….Yo, que mañana puedo ser otro si un nuevo aprendizaje me cambiara. Montaigne
La formación de formadores está dispuesta para futuros profesores que, supuestamente, tratarán con jóvenes. ¿De qué hablamos cuando hablamos de jóvenes? A juzgar por lo expresado por los profesores que fundaron la Asociación Costarricense de Profesores de Filosofía (ACPF), uno de los rasgos sociológicos actuales de los jóvenes costarricenses es la fragmentación social y cultural.
Los niños y jóvenes de clase media que asisten a colegios privados, que se contactan con la «filosofía para niños», retardan el paso a las obligaciones de la vida adulta y estudian más años antes de insertarse en el mercado laboral. En cambio, los jóvenes de los sectores populares aceleran todo: paternidad y maternidad temprana; empleo y menos tiempo de escolaridad aun si es en educación «superior» (en eso que, generosamente, llamamos universidades privadas).En común tienen haberse socializado en un mismo entorno histórico plagado por la acentuación de la desigualdad social, el ascenso del hiperindividualismo y el desencanto de lo político. (En este último aspecto, la juventud costarricense no es un sujeto político activo a diferencia de las juventudes repolitizadas de Egipto, España o Chile).
Estas cuestiones que apenas he esbozado, también deberían tenerse en cuenta a la hora de pensar la reforma en la formación de los formadores. Es que hay realidades socioeducativas que están fuera de la narrativa hegemónica. Por eso debemos hablar de ellas. Porque el vocablo «educación» dice, en principio, dos cosas: por un lado, dice de las tradiciones democráticas de producción y distribución de los modos de conocimiento y, por otro, dice de las condiciones de la existencia social. Así, en la educación viven dos ciudades: la ciudad universitaria y la de la ciudadanía con sus trabajos y sus días.
Y nuestras dos ciudades están divorciadas. La ciudad universitaria ya no favorece la movilidad social. En la ciudad universitaria recibimos recursos de los pobres y se los pasamos a las clases medias acomodadas o directamente a los ricos a través de anuncios en La Nación, licencias de software o exámenes de admisión.
Ciertamente no habrá reforma educativa sin relato, sin un sistema de valores, experiencias y proyectos que justifiquen cambios. Pero tampoco la habrá si se sigue creyendo que la reforma no tiene un fundamento sociopolítico. Lo que hay que debatir es el actual formato educativo bajo el cual se forman subjetividades a la medida de una sociedad obediente y apaciguada.
Entonces, ¿qué es esta continuación de un sistema cansado? Consultemos a los que dicen que saben: profesores discretos, mediáticos, miembros inciertos de comisiones y voceros de la comunidad educativa junto a politólogos de la «gobernanza» y expertos en la crisis del sector sin olvidar a los policías de la integralidad y evaluadores de proyectos según parámetros de la OMC. ¿Qué están diciendo?
Que hay que reformar con consenso donde «consenso» es sinónimo de unanimidad. Y si no hay unanimidad hay conciencia inmediata, pedagogía del argumento ad hóminem et féminam y cancelación de la reforma.
Que como el mundo cambia rápido nosotros debemos esperar hasta que se aclaren los nublados, como si en la modernidad hubiera días de cielos transparentes. Que hay que aceptar que no sabemos y reconocer a los que saben; que hay que educar por competencias porque la competencia es deportiva y por eso, es sana.
Esta metáfora deportiva oculta lógicas clasistas. Hay propietarios y no propietarios y hay educadores y educandos en establecimientos públicos y privados. Ciertamente la educación es un poder normalizador, pero en la sociedad clasista hay modos de normalización. Por eso, en nuestra sociedad se aprecian o desprecian trayectos educativos y con ellos a las personas que los reciben y realizan.
Pero la metáfora deportiva no solo oculta la economía de Bill Clinton. También naturaliza privilegios, cierto estatus y una conservadora ontología académica. Ontología que no puede ocultar la ética líquida de quienes firman acuerdos y después no los cumplen. Ética líquida es la de aquellos que no pueden acompañar con el resto del cuerpo lo que firmaron con las manos.
Militantes de un pensamiento educativo y de un posicionamiento político somos todos. Algunos lo reconocemos. Otros juegan a las ideas innatas. Pero los lenguajes educativos, las retóricas que lo acompañan y los modos de expresión son intervenciones situadas. Otras no hay.