“…un gran príncipe es raro, ¿cuánto más no lo será un legislador?” J.J.Rousseau
Ya quedó constituida la Asamblea Legislativa del periodo 2014-2018, para la cual los ciudadanos votamos, como siempre, con base en una lista impuesta por cada partido. Cada persona electa por este procedimiento, de una u otra manera trabajó en el seno de su partido, con la idea de ir a formar parte de la fracción correspondiente. Algunas repiten, sin haber demostrado mayores luces, como tampoco mayores logros en el periodo que estuvieron.
Que levante la mano quien habiendo votado por un partido, conoce al menos al 10% de los aspirantes de la lista y sus planes políticos en materia social, económica, cultural, de salud; así como su historia de vida de trabajo, estudios, honradez…
Se ha usado el llamarles madres y padres de la patria como representantes del pueblo que los eligió; elección que como queda dicho es por lista y a ciegas. El elector no tiene ninguna garantía de haber escogido a la mejor persona para el cargo, ni tampoco tiene posibilidad posterior de revocar ese nombramiento.
Pero en todo caso, esa es la representación legítima que tenemos, y como representantes populares ha de encontrarse en esta composición, similares virtudes y vicios que existen en nuestra sociedad. Habrá personas en la Asamblea Legislativa muy bien preparadas académicamente y con una buena dosis de racionalidad y negociación política, para llegar a acuerdos democráticos. Así como encontraremos quienes no tienen una ni otra condición, sino que las influencias para llegar a la diputación fueron otras, no precisamente ligadas al bien común, ni mucho menos a su capacidad.
Hay quienes formarán parte de ese grupo de costarricenses que, con visión de Estado, abogan por una legislación moderna y muy orientada a la justicia social y a la distribución de riqueza. Por el contrario, personas habrá que formarán parte de la legión que vota con un sí o un no, conforme con los dictados de su partido. Su voto se bambolea al son de lo que le soplan al oído y no de lo que emana de su propia decisión. Son los lázaros de la política, que recogen las migas para sus grupos de afiliación, su familia o sus empresas.
Existirán quienes luchan por sus comunidades, sin perder el carácter nacional de sus actos. Existirán los que, trascendiendo la línea de partido, trabajan por un país más desarrollado y no les da temor que, por su pensamiento y acción, luego les pasen la factura política. También habrá quienes se acomoden a las circunstancias y negocien prebendas, para lo cual su voto siempre tendrá un precio, como el que pagaron por estar ahí.
Muchos de ellos se separarán de su fracción aduciendo problemas de fondo y separados seguirán tratando los problemas de frente; también habrá quienes formarán casa aparte, con la esperanza de atraer para sí jugosos negocios, conviviendo con el mejor postor.
No es una cuestión de ángeles que gobiernen, es que los padres y las madres de la patria forman parte de su pueblo y entre los electores también hay todo tipo de personas, desde el analfabeto político, el logrero, el sinvergüenza descarado, el pega banderas, el encargado de jalar la silla para que se siente el candidato de turno y quien, poniendo todo su esfuerzo, lucha por un país más equitativo y de mayor justicia social. ¿En dónde estará la mayoría?
“-¿Viste, tío Piquín, que don fulano y doña fulana ya son padres y madres de la patria?
-Prefiero seguir huérfano”.