Básicamente, Justo Orozco es la antítesis perfecta de los derechos humanos, él simboliza todo lo que los derechos humanos combaten: la intolerancia (“Él era libre, pero que tuviera una conducta ejemplar y que no tratara de manifestar su preferencia dentro de la institución”, expresó Justo Orozco con respecto a alumno gay de su universidad), el odio (“Quiero limpiar la agenda, quedan pendientes temas de ciegos y de indios”), la ignorancia (“Yo no conozco pobres”), la discriminación (“Tenemos misericordia por esa gente, pero lucharemos para enderezar las veredas por las que camina Costa Rica”), las desigualdades (“Cada tiro van adquiriendo más cosas (…) ¿Para qué vamos a seguir dándoles conquistas y conquistas si va a existir un montón de personas infelices y de problemas?”) y la arrogancia (“La prensa no tiene ningún derecho ni a hacerme preguntas ni a juzgarme, pues no son ningún poder”).
Con su actitud seudo-humanitaria y piadosa, esconde su homofobia. Lo que llama amor al prójimo es simplemente una máscara de odio; su tolerancia es una hostil represión encubierta y su sensibilidad es una ignorancia que no quiere dejar de serlo. Es así como se da, una extraña paradoja: los valores universales que predica, se vacían de todo su contenido positivo y se vuelven negadores, excluyentes y represivos. Haciendo así de los “derechos humanos” un mecanismo de exclusión y de odio. Desde sus falsos supuestos permite toda una serie de violaciones, a favor de unos derechos que abiertamente desconoce (“La homosexualidad no es un derecho humano”). Mayor contradicción no puede existir. Pero no nos preocupemos, así es la justicia en Costa Rica, eso es lo Justo en los Derechos Humanos. Triste, triste sin duda.