José (Pepe) Mujica y la generación “perdida”

En Uruguay por los años de 1990, se podía constatar fácilmente en los lugares públicos la triste realidad de una generación “perdida”, la de los años 1950. La represión de la década de 1970, cruel y despiadada, convirtió a buena parte de esa generación en exiliados y a Uruguay quizá en el primer país del […]

En Uruguay por los años de 1990, se podía constatar fácilmente en los lugares públicos la triste realidad de una generación “perdida”, la de los años 1950. La represión de la década de 1970, cruel y despiadada, convirtió a buena parte de esa generación en exiliados y a Uruguay quizá en el primer país del mundo con perfil de tercera edad  por causas políticas. Pero llamaba la atención el espíritu jovial, vital y hasta festivo de las personas adultas mayores.

Hoy, el expresidente José (Pepe) Mujica, es uno de los mejores ejemplos de la vitalidad de esa generación de la tercera edad. Un hombre lúcido, llano, irreverente y atrevido, que ha sabido recoger las aspiraciones de aquella generación “perdida”, dosificarlas con la sabiduría y la prudencia que dan los años, y abrir mejores senderos en un país que muestra avances significativos en democracia y equidad. No solo cuenta con indicadores positivos en  empleo y superación de pobreza, sino que es el primer país de América Latina en estar impulsando una política alternativa e innovadora para contener el narcotráfico.

Sin embargo, el expresidente Mujica, en una reciente entrevista, ha dicho que su país se encuentra a “medio camino”. Para avanzar considera que hay que apoyar la organización de una clase trabajadora que sepa defender el “precio de sus manos”, es decir, lo que la Doctrina Social de la Iglesia Católica predica como el “justo salario” y  la  OIT como el “trabajo decente”. Asimismo, crear condiciones para elevar la productividad, con efectos distributivos, de la inversión privada. Pues suele suceder, como destacan Hugo Blagini y Diego Fernández, “que las grandes fortunas emplean a los gobiernos para rebajar los salarios de los trabajadores y poder mantener así su competitividad, sin renunciar a los altos beneficios (El neuroliberalismo y la ética del más fuerte, Heredia, EUNA, 2015, p.198).

Por lo tanto, se requiere un Estado eficiente y proactivo que acompañe tanto al trabajador como al sector empresarial productivo, propiciando la  innovación y la economía social solidaria. En este sentido, y pensando en nuestro país, hay que generar más y mejores oportunidades de estudio y empleo de calidad y, a su vez, condiciones óptimas para la inversión productiva e impuestos no regresivos, es decir, renta justa al capital. Por otra parte, fortalecer el capital social nacional incentivando la economía social (cooperativas), a las empresas municipales y comunales (ASADAS) y a la pequeña y mediana producción, tanto agropecuaria como industrial o de servicios. Más apoyo a las empresas de base tecnológica, exigir que los inversionistas traigan sus capitales y prohibir de  una vez por todas que estos puedan acudir al ahorro nacional (pedir préstamos en los bancos nacionales, sobre todo los públicos).

Nuestro país tuvo también su generación “perdida”, la de los años 1980, por la “represión” económica que significó la aplicación de los Programas de Ajuste Estructural, al mejor estilo neoliberal. Quizá nos hace falta interiorizar afectivamente sus sufrimientos y esperanzas frustradas, para poder unir voluntades, avanzar con mayor celeridad  y legarles un país mejor a las nuevas generaciones.

La mitad del camino recorrido por Uruguay nos muestra que es posible avanzar, sin comprometer la paz social y las libertades democráticas.

ESCRITO POR ÁLVARO VEGA SÁNCHEZ (SOCIÓLOGO)

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