejos en cambio, del lenguaje de la Presidenta el día de la Romería, en su llamado a “trabajar por la paz”. ¿Es que podría hablarse de paz cuando le hemos declarado la guerra a la naturaleza, sometiéndonos a los designios económicos de una transnacional? Es irresponsable vaciar de contenido palabras como “paz”, o como “lucha contra la violencia”, cuando ya hemos firmado igualmente un cheque en blanco para permitir la entrada de gran cantidad de fuerzas armadas estadounidenses a nuestras costas.
Precisamente, alguien llamó “militante de la palabra” a José Saramago, ese escritor comprometido que se nos fue el 18 de junio, y que seguirá teniendo vigencia universal. No olvidemos su mensaje ante la Academia Sueca un 7 de diciembre de 1998, con expresiones repletas de sentido: “Usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo”. El ser humano “dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante”. Agregaríamos únicamente, cuando perdió el respeto que debía a la palabra, para sustituirla por “mentiras plurales” o por términos a los que se les ha extirpado su verdadero significado.