Gustavo González Villanueva, humanista

La calidad de “humanista” no figura en la cédula ni es requisito en ningún colegio profesional,

La calidad de “humanista” no figura en la cédula ni es requisito en ningún colegio profesional, tampoco figura en una rúbrica de las llamadas “páginas amarillas”. No es atributo de una clase económica ni tiene sello comercial. No es una condición etérea de gente palpable que hasta puede que tengamos cerca: esta vez, fue mi “circunstancia” en el mejor sentido orteguiano y agradezco. He tenido la suerte, el privilegio divino, de compartir amistad con un humanista de los grandes. Con la seguridad de que “está disfrutando su premio” (como reza en inglés), escribo sobre él para que su buen ejemplo cunda.

No resulta suficiente reportar que Gustavo González Villanueva (1935-2015) fue antigüeño, guatemalteco y gran latinoamericano, como Martí, del que se inspiró en más de un tono y algún personaje. Hombre universal por ecuménico, nuestro recordado iba más allá del cosmopolitismo de aquel “apóstol de Cuba”. Cuestión de semilla, en parte: de padres sencillos pero virtuosos. Ella ejercía los ahora menospreciados “oficios domésticos”, en la elegía que su hijo le dedicó mereció el título nobiliario de “mamá buena”; de su papá, herrero de esos con estilo, heredó que a punta de versos y llama de fe fuera forjador de almas.

Fue un ministro, servidor, en el sentido espiritual, recto y recio; también “sacerdote” (que encamina a lo sagrado). Acumulaba títulos de “maestro”, “licenciado” y “doctor”, que en sí no garantizan lo que en él afloraba a cada paso: la aptitud de encaminar y hasta enderezar. Agradezco sus múltiples enseñanzas de humanismo trascendente, en forma directa, como con innumerables correos, llenos de superior calidad humana: con goce de vida, ironía picantita, todo sobre base de educación con raíces, combinando lo europeo clásico con lo “indígena”, eso último no en sentido resentido, de gueto, a la usanza de ahora. Pese a ser polifacético con la lira, la prosa, ensayos y vibrante teatro, había que empujarlo para publicar. Pero no lo desterremos en un panteón: a su producción de altura saquémosle el jugo internacionalmente.

En sus años en Costa Rica me aguijoneó con su excelsa producción artística, entre otros su Loa en Antigua Guatemala(Ed. Promesa): mi libro Antigua-la-Viva, en contrapunto con la famosa Brujas-la-Muerta de Rodenbach (Editorial Promesa, 2014), constituye una entusiasta exégesis de la épica estilada por este émulo de Horacio, Virgilio y Homero. Sí, aquí en el mero y a veces mezquino trópico era y es hombre universal. Mucho más allá de esas recetitas que abundan en estantes de supermercado sobre auto-ayuda, mejor que cualquier pastillero, su obra es y será terapia, para lo que Víctor Frankl identifica como “el hombre en busca de sentido”. Por su trayectoria, lo seguiremos respetando, cómo no, queriendo; es más, echando de menos su espuela.

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