La forma de la espada

Hay quienes afirman que se trata de un tejido de ideas que la sociedad   (aparatos ideológicos o instituciones: la familia, la escuela, los medios

Más allá de ese conjunto de ideas, la ideología es una maraña entreverada, un laberinto de puertas que ven hacia todas partes y no miran a ninguna.

Hay quienes afirman que se trata de un tejido de ideas que la sociedad   (aparatos ideológicos o instituciones: la familia, la escuela, los medios de comunicación…) impone y que uno va despejando poco a poco y aprende a discernir entre el demagogo de oficio, el especulador de conciencias o el acróbata de la política, como se desprende de las elecciones recientes.
    
“El soberano ha sido escuchado”, dice el guardián de la casta elección en tono circunspecto y ante la sonrisa de aprobación de los observadores internacionales, aunque para la cofradía de los Arias solo sean caracoles, tortugas y en un tono más agresivo, el plumífero oficial sentencia y alude  al “soberano” en vísperas de navidad: “Luego la plebeyización total de la cultura: los Festejos Populares, los de Zapote, sí, los más estrepitosos, malolientes, abigarrados y hacinadores del mundo. Un enorme burdel bañándolo todo en sus macabras luces rojas…” (J. Sagot: LN 21/11/09). Ahora resulta que el pueblo pertenece a la monarquía en el delirio de grandeza electoral.

    
Mientras tanto, la secta de los ídem consolidan el poder (concesiones de infraestructura vial y aérea, puertos, playas, minas…) y sitian las pocas instituciones democráticas: la Defensoría de los Habitantes, la Sala Constitucional, El Tribunal Supremo de Elecciones… Y si algún aventurero pretende cuestionar o bien hostigar los valores de la patria: ahí está la DIS de don Rodrigo Arias, libre, soberana, sin rendirle cuentas al Ministerio Público ni a ningún juez de pacotilla (summun jus, summa injuria: “el supremo derecho, la suprema injusticia).
    
Pero, volvamos a las profundas contradicciones ideológicas que son expresiones inequívocas de las verdades relativas, ello significa que el imperativo categórico está en convertirse: el hijo pródigo regresa con la caída del muro de Berlín y, después de veinte años,  reniega de su heroico pasado revolucionario, y con verdadera hilaridad afirma que él también derribó el muro dogmático, exorciza sus demonios y se flagela para expiar quién sabe qué culpas: “A partir de ese momento, unos más pronto y otros más tarde, comenzamos a revisar nuestras vidas, nuestras bases filosóficas, nuestras escalas de valores, principios, credos y hojas de ruta” (Jaime Gamboa LN 8/11/09).
      
Y ¿Yamileth, Carlos, Gonzalo…fueron sacrificios inútiles o una excusa para disfrutar con los elegidos? ¿Quién es el que se pierde en la bifurcación de los caminos múltiples: el que imagina la realidad de una manera fantasiosa y sigue el sistema de representaciones mentales o el canijo que hace alarde de su arrogancia?
    
En fin, Borges lo vivió o lo soñó: “Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo. Su nombre verdadero no importa…” (Artificios: 19).  

 

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