La abolición del ejército y el país más feliz del mundo

El sexagésimo sexto aniversario de la abolición del ejército, el pasado 1ro de diciembre, nos da la ocasión de experimentar sensaciones contradictorias. Por un lado, debería ser una oportunidad para llenarnos de júbilo por una decisión que ciertamente marcó el rumbo de nuestro país, particularmente en áreas como la salud y la educación.Por otro, estos […]

El sexagésimo sexto aniversario de la abolición del

ejército, el pasado 1ro de diciembre, nos da la ocasión de

experimentar sensaciones contradictorias. Por un lado,

debería ser una oportunidad para llenarnos de júbilo por una

decisión que ciertamente marcó el rumbo de nuestro país,

particularmente en áreas como la salud y la educación.
Por otro, estos aniversarios son la expresión misma de

que la historia es todo menos una verdad universal, y es

siempre escrita por los vencedores. Entonces, si abordamos

esta conmemoración fuera de la mera autocomplacencia: si el

vencedor de aquella Guerra de Liberación Nacional hubiese

sido Calderón Guardia y no Figueres, ¿estaríamos conme-
morando en la actualidad la valiente respuesta de nuestro

Ejército y condenando lo que habría sido un oprobioso intento

de derrocamiento perpetrado por José Figueres, un personaje

de actitudes dictatoriales en un momento de frenesí antico-
munista y fratricida?

También, ¿qué sería hoy de nuestro país si contáramos con

un ejército regular, como la mayoría de países del mundo?

¿Sería distinta la perspectiva que se tiene hoy con respecto a

la rareza democrática de Costa Rica en la región?

Lamentablemente, todas estas preguntas tienen cabida

únicamente en nuestra imaginación, y es imposible determi-
nar el “qué hubiera pasado si…”. A pesar de esto no deja de

ser a mí entender un buen ejercicio de desmitificación, en la

medida en que constituye una herramienta para abordar el

estado actual de las cosas, y por supuesto sus desafíos.

Figueres, artífice de nuestra Segunda República, dijo: “no

sé si la Social-Democracia es filosófica o pragmática. Proba-
blemente no exista mejor filosofía que un cultivado pragma-
tismo”. En efecto, por la historia sabemos que este caudillo

logró conciliar políticas de naturaleza redistributiva y con

carácter progresista, y a su vez ejercer la represión política

contra sus principales competidores, entre ellos al Partido

Comunista, obligando a más de uno a tomar el camino del

exilio.

La doble faceta del personaje nos habla entonces de un

líder visionario pero también calculador, que encarnó en sus

decisiones lo que algunos llaman el “transformismo autorita-
rio”. En este sentido, ¿cuál pudo haber sido la verdadera razón

que lo llevó a decretar la abolición del ejército? ¿Es posible

hablar de una auténtica visión de paz? ¿O por qué no de una

estrategia para anular al único potencial rival político que

tendría a futuro, el ejército, teniendo en cuenta que tanto cal-
deronistas como comunistas estaban proscritos de cualquier

participación.?

Más allá de la respuesta, como de los beneficios que reco-
nozcamos hoy, esta decisión marcó con la Segunda República

un nuevo capítulo en la proclamada tradición democrática

de nuestro país, estableciendo un régimen que ha logrado

perpetuarse sin ningún cambio abrupto (revolución o golpe

de Estado), y esto a pesar de las crisis económicas, políticas o

sociales que ha atravesado o atraviesa el país. Hoy somos un

país con mayores brechas socio-económicas, mayor fragmen-
tación y conflictividad social, y sobretodo que cree cada vez

menos en la democracia. Sin embargo esto parece afectar

poco o nada la percepción retórica pero además común que

se tiene, de la sociedad de los igualiticos, civilistas. Y por si

fuera poco, los más felices del mundo.

Lo único que podría explicar a nuestros ojos esta aparente

paradoja, es la existencia de elementos que permitan man-
tener una estructura política, burocrática, institucional; a pe-
sar de los problemas de los que esta misma no ha podido y no

ha querido ocuparse. Para entenderlo, hay que escarbar en la

naturaleza de este “equilibrio”. Solo a partir de ese momento

se podría determinar cómo afecta a nuestra sociedad, y con

suerte saber que hacer al respecto.

P.S.: Alguien me dirá que a lo mejor, el “mejor de los mun-
dos” no necesita de razones. Y que lo más probable es que sea

más bien un armonioso letargo, lo único que pueda conducir-
nos a la felicidad plena…

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