La filosofía nació de la incertidumbre de una época. Fue en ella en la que el alma inquisitiva depositó la expectativa de resolver las miserias de sus días. En nada ha cambiado su provecho desde aquel entonces. La filosofía enfrenta en cada época las incertidumbres de los hombres para provocar sus soluciones.
Existiendo ahí donde no queda más remedio que transitar por callejones sin salida y banales fantasías adecuadas solo a conciencias vulgares, nadie puede deambular por su realidad más que con el empuje de un destino inevitable.
El alma angustiada convierte su momento en época. Como si el mundo se redujese a su mundo, la caótica dinámica de sus vivencias le resulta abrumador movimiento de la realidad por completo. Vive lo particular como universal. Los momentos de angustia lo estremecen.
En su conciencia lo inmediato se acrecienta hasta convertirse en una fuerza tiránica. Pasa su existencia añorante de trances de alegría. Sin perspectiva sensata se percibe en desamparo. Solo puede retorcerse entre sus incertidumbres. Las almas ínfimas zozobran entre desolaciones provocadas por la ausencia de posiciones bien meditadas. Vivir requiere de perspectiva.
Todo lugar y momento le exige al hombre estar alerta. Por ello el espíritu maduro demanda una filosofía. Nos erguimos por sobre las caóticas vicisitudes a través de nuestra actitud hacia la existencia. Estructuramos el sentido de nuestras experiencias. Crearnos el significado de lo que es parte de nuestra realidad con el fin de hacerla manejable. Esas son las actitudes del espíritu maduro. Transformar nuestro mundo es el mejor modo de pensar en él.
La presencia del discurso sensato nos es así diario. Mas no es forzoso al espíritu maduro percibir su asistencia. No evidencia su cotidiana recurrencia a la filosofía por medio de oportunas citas. No requiere de enunciación lo que está ordinariamente presente en nuestra vida, como referente de nuestras actitudes. El cómo vivimos se conforma en nuestra forma de pensar. Se vive como se piensa, se piensa como se vive. La reflexión filosófica es pensamiento del hombre erguido ante su presente. Sentido de cotidianidad elevado a significado de existencia y experiencia de vida.
El hombre cavila sobre los apremios que enfrenta. Por ello la fuerza, la elegancia y el particular embeleso de aquello que es parte integral de la orgiástica embriaguez por la vida. Pero, ¿qué hace del pensar del filósofo algo sentado, y no una vulgar ocurrencia?
La tradición eurocentrada exige de la cita académica con el fin de evitar el desvarío. No obstante, en muchos casos la referencia académica no constituye sino la antesala de las más diversas simplezas.
Una reflexión sensata se sitúa en la experiencia de las incertidumbres de la época. El filósofo enfrenta las miserias de su cotidianidad vivenciando convenciones. Por ello la propone como manejable. Su vivencia epocal no es un singular arrebato místico guiado por la antigua diosa.
Experiencia de muchos que se refleja en la consideración de uno que también la vive, no piensa el filósofo tan solo para sí mismo. Criatura de la noche, es más bien un sujeto singular dentro de una colectividad. Y como parte de ella provoca las actitudes con las que se solucionan las miserias del momento.
ESCRITO POR HERMANN GÜENDEL (FILÓSOFO)
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