Frente a mis críticas a la matriz programático-discursiva del FA, Molina ha optado por echar mano del “anticomunismo” como especie de circular y cerrado recurso omniexplicativo. La construcción de instancias trascendentales y referentes axiomáticos de este tipo no llega ni a lo que Popper llamaba hipótesis ad hoc; resultan pura y llana ideología que blindan contra la crítica. ¿Será que hay que recordarle a Iván Molina que la historia pa’ tanto no da? ¿Es preciso insistir en que el estudio del pasado no releva de pensar? Da la impresión de que el historiador de marras cree poder saldar a su favor cualquier discusión sin argumento alguno, simplemente echando mano a particulares interpretaciones del pasado. Peor aún, cuando la historia se utiliza con este objetivo, se convierte en una peligrosa arma al servicio de las ideologías de moda.
Recientemente, Molina salió incluso de oficioso en el diario La Nación (21/06/2014) a censurar y dar consejos de política exterior a los diputados frenteamplistas que viajaron a Nicaragua a la celebración del triunfo de la Revolución Sandinista. Parece que Molina aspira no sólo a ostentar el título de “celador de la objetividad” de los estudios históricos – posición que suele asumir gustoso en su campo – sino además de consejero diplomático de esa “nueva izquierda” con la que alucina (por lo demás, es de suponer que la opinión de Molina tenga perfectamente sin cuidado a la fracción del FA).
Pero sin duda, lo más gracioso del último comentario de nuestro historiador (UNIVERSIDAD 2048) es acusarme de no considerar evidencia contraria a mis críticas, sin proporcionar él mismo demostración alguna. Dado que Molina parece creerse el juez último en materia de hechos, lo reto entonces públicamente a que contradiga en estas páginas, para ilustración de todos, mis puntos de vista sobre el FA. En aras de no perder el hilo de la discusión, resumo así mis críticas: fascinación y total falta de criticidad de sus partidarios y representantes frente a los líderes y regímenes autoritarios de la región, simplismos económicos y retórica anti-mercado, defensa a priori de sindicatos y, finalmente, un discurso estatista de principio, incapaz de pensar mediaciones adecuadas, realistas y modernas entre lo público y privado.
Quedamos a la espera de respuesta, aunque soy consciente de que quizá sea sólo malgastar pólvora en zopilotes.