Es lo que vivimos en el reciente proceso electoral del Directorio de la Asamblea Legislativa. Las alianzas matrafuleras, los personalismos narcisistas y el cogobierno -PLUSC- continúan a la orden del día. Y lo peor de todo es el cinismo con el que se comportan los políticos de siempre, procurando disimularlo justificando las alianzas y el cogobierno con el trillado argumento de la gobernabilidad y del realismo político. Nadie se sonroja, la vida sigue igual.
Las mujeres de la Asamblea Legislativa dieron muestras de mayor sensibilidad e intuición política. Percibieron que era tiempo de atender a las demandas de una ciudadanía ávida de cambios significativos y hastiada del show electoralista del bipartidismo caduco. Propusieron una alternativa que desplazaba el centro de interés en las viejas componendas entre los partidos mayoritarios y desafiaron a constituir un directorio pluripartidista, reivindicando su derecho a acceder a puestos de dirección en igualdad de condiciones que los hombres. Tan valiosa iniciativa fue vetada por parte de los partidos tradicionales que no han logrado superar el patriarcalismo, aún y cuando se consideren los abanderados de las leyes que buscan igualdad real para la mujeres.
Ante esta fallida iniciativa no se trataba, como se hizo, de buscar activar otros mecanismos de corte más politiquero y, por supuesto, menos elegante -algo que no va con las damas de la Asamblea-, sino de mantener una posición firme y contundente, sin prestarse al cabildeo y la componenda. Perder con dignidad, en las condiciones actuales, es ganar.
Si se quiere reencantar a la ciudadanía costarricense con la buena política, lo verdaderamente alternativo tiene que brillar. Y hoy más que nunca eso pasa por superar el comportamiento de quienes continúan atrapados en las viejas practicas «amarrados al poste de los rezos», como dijera el poeta Jorge Debravo de los religiosos de capilla.
Lo alternativo tiene necesariamente que distinguirse porque marca la diferencia. Y lo que es diferente se ve, se siente y se reconoce por sus cualidades propias. Implica dar el salto de lo convencional y tradicional a lo inédito y novedoso. Es una invitación a asumir el riesgo de experimentar, de crear e innovar. Constituye la gran aventura que nos une como constructores de un nuevo destino para las generaciones que vienen. Al asumir este desafío quizá apenas se logre dar los primeros pasos o poner las bases de lo que otros y otras proyectarán con mejores ideas e iniciativas. Pero, en todo caso, se trata de abrir surcos de esperanza, como dicen por ahí. Sin eso un pueblo no sueña y no camina erguido porque el peso de la tradición lo doblega y esclaviza.
«Sepamos ser libres no siervos menguados», atreviéndonos a superar el circulo vicioso del «más de lo mismo». Lo alternativo es un grito de libertad.