“Asistimos a la crisis de los sentidos fundantes y de las premisas que orientaron la organización de la escuela pública (Sacristan,1999) sustentadas en diversos objetivos: garantizar a todos el derecho a la educación, plasmar un proyecto de vertebración social, formar ciudadanos libres e individuos independientes, desarrollar una actitud crítica, desempeñar un papel cultural crítico a través de una escuela encarnada en una comunidad como espacio de diálogo social y servir al progreso social desde un propósito colectivo” (Feldfeber, 2003, 117).
Todo, todo, se está cayendo; las simientes robustas que sostenían los ideales de la universidad crítica, se están desmoronando. Incluso, las antiguas humanidades como columna vertebral de la universidad sufren el cáncer de una osteoporosis ideológica, sectaria y cínica. Y lo que es más pavoroso, las corporaciones universitarias, en lugar de inspirarse en los ideales colectivos de las antiguas universidades estatales, son comandadas por los apetitos y exigencias de sus mecenas privados. Según Dyer-Witheford (2005), “Estas Universidades S.A. de C.V. a su vez, investigan en base a las agendas de los empresarios corporativos o estatales, e intentan, contrario a su ideario del respeto a los derechos democráticos de la libertad de expresión, precisamente censurar las publicaciones al público de tales investigaciones” (Muela, 2005, 8).
La antigua moral de la investigación académica se transvalora al ocultar información y conocimientos necesarios y urgentes para la humanidad, lo que patenta una postura (por parte de las corporaciones universitarias) contra los derechos humanos, amparada por las leyes que protegen los derechos de la propiedad intelectual. Ejemplos sorprendentes y tenebrosos revela Washburn al demostrar “cómo algunos científicos abandonaron la ética académica para adoptar los rasgos antiéticos y antisociales inherentes a las corporaciones empresariales. Tal es el caso de investigadores de la Universidad de Utah, que descubrieron un gene responsable del cáncer de mama hereditario en 1994, y que en lugar de hacer pública la investigación –que antes del advenimiento de la era del Estado empresarial era su razón de ser, que a su vez fue financiada con $4.6 millones del erario del dominio público−, por el contrario dicha universidad patentó dicho gene, mediante las leyes de usurpación del intelecto general, social y público y le concedió los derechos monopólicos a la empresa Myriad Genetics, afectando así al dominio público del sector salud, particularmente a las miles y millones de mujeres con cáncer de mama real o potencialmente” (Muela, 2005, 9).
Una nueva moral se gesta; una moral darwinista, egoísta y cínica se expande como una gran sombra macabra. Un nuevo mundo, “educado e informado” por los “conocimientos” de las universidades corporativas, es en el que nos tocará vivir…o desesperar.