Hace muchos años, ya muy cercanas las elecciones del 82, la Coalición Pueblo Unido, convocó a su mitin de cierre de campaña en plena Avenida Segunda. Contra todos los pronósticos, aquel cierre de campaña fue desbordante. Miles de personas portando banderas rojas con la estrella blanca se dieron cita esa noche mágica para la izquierda costarricense. En medio de la sorpresa de propios y extraños, conversaba con un amigo y le preguntaba medio en broma medio en serio, “¿y si ganamos?, a lo que él me respondió lacónico, “¡me voy del país!” Más allá del comentario “jocoso” de mi amigo, este expresaba un sentir generalizado de que la posibilidad de ganar las elecciones no solo era lejana, sino incluso absurda.
32 años después de aquella noche, una parte de la izquierda costarricense expresada en este momento en el Frente Amplio, irrumpe como una fuerza política con verdadera opción de ser gobierno.
Sin embargo, tengo la impresión de que una posible victoria del Frente Amplio en las elecciones, significará, si se me permite el atrevimiento, la meta más fácil de lograr. Lo “fregado” viene después. Es decir, la compleja tarea de construir dicho gobierno y sobre todo que sea apuntalado por los y las ciudadanas que votaron por él. En dicho escenario visualizo al menos cuatro peligros extremos:
-La ofensiva inevitable de la derecha neoliberal, que utilizando todos los recursos institucionales y no institucionales a su alcance, hará todo lo posible para hacer fracasar el gobierno progresista y convertir la oportunidad del FA en el antecedente y muestra de que “nunca más” una alternativa progresista vuelva a ser gobierno.
-Que la población que votó por el FA, congruente con la cultura política tradicional, opte por cumplir con el ritual electoral de “encantarse y votar” para luego regresar a la “normalidad”, es decir, la actitud de “mirar los toros de la barrera”, “mirar el gobierno de lejos”.
-Que el gobierno del FA pretenda realizar un gobierno desde “arriba”, cuyas acciones se enmarquen de manera exclusiva en la formalidad del Estado, considerando a la ciudadanía como el “público meta”, burocratizando su gestión al privilegiar la acción institucional sobre la acción ciudadana creadora y propositiva.
-Que el partido se perciba como EL partido, sin percatarse de la oportunidad que brindaría la acción de un gobierno con la gente, y con ello convertirse en un verdadero frente amplio de fuerzas progresistas, patrióticas y democráticas que signifiquen la “fragua” del gobierno y no tanto su “base social”.
Estos peligros están latentes y son interactivos entre sí. Evidencian, por un lado, la profunda cultura tradicional instalada, donde la derecha neoliberal no ve más allá de sus ganancias y privilegios inmediatos y su correlato histórico, una ciudadanía pasiva que asume los gobiernos como “males necesarios”, a los cuales les entrega un “cheque en blanco” cada cuatro años.
En medio de esto, la amenaza de que una fuerza política “primeriza” en la gestión de gobierno, no visualice, consciente o inconscientemente, los grandes desafíos de su gestión, que en definitiva, y para efectos de los objetivos de refundación del país, están muchos años adelante del 2018.
Ante este panorama, los y las ciudadanas, más que “irse del país” o para su “casa”, deberán, si quisieran que la gestión de gobierno apunte hacia las mayorías, asistir al escenario donde disputen su protagonismo como actor sustantivo del nuevo gobierno. Junto a esta ciudadanía, es necesario que, tanto el nuevo gobierno, como el partido que lo llevó ahí, los otros partidos y fuerzas sociales aliadas, modifiquen en los próximos 4 años la correlación de fuerzas hacia la gente, sentando las bases de un cambio cultural significativo y trascendente para la historia política de Costa Rica.