Sobre el suicidio

Examinemos la pertinencia lógica de la prohibición social e individual del suicidio

Examinemos la pertinencia lógica de la prohibición social e individual del suicidio, la cual está fundada en un argumento de autoridad que soslaya al individuo por considerarlo indigno dueño de su vida (o lisiado intelectualmente para tomar decisiones).

El significado de la “autoridad” es relacional, no es una cosa real. Involucra un campo (ámbito) en el que cuenta. Esto es, cuando se habla de autoridad se tiene un “portador de la autoridad” (quien manda a otros), un “sujeto de la autoridad” (quien obedece al portador de esta) y, finalmente, un campo (que son aquellas actividades de quien obedece o el compendio de órdenes para seguir). Necesariamente toda autoridad incluye en alguna medida una comunicación, entre individuos conscientes. Así un grupo de mujeres/varones (como las/os diputadas/os), son portadoras/es de autoridad en cuanto tales (por hacer leyes basados en razones y evidencia, y no por legislar desde sus creencias, sin más, por ejemplo).

Al menos en un campo, una persona puede ser autoridad para todo el mundo. Toda persona sabe qué le afecta directamente: ‘su’ tristeza profunda, ‘su’ vida en muchos o en uno de los aspectos, etc., aunque se trate de esos campos. Siempre existe una autoridad, sin precisar quién sea. La proposición contraria es falsa: no hay ninguna persona que pueda ser la autoridad en todos los campos [mucho menos, como presume, sin demostrarlo, el catolicismo y el protestantismo, lo cual los convierte en totalitarismos, pues creen tener la autoridad en todos los campos, manoséandolos]. No existe una autoridad humana absoluta, pues ninguna lo es en todos los campos. Paralelamente, existe “aquel que obedece” y que está acostumbrado psicológicamente a obedecer por costumbre (¿la mayoría de los creyentes, incluidos las/os diputadas/os?), con lo cual estaríamos frente a un automatismo -de quien se cuelga incondicionalmente del brazo de la religión y de la política, por ejemplo-, semejante a un recluta militar, actitud que exige una lógica de sumisión, irracional.

La autoridad es de dos tipos: epistemológica y deontológica. La primera afirma «lo que está ahí» (por medio de proposiciones verdaderas/falsas) y refiere a una autoridad del saber (del sujeto más instruido, entrando el reconocimiento de una competencia superior y afirmando que, respecto del conocimiento, los seres humanos no son iguales); la segunda dice «lo que se ha de hacer» (a través de órdenes), como autoridad del superior (del que manda). Es redundante decir que, si una autoridad no lo es epistemológicamente, las cosas van a acabar muy mal. (Lo contrario a las creencias es la investigación universitaria.) Y, en el Estado moderno, legislar debe ser fruto de dar razones y evidencia, y no órdenes y creencias. De esto se infiere que es posible que haya una autoridad que sea considerada epistemológicamente ilegitima, mejor aún, un abuso de autoridad (como la religiosa actualmente en Costa Rica; evidentemente, Mons. Sanabria solo hubo uno). Una autoridad autoritaria es inválida epistemológicamente hasta que escuche otros saberes -duros (ciencias)-; mientras tanto su autoridad deontológica está entre paréntesis no obstante la amenaza de sanción [como ir la infierno (!) o ser linchado públicamente o ser acusado de herejía, etc.].

El discernimiento moral ha de pensarse/partir «con calculadora» (ciencia dura) para que todas/os tengan claro los límites y alcances de conocimiento, y no «con incienso», propio de creyentes obedientes. Más razón y evidencia (ciencias y filosofía) y menos emoción (religiones y jerarquías) en la política. Los valores éticos y las leyes brotan de la tierra, no caen del cielo.

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