Sobre paradigmatitis y otros males en la epistemología psicológica

Animado por un artículo en este Semanario del colega y amigo Dr. Javier Tapia me di a  la tarea de leer la publicación que

Animado por un artículo en este Semanario del colega y amigo Dr. Javier Tapia me di a  la tarea de leer la publicación que en la Revista de Ciencias Sociales N. 139  efectuara el Prof. Armando Campos, también colega y más que amigo mentor, intitulada “¿Paradigmas o paradigmatitis?, acerca de los inconvenientes usos de este concepto en la epistemología psicológica”.

Según Tapia, el profesor Campos en su artículo pone en evidencia una falta de rigurosidad teórica y metodológica, al menos en la Psicología, en los usos del concepto de paradigma, entendido originalmente por, quizá su más insigne proponente, Th.  Kuhn, como constelación de creencias, valores, técnicas y demás que comparten los miembros de una comunidad en calidad de guía de su actividad de conocimiento.

Y expresión de esta falta de rigurosidad sería la “paradigmatitis”, que ocurriría, según el profesor Campos, “cuando la noción de “paradigma” se adopta para establecer fronteras infranqueables entre corrientes de pensamiento que en realidad se conectan dialécticamente, mediante diversas contradicciones, entrecruces y reemplazos” (Campos,2013:13).

La cura a dicha paradigmatitis  consistiría, en consecuencia,  en el recurso a los “enfoques de pensamiento en coexistencia dialéctica explorando con seriedad sus límites y alcances por una comunidad realmente comprometida con el conocimiento”, una propuesta que más que novedosa,  ya a finales de los 80 enfrentara al profesor Campos con el autor de estas líneas.

Entonces estábamos en pleno proceso de reforma curricular en la Escuela de Psicología y, ante la problemática formativa de qué camino tomar de cara a la existencia de cuatro o cinco grandes escuelas, enfoques o paradigmas que se disputaban la vanguardia del conocimiento psicológico, mientras el profesor Campos defendía una formación abocada a la procuración de síntesis de la puesta en tensión dialéctica de algunos de los enfoques mencionados, este servidor se proclamaba partidario de una formación centrada en la inconmensurabilidad multiparadigmática, en su sentido más feyerabendiano de coexistencia temporal y espacial de paradigmas rivales que en el kuhniano de “matriz discuiplinar”, en la que en vez de conducir al estudiante al logro de tales síntesis, se le diera la ocasión de recibir una formación básica en los presupuestos de las distintas tradiciones o programas y en los modos particulares que cada uno tenía de abordar las distintas áreas problemáticas. La tolerancia multiparadigmática y no la tensión dialéctica serían el norte de esta organización curricular.

En ese entonces, la reforma curricular se decantó por esta segunda propuesta a tal grado que la formación multiparadigmática fue estatuida como uno de los pilares del plan de estudios del 90.

Hoy el profesor Campos,  más de veinte años después de aquel debate, afirma que “Ninguna verdad sólida, solo desatinos, alcanzamos al “paradigmatizarnos” (Campos, 26), una afirmación que pone en tela de duda la calidad de la formación de psicólogos por la Universidad en Costa Rica durante los últimos veinticinco años, prácticamente las últimas seis generaciones de psicólogos de esta Universidad, al menos en lo que a este presupuesto básico de la formación se refiere, pero difícilmente podríamos pensar que con ello no se habrían afectado seriamente también los logros en los otros tres o cuatro pilares medulares de la reforma curricular del 90: formación modular, éete otro de los grandes aportes del profesor Campos que sí se integraría al plan 90, polivalente, de cara a  la realidad y centrada en la investigación o producción de conocimiento.

Hasta dónde dichos pilares formativos han potenciado o debilitado la formación de psicólogos en la Universidad de Costa Rica, durante estos veinticinco años, es un tema muy complejo en cuya discusión  he participado ha ya unos diez años y no siempre sosteniendo las posiciones de aquel debate curricular, incluso abandonando la defensa de una formación multiparadigmática y polivalente como perfil terminal del estudiante y optando por una formación básica multiparadigmática  y una ulterior formación  terminal más de especialización paradigmática, síntesis o hibridaciones incluidas, y profesional, pero de seguro sin llegar a compartir ni por un  momento esta conclusión del Prof. Campos, y compartida por el Dr. Tapia, de que sólo desatinos se hayan alcanzado al “paradigmatizarnos”.

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