La ley del apoyo mutuo

Casi siempre los iniciados en una idea, en una teoría, son más prudentes y comedidos que sus mismos adeptos, seguidores o fanáticos.

Casi siempre los iniciados en una idea, en una teoría, son más prudentes y comedidos que sus mismos adeptos, seguidores o fanáticos. Cuando Darwin publicó su monumental obra sobre el origen de las especies, algunos de sus partidarios, desfigurando sus hallazgos, pusieron de moda «la lucha feroz por la existencia entre individuos de igual especie», como la principal forma de existir y progresar. Factor que si bien influye en la sobrevivencia, fue convenientemente abusado hasta llegar a motivar y fundamentar los ultrajes del capitalismo salvaje; pero especialmente, de la sociedad basada en un inexistente y ridículo pacto social con los Estados vividores y explotadores que actualmente gobiernan en cada país del planeta.

Estas tergiversaciones de teorías básicas para la convivencia no son nuevas, ni vienen solo de la Ilustración; desde muy atrás, las palabras y creencias de hombres como Jesús, Mahoma, reyes, sacerdotes, brujos… fueron y son aprovechadas por religiones, Estados, sectas y grupos de sujetos que viven cómodamente de ellas, alterando su sentido para controlar y exprimir a los pueblos.

Aquel pensamiento obsceno, atribuido falsamente a Darwin, fue tempranamente refutado con la no menos trascendental obra de Piotr Kropotkin sobre el apoyo mutuo y la solidaridad social, que demostró que todas las especies, genética e instintivamente, llevan esas tendencias en sí, y a veces entre especies diferentes también se presenta; y que incluso, aceptado también por el mismo Darwin, son el factor primario para la existencia, convivencia, y progreso de cada especie, incluyendo al hombre.

¡Pero claro! Como siempre hay manipuladores con poder en toda sociedad, se mantuvo el secundario principio de la «lucha feroz» y se motivó, ahora con más fuerza, el «Estado regulador», para poder atenuar «individualismos extremos que podrían dar al traste con el progreso en cada sociedad». Las masas, influenciadas y equivocadas, apostaron por el Estado moderno, con el poder de unos pocos que viven desangrando al resto de la población.

Si bien el capitalismo, basado en las teorías de Adam Smith, sistema al que se le atribuyen tantos excesos, logró fundamentar más tarde su canibalismo en esa alteración de la obra de Darwin, no es, ni por mucho, el principal promotor de la angustiosa guerra, miseria y diferencia de clases que hoy reina en nuestra especie, sino que han sido el Estado, los gobiernos, quienes han querido «regular» lo que por naturaleza, genética e instintivamente viene dado en cada vida que estuvo, está y estará sobre este mundo. ¡Es el Estado el malhechor de turno, el opresor, el antisolidario, el ladrón… no importando su orientación política!

Es una constante que los sujetos más impostores, arrogantes, ambiciosos, sobre todo individualistas y fracasados en sus profesiones por esas razones, y aprovechando el fanatismo y la ignorancia de los pueblos, son los que pretenden gobernar a otros y vivir del botín del Estado. ¿O es que lo hacen por altruismo?

Lo peor es que antes de frenar el individualismo, natural en cada uno, y cuyo exceso es perfectamente controlable a través del apoyo mutuo y la solidaridad, el Estado se ha convertido en el principal enemigo que tienen los pueblos.

Así, ante la impotencia; un Estado que no sirve para nada, pero que a su vez pretende, con poder, mentiras y con sus instituciones marcadamente antisolidarias, monopolizar el solidarismo, (es pretender que el esclavista se solidarice con el esclavo) se desbarata la posibilidad de apoyo entre los vasallos que la delegan en él; sin entender que solo ellos pueden ser solidarios con ellos mismos; y hemos llegado así, en este desconcierto, al “desprogreso” y a la guerra total entre nuestra especie y también contra otras especies y el planeta mismo.

Amigo lector, observe usted atentamente cada actitud, cada gestión que realiza la Administración pública ¡Cualquier instancia estatal! Y encontrará que su forma de hacer las cosas no puede corresponder más que a un enemigo de la sociedad misma, pagado y mantenido por usted. Y en el mejor de los casos, el inútil Estado es incapaz de llegar a las soluciones indispensables; las que solo la solidaridad y el apoyo mutuo podrían lograr en cada comunidad, sin la presencia de un torpe y estorboso gobierno.

 

¡La ley del apoyo mutuo,

Siendo la ley del progreso,

Es parte, también por eso,

De la moral anarquista,

Que hace solidarista

Cualquier humano proceso!

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