Con motivo de un corto viaje a Costa Rica, al que me obligó una insoslayable situación familiar, aproveché una visita a San Pedro para darme una vuelta por la librería Nueva Década, con el fin de comprar algunos textos necesarios para mi investigación.
Después de cerca de 40 minutos paseando la mirada por los estantes de la librería, y entresacando algunos textos de mi interés, me dirigí hacia donde se encontraba sentado el dueño del negocio, con el fin de realizar el pago.
Después de preguntarle por la posibilidad de un descuento en la compra, no sólo por acercarse el monto total a casi ¢100 mil, sino sobre todo debido al mal estado de algunos libros, los que el librero de marras vende no obstante como nuevos, me devolvió inesperadamente una airada y grosera respuesta.
Ante tal exabrupto, decidí dejar los libros sobre el escritorio, solicitar mi bolso y dar media vuelta, no sin antes dejar de decirle que como dueño de una librería (como de cualquier negocio) debería tratar mejor a sus clientes. Por mi parte, la situación hubiera quedado allí, con el resultado de que a lo sumo no volvería a comprar a tan chabacano empresario, si no fuese porque en el momento en que me aprestaba a abandonar el local, este sujeto me despidió con la frase que, pese a lo chocante, cito aquí textualmente: “¡Andá a comer mierda!”. El estupor que me provocó tan inaudita agresión es lo que me obliga a hacer público tan lamentable incidente.
Dado este hecho, y otros de los cuales me he enterado, este señor no se distingue precisamente por un trato adecuado con los compradores, y como comerciante parece desconocer olímpicamente los principios más básicos del servicio al cliente. Me creo en la obligación de recordarle que su librería, además de vender bastante más caro en comparación con otros establecimientos, y libros muchas veces en mal estado (algo éticamente repudiable), no les hace ningún favor a sus clientes, sino todo lo contrario.
Ignoro si este individuo realiza algunas otras actividades comerciales, pero en todo caso, si vive de la venta de libros, no debería olvidar, como lamentablemente algunos comerciantes (los más mediocres e incompetentes por cierto) hacen, que él se debe a sus clientes, y que no le está regalando nada a nadie.
Según parece, el librero de marras gusta además de sostener un discurso de izquierda, sobre todo en los bares alrededor de la Universidad, de los que es asiduo visitante; por ello quisiera instarle a que deje un día el perímetro universitario y atraviese la Avenida Central, para que sea testigo del celo con el que los vendedores informales –sector que parece crecer lamentablemente de forma exponencial, y cuyo exterminio es uno de los principales objetivos del “flamante” alcalde josefino- ofrecen sus bagatelas para poder sobrevivir. Este señor, por el contrario, parece creer que la vida consiste en sentarse en un escritorio, y además de cobrar caro y vender libros deteriorados, mandar a los clientes a donde ya mencioné.
Es mi obligación, a través de esta contribución, la de alertar a la comunidad universitaria. Sin duda alguna, esta librería existe fundamentalmente gracias a las compras que realizan tanto profesores como alumnos, desde aquellos que cursan las humanidades hasta los más avanzados, por lo que creo necesario denunciar tan inadmisible comportamiento, para que los universitarios sepan quién es realmente el sujeto que la dirige, y sean más cautelosos al respecto. Ya que este individuo parece además sostener un discurso (más bien pose nostálgica) de izquierda, sería conveniente también recordarle que el cambio social comienza siempre por las cosas más básicas, como el saludo o el trato personal. Si es incapaz de entender esto, y de conducir su negocio según las normas mínimas de un comerciante consciente de su labor, sería mejor que cediera su puesto a otro y se dedicara a seguir “cambiando el mundo” desde las cantinas de Montes de Oca.