Un documento de un sector de la oposición venezolana, que sus autores llaman “El Acuerdo Nacional para la Transición”, ha instalado con claridad en el escenario de ese país el clima de un golpe de Estado. El llamado lo firman tres políticos venezolanos conocidos en Costa Rica porque la prensa comercial local exalta cada treinta segundos sus aventuras y miserias: la diputada Maria Corina Machado, el dirigente Leopoldo López y el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma.
El aire golpista del texto es evidente. Describe así a sus enemigos: “…el desastre que vivimos responde al proyecto de una élite sin escrúpulos de no más de cien personas, que tomó por asalto al Estado para hacerlo totalitario, que se ha apoyado en grupos violentos y en un militarismo de cúpulas corruptas para controlar a la sociedad a través de la represión, que degradó las instituciones y que violentó todo ámbito de la sociedad hasta devastar la economía y dañar gravemente las bases de la paz”. Como se ve, al inicio basta con eliminar a cien personas y luego a “criminales” y a “cúpulas militares” para después refundar el país.El actor golpista sería la “…Unidad de todos los ciudadanos de Venezuela, a través de las visiones de los trabajadores, los jóvenes, los empresarios, los académicos, los políticos, los miembros de las iglesias y de la Fuerza Armada, en fin, de todos los sectores nacionales”. Este actor barrería con todo lo proyectado, gestado y realizado en 16 años de ‘chavismo’. Para los golpistas, son o “ellos”, unos pocos monstruos, o nosotros, “todos” y virtuosos.
Como en América Latina no se pueden dar golpes de Estado exitosos sin consentimiento, o cogestión, de EUA y sus múltiples expresiones, debe añadirse a estos “todos” el Departamento de Estado y la administración Obama. Y a su cabeza de puente en el área: Colombia.
El grupo golpista aprovecha una coyuntura compleja determinada por los errores político-culturales de la dirección del proceso (Chávez/Maduro, por simplificar; Partido Socialista Unido de Venezuela: casi el 49% del voto en la elección del 2013). En Venezuela habría que matar a algo más de cien individuos “satánicos, malnacidos y corruptos” para consolidar el golpe.
Sin que sorprenda, el saliente presidente de Uruguay, José Mujica, cree ver en Venezuela la posibilidad de un “golpe de militares de izquierda”. Lo considera funesto. Mujica fue en algún momento un luchador político-militar revolucionario y resulta normal que estime no existe en América Latina un “militar bueno”. Quizás lleve razón en este punto. Él desea una respuesta institucional a los problemas vividos hoy por los venezolanos. De hecho, la Constitución del país contiene esa salida.
Pero, ¿qué hacer con los golpistas del otro lado, locales y externos? No resulta factible dialogar con ellos. Apuestan al todo o nada porque están seguros de conseguirlo todo. ¿Será esta una situación-drama que afecta solo a Venezuela? Porque en el siglo XX Argentina vivió la experiencia justicialista. Y la población fue polarizada hasta hoy. Y en Chile se dio la experiencia de Unidad Popular. Y quienes se inclinaron por su programa fueron aplastados. ¿Será que no existe deidad alguna que alimente y proteja experiencias de cambio, excepto que ellas favorezcan a los opulentos de siempre? ¿O será que nuestras dirigencias políticas (de cualquier color e ideología) no aciertan con las realidades de sus pueblos y cometen, una y otra vez, los mismos errores y los mismos crímenes? En todo caso, el drama no es solo de Venezuela.