ENCUENTROS CON JUAN GELMAN

Hay múltiples lugares donde es posible encontrar a Juan Gelman; en sus libros, en un barrio, en una carta, en la mirada crítica del

forja-2024-juan-gelman-20grandeHay múltiples lugares donde es posible encontrar a Juan Gelman; en sus libros, en un barrio, en una carta, en la mirada crítica del escenario social, en una calidad de emoción, en sus silencios y en esa voz cincelada a tabaco que a la vez que dice, se está diciendo. Espacios todos que remiten a una frondosa inventiva y a una conciencia lúcida. También puede encontrárselo en un verso, una línea a la que llega puntual como suele hacerlo al café Village de la colonia Condesa, cerca de su casa en el Distrito Federal de México. Lo retrata un verso que alude al exilio (“no me dejés de vos/ país/ paisame”), al anhelo (“En el revés del mundo crece el cosmos”), al amor (“Esa mujer se parecía a la palabra nunca”), al extrañamiento de la paradoja (“ayes que no pudieron decir ay”) o a la fugacidad (“la mano del organillero/ mueve el instante”).

Son muchos los versos que dan cuenta de sus empeños verbales que se mueven entre la oralidad expansiva y la sequedad del silogismo, el libre fluir del inconsciente y el repliegue místico. Uno de ellos escrito en los años ‘70, titulado “Confianzas”, integra uno de sus libros principales, Relaciones. Dice: “se sienta a la mesa y escribe”. Es la mesa que da a la ventana desde donde el poeta cavila, observa en la calle un viento que arrastra jirones del pasado y aromas de lo que vendrá, olfatea el silencio, se pasa la mano por la cabeza en un gesto característico y pide otro café.

Si un poema puede albergar en su interior las claves de una producción vasta, “Confianzas” remite a algunas marcas sustanciales: es ansia y pensamiento utópico; se desglosa en vocación, “manía” y obsesiones en marcha; y desemboca en constancia. Ese empeño funciona como corolario de algunos de sus poemas iniciales –“Seré lo que debiera”, “Ni a irse ni a quedarse, a resistir”, “te voy a matar/ derrota” –­­ y eslabona a versos resignificados en dos títulos últimos: de atrásalante en su porfía y El emperrado corazón amora. Ambos compartiendo una actitud que sienta posición sobre todo aquello en lo que cree, explora, ama, aspira, apelando a las figuras del empecinamiento del porfiado y la tenacidad del emperrado.

Ya antes de “Confianzas” Gelman había deslizado el tema de la escritura como dilema: “estas palabras suaves ásperas ayuntadas por mí/ me van a costar la salvación” (“Los poemas de John Wendell”/ CCLXI), para enlazar posteriormente el sentimiento y la expresión en una imagen rotunda: “El corazón/ vuelca cajas de infierno en/ rincones del decir”. En “Confianzas”, esas expectativas enumeradas que supuestamente la poesía no puede cumplir (“ni para enamorar a una le servirán (…) no conseguirá tabaco o vino por ellos// ni papagayos ni bufandas ni barcos/ ni toros ni paraguas conseguirá por ellos (…) no alcanzará perdón o gracia por ellos”), van a  contrastar con el remate de: “se sienta a la mesa y escribe”.

Solía decir Luis Cardoza y Aragón que la poesía no le hace los mandados a nadie; es por ello que prevalece un gesto de certidumbre y tesón en ese verso que, colocado al inicio y repetido al final, le otorga circularidad al texto. La enjundia de la poesía no radica en aquello que posibilita, que puede hacer, sino en lo es y conlleva: intensidad. Por su parte el verso aludido –que encuentra un complemento en el título de “Confianzas” – tiene que ver con un arranque, un lanzarse en pos de sus búsquedas expresivas y sus fundamentos éticos; una línea que antes que un colofón instala una apertura, el paso hacia un hacer abierto: un indagar a fondo.

De modo que el verso en cuestión podría leerse de este modo: “se sienta a la mesa y pregunta”, ya que la interrogación juega un papel primordial en esta obra profusa. Las indagaciones a ratos van dispuestas en forma de secuencia vertiginosa; superpuestas semejan un jadeo intermitente que agrega una gestualidad corporal al discurso, como si  también el cuerpo preguntara. En otras ocasiones se da un movimiento oscilatorio entre aseveraciones que inquieren y preguntas que afirman. Son los interrogantes los que refunden y muelen como los dientes de un engranaje las obsesiones del poeta: el amor, el exilio, la revolución, la clave solidaria, la esperanza, la memoria, la espesura del vacío,  la infancia de las cosas y la poesía como diálogo repujado por la “belleza incesante”.

Aquel que escribe: “con estos versos no harás la Revolución”… “ni con miles de versos harás la Revolución”, se sienta a la mesa y cuestiona. En el centro de este ejercicio de indagación se hospeda una perplejidad rastreable desde sus versos  iniciales: “¡Quién pudiera agarrarte por la cola/ magiafantasmanieblapoesía!”, “¡Qué cuestión!”, “¡qué asunto raro!”, “quién me manda”, “¡Cómo decir las cosas más simples de la vida!”, “¿Y entonces, qué?”, “¡Qué cosa seria!”. Aquí, las  exclamaciones preguntan por medio de una perplejidad que es asombro pero más, es reclamo; que es desconcierto, pero más, es interpelación. Actúa como detonante de un modo de cuestionar;  de despachar un cuestionario de preguntas evidenciando una urgencia por resolver esas cuestiones –término que figura ya en el título de su primer libro donde se constata la instancia lírica del violín, enlazada a los asuntos candentes de la realidad.

Esa perplejidad, entonces, como una toma de conciencia que es vislumbre, sospecha, corazonada. ¿Pero quién es el interlocutor de los interrogantes que cruzan la poesía gelmaniana? ¿Se dirige a sí mismo, a un “nosotros”, a un grupo determinado, a la sociedad en general, a la especie? Julio Cortázar señala que: “Cuando Juan se pregunta se diría que nos está incitando a volvernos más lúcidamente hacia el pasado para después ser más lúcidos frente al futuro”; ese indagar, dice Cortázar, es “una manera a la vez reflexiva e intuitiva de buscar lo que de veras somos” (1).

En esa misma mesa bulle un imaginario tensionado por antinomias; lo que arde y lo oprimido delimitan un territorio de fuerzas contrarias que se reúnen y se desbaratan: el vuelo y lo estático, la inocencia y lo degradado, belleza y espanto, esperanza y derrota. Ese espacio de mutaciones dinamizado por la colisión semánticas, neologismos, disloque sintáctico y otras torsiones del lenguaje, que deriva en una escritura que se abre, entre otros tonos, al de una salmodia que resuena en Citas y comentarios y martilla sobre las pérdidas, la niñez, el destierro, el pesar, la fusión-pasión del yo en el tú. En esta dirección cobra espesor el diálogo que Gelman entabla con los místicos Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Hay además una palabra molida en el farfulleo, un onirismo en estado de vigilia, expansión lúdica que liga lo habitual y lo irracional, testimonio y trance. En ese estado de posesión fluye un lenguaje que se des-figura para expresar el desvarío con visiones que alternan deleite y pesadilla. La imagen estalla y sus fragmentos  serpentean en el espacio de lo irracional. El poema es un cuerpo que convulsiona, se retuerce, se comba, se contrae y se expande a fuerza de palabras inventadas, acopladas, barbarismos, ambivalencia, maridajes inesperados, correspondencias subterráneas.

Y el poeta se sienta a la mesa y dialoga. Ya que otra de sus aperturas tiene que ver con el coloquio urbano; una voz a distancia del vate oracular intérprete del universo y cercana a un hablante perdido en la multitud, ocupando lugares precarios, movedizos, transitorios.  Sobre estos goznes se articula un zigzagueo del monólogo dramático en el que intervienen locuciones populares, refranes, jerga callejera y onomatopeyas. El circunloquio deviene en merodeo, coronado siempre por un remate contundente. Este aire de espontaneidad, va permeado por comentarios sesgados, con filo de parodia, en los que no falta la ironía descarnada.

Dentro de esta trama se ubica el jadeo tanguero, ladeado, el chamuyo (Gelman titula con el anagrama de Gotán a uno de sus primeros libros), con una filiación (la ciudad de Buenos Aires) y  un cuño (la porteñidad). Un talante que en el trasiego de la urbe se hace argot,  guiños al interlocutor a la mano y que, con un tono confesional y confidencial, baña dilatadas franjas de su poesía. En esta línea, no duda Gelman en firmar coautorías con poetas -destacados y populares letristas de tango, para arrullar con una voz coral la melodía de ausencia del destierro.

Ese exilio que se irá convirtiendo, libro a libro, en uno de los ejes de su poética, más allá de la sanción política y el desacomodo geográfico, abarcando temas que hacen a la memoria, el tiempo trastocado, las pérdidas y el interregno de la espera, la otredad, la escritura en los márgenes, y el hallazgo y extravío del propio ser.

Por momentos esa mesa se puebla de personajes y resuenan las voces de John Wendell, Sydney West, José Galván y eliezer ben jonon, entre otros heterónimos surgidos del desdoblamiento de los juegos de identidad, simulacros y camuflajes. Un ejercicio de segmentación que comprende traspasos de palabra, reescrituras, remedo, pastiche, “traducciones” y coautorías.

En los libros últimos este tránsito poético se repliega sobre sí con imágenes compactadas; en esa trama de condensación de sentido resaltan el aire de reflexión y el apunte deductivo.

La poesía de Juan Gelman –una de las propuestas poéticas más original y reveladora de los últimos tiempos– respira en el centro mismo de lo humano, y va urdida con la música de las preguntas y las marcas de una intensidad que alberga por igual dramatismo y anhelo. Un Guernica hablado con trazos que integran las cuestiones candentes, el sosiego atravesado por hebras de un furor y el deseo, que es la medida de la vida. Y de nuevo y siempre, contra todo, pese a todo, el poeta que “se sienta a la mesa y escribe” para entregar una palabra inconforme que sale en busca de su significado y en su largo camino “nombra en silencio/ los animales del azar”.

 

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