Las vertientes literarias de la guerra de Coto: Los países felices no escriben buena literatura

Parece ser ya una sentencia cultural que las guerras y la sangre sean fuentes privilegiadas de abundantes obras literarias. Se da por entendido que

Parece ser ya una sentencia cultural que las guerras y la sangre sean fuentes privilegiadas de abundantes obras literarias. Se da por entendido que estas experiencias sociales formen parte de lo que entendemos y pensamos como novelesco. Desde luego, no creemos que se trate de impulsar o encender conflictos armados para mejorar la literatura costarricense, pero es verdad que cada uno de los escasos enfrentamientos bélicos de nuestra historia han dejado en herencia cuentos, novelas y crónicas, confirmando que resulta necesario e indispensable narrar los traumas para conjurarlos.

Memoria y trauma, literatura y guerra son asuntos de interés teórico en los estudios literarios y temas recurrentes en las ficciones; tanto como la vigente reflexión sobre la existencia de puntos de convergencia y de distancia entre las novelas y las crónicas periodísticas.

Para un periodista es más atractivo, más literario, describir el estado emocional  de los jugadores que pierden un juego de futbol dramático, que la celebración de los vencedores y la euforia de sus fanáticos. Para un novelista, y existen innumerables casos, resulta más seductor hablar de la convulsión que puede generar una infidelidad en la vida íntima de una familia, que escribir acerca de la apacible navegación rutinaria de un matrimonio seguro y prolongado en los años.  La literatura se alimenta del conflicto; los países felices no escriben buena literatura.

Entre el 20 de febrero y mediados de marzo de 1921, se activó entre Costa Rica y Panamá uno de esos conflictos nacionalistas entre países pequeños que con los años no llegan a ser más que anécdotas, y en su momento parecen favorecer solo a terceros como es el caso de la United Fruit Company.

Entre los farallones del río Coto del sur de Puntarenas y en las cercanías del archipiélago de Bocas del Toro, en el Caribe, se tejió el escenario de la guerra de Coto, que dejó pocos muertos, euforia nacionalista de ambos lados de una frontera que en aquellos años era borrosa y confusa y el fallo White, instrumento jurídico mediante el cual los Estados Unidos le puso fin al diferendo entre los centroamericanos, después de enviar al acorazado Pennsylvania a la Bahía del Charco azul en Chiriquí, y de exigirle a ambos países el cese de las hostilidades y el retiro de sus fuerzas.

Tanto en Panamá como en Costa Rica los soldados fueron recibidos como héroes; tanto en Panamá como en Costa Rica aquel enfrentamiento fue traducido estéticamente en novelas y en crónicas. En Costa Rica, esta breve guerra dejó como herencia literaria el capítulo VI de la novela Marcos Ramírez de Carlos Luis Fallas, y Coto, la excelente crónica de José Marín Cañas.

MARCOS RAMÍREZ

El 27 de junio de 1951 se termina de escribir la novela Marcos Ramírez, que relata las memorias de un muchacho de Alajuela que no tenía padre. Marcos Ramírez  el adulto, cuenta en primera persona sus aventuras y sufrimientos de niño, la pobreza y la angustia de su madre, la indiferencia de su padrastro, la violencia disciplinante de su tío Zacarías, el terrible cambio que supuso para su vida la mudanza a San José, cuando dejó atrás la seguridad de la casa de sus abuelos maternos en una Alajuela mucho más hospitalaria y familiar que las barriadas del sur de la capital costarricense, donde conviviría por primera vez en solitario con su madre, con su padrastro, con los castigos de su tío y con las hermanitas que nacían cada año.

Marcos cuenta con humor y resentimiento su rebeldía ante la injusticia, su rencor ante unas autoridades colegiales irreflexivas, adormecidas y esquemáticas.

Marcos narra cada uno de los acontecimientos que él, con el paso de los años, ha considerado determinantes para el rumbo que tomaría su vida. Uno de ellos es su fuga, su incorporación a las tropas costarricenses que viajaban hacia el sur de Puntarenas a enfrentar la guerra de Coto. Marcos amaba las novelas de aventuras tanto como odiaba las clases de gramática en el Instituto de Alajuela; por lo que, inspirado en ellas, en sus ganas de ser él también un aventurero y deseoso de dejar atrás el malestar que vivía en compañía de su familia, se enroló en el improvisado ejército que salió en trenes desde la capital.

“El país estaba viviendo entonces días de intensa agitación. Una pequeña e improvisada tropa costarricense, que subía por el río Coto para ir a ocupar un insignificante puesto fronterizo que el Gobierno de Panamá le disputaba a Costa Rica, había sido sorprendida en una emboscada que le tendieron las fuerzas panameñas, sufriendo numerosas bajas y cayendo prisioneros casi todos los sobrevivientes. Esa inesperada noticia causó una profunda conmoción en todo el país. El pueblo costarricense −ignorando que detrás del Gobierno de Panamá movía sus tentáculos la poderosa United Fruit Co.− exigía venganza y reclamaba armas para marchar a la frontera sur”.

La emboscada sufrida por una embarcación costarricense en las aguas del río Coto, es el material que sirve de base para la crónica de Marín Cañas; en la novela de Fallas, el momento narrado es posterior, y consiste en el viaje de las indignadas tropas costarricenses hacia una zona del Pacífico Sur que es percibida por los habitantes del Valle Central como distante, riesgosa y salvaje, mucho más si se iba a ella a defender territorio y soberanía frente al “otro” siempre amenazante.

Este viaje desde San José, Heredia, Cartago y Alajuela, se da una vez ocurrida la emboscada panameña y acerca de él, Marcos Ramírez cuenta con voz propia sus dificultades de niño inquieto en medio de un ambiente de hombres adultos y rudos, y cuenta la estancia en el puerto de Puntarenas, la salida por mar hacia Osa, el hambre que pasó, su rápida experiencia marítima y la injusticia de un regreso sin méritos en una guerra en la que no presenció ni un solo enfrentamiento de importancia. Para él, como para Don Quijote, las novelas seguían superando a la realidad.

“En Punta Uvita estuvimos muchos días, viviendo en el más completo desorden, en la anarquía más absoluta. Los oficiales no aparecían por ninguna parte y los soldados hacían lo que les daba la regalada gana. Disparaban tiros constantemente, a diestra y siniestra, contra los zopilotes, contra los pájaros y aun contra los insectos también (…) Un amanecer, al salir de mi abrigado nido, me sorprendió divisar allá a lo lejos, ancladas frente a la costa, tres o cuatro lanchas; y más lejos aún, un barco bastante grande, de alta y roja chimenea. Del barco a las lanchas y de estas a la playa iban y venían constantemente algunos botes. Sospeché que durante la noche habían desembarcado nuevas tropas y que estábamos en vísperas de emprender la marcha hacia la frontera. Y eso mismo creyeron también los voluntarios heredianos. Pero a la hora del almuerzo corrió por todos los campamentos la noticia de que, con la intervención de los Estados Unidos, los gobiernos de Costa Rica y Panamá acababan de firmar un armisticio”.

Sin preocuparse por la veracidad objetiva y extraliteraria de lo narrado, tal y como es natural en una novela, Carlos Luis Fallas se vale del efecto de verosimilitud que da fingir que un adulto cuenta sus memorias y su pasado de niño, para incluir en Marcos Ramírez una narración que recrea estéticamente un acontecimiento histórico como la guerra de Coto, treinta años después de que esta ocurriera.

El sujeto de la narración es un personaje de un fragmento de autobiografía que también es novela. Si en cambio se tratara de escribir la Guerra de Coto desde el punto de vista de un historiador, como de hecho se ha realizado en otros momentos, la perspectiva y las reglas del relato, las reglas y la forma de organizar el texto historiográfico serían otras, ese texto sería un campo en el que la subjetividad del narrador se vería limitada, la veracidad sería un objetivo y la valoración de las fuentes sería un elemento importante.

Todos estos aspectos entrarían en juego a pesar de mantenernos como lectores siempre ante un texto escrito, ante una narración que como el mapa del cuento de Borges, nunca podrá ser igual al territorio que pretende representar. Dicho de otro modo, lo real es imposible de decir, imposible de decir todo e idéntico, tanto cuando hablamos de procesos sociales como cuando intentamos hacerlo con las emociones. Cualquier aproximación a él siempre será insuficiente, superable y múltiple. Se puede hacer por medio de novelas, ensayos historiográficos o crónicas, para citar solo algunas posibilidades.

COTO, DE MARÍN CAÑAS

A medio camino entre la novela, el reportaje y algunas cosas del relato historiográfico, se encuentra la crónica periodística; esta, si bien pretende contar situaciones ocurridas, supuestamente veraces y objetivas, lo hace valiéndose de recursos técnicos propios de las obras de ficción como lo son el uso de diálogos, la aparición de personajes, la exposición de la subjetividad de esos personajes, sus sentimientos, sueños, delirios, pesadillas y a partir de ahí, a partir de esa mirada que se inventa el autor, es que se narra en la crónica un acontecimiento histórico como la Guerra de Coto, más precisamente el ataque sorpresivo que sufrió una lancha costarricense a manos de fuerzas panameñas en una vuelta del ancho y apacible río Coto, cerca de su desembocadura en playa Zancudo.

Marín Cañas publica esta crónica en 1934, 13 años después de ocurrido el combate, cuando ya no era noticia, y se vale para ello de un testigo presencial, un burócrata del Ministerio de Seguridad Pública que se supone estuvo en la guerra y llegó hasta él para contarle su experiencia, siempre fragmentaria y parcial, de la emboscada que sufrió la embarcación costarricense que dejó como daño irreparable la suma de dieciséis cadáveres.

Marín Cañas convierte a ese testigo en personaje y es él quien cuenta una historia que se pretende veraz y que por lo menos para los que conocemos que esa guerra ocurrió, lo parece. Para otro, para un lector desinformado sobre la historiografía costarricense, el texto podría leerse perfectamente como una novela corta y entretenida. Entre este personaje y Marcos Ramírez, la única diferencia es que Marín Cañas afirma que su informante existió y Fallas, por el contrario, construye un personaje dentro de una novela realista que no pretende veracidad ni tampoco le desvelan los exámenes de objetividad.

Esta crónica olvidada de Marín Cañas le sirvió a él como antecedente creativo del Infierno verde, tal vez su obra más celebrada y constituye un hito en el periodismo narrativo latinoamericano, anticipándose por varios años al Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez. En Coto, un hombre, el informante que se mantiene anónimo, cuenta el viaje hacia Osa en aquella primera expedición que partió hacia el sur para ganarse o para defender parte del territorio nacional.

Al igual que en Marcos Ramírez, esa región, el afuera del Valle Central, es percibida como otro lugar, uno violento, hostil e incivilizado. Para los ticos de aquella época, puede que algo de eso siga vigente, el afuera del Valle Central es intemperie y soledad.

“Era una Costa Rica lejana, desconocida, bravía, áspera. Los montes, la selva misma, los ranchos, aquella civilización distante escondida en un punto que se nos antojaba el final del mundo, todo tenía algo de sorprendente.”

Este hombre que cuenta su experiencia, viaja a encontrase con la muerte de dieciséis de sus compañeros en un río lejano a todo lo que él conocía, ese enfrentamiento con el horror le provoca violentos cambios en sus estados de conciencia, delirios, ansiedades, elementos subjetivos que no se permiten los periodistas ni los historiadores a la hora de escribir y a los cuales solo es posible acceder en un texto mediante los recursos de la ficción.

Eso hace Marín Cañas, cuenta la violencia de la guerra y el asombro ante la muerte desde la perspectiva de una sola persona, desde sus estados de ánimo y sus posibilidades. Es otra forma de decir que un grupo de costarricenses murió en una emboscada en el río Coto a manos del ejército panameño, lo que hace es que cambia el punto de vista.

“Hay instantes tan intensos en la vida que dejan un cansancio enorme en el espíritu (…) Aquel hombre tenía una gran mueca de angustia. Era una mueca horrible, una mueca honda. Todas sus facciones estaban desfiguradas. No era ninguno de aquellos que iban con nosotros. Lo miré fijamente. Me olió. No lo vi. Me olió” , relata el informante abriendo el mundo subjetivo en la crónica periodística.

Al igual que Ismael en Mobby Dick de Herman Melville, él sobrevivió para contar la historia y para darle verosimilitud a Coto, obra que está estructurada en tres o cuatro momentos principales: el viaje por mar a Puntarenas y de ahí a la Península de Osa, la emboscada que sufre la embarcación costarricense por parte de los panameños, la muerte de los compañeros de viaje del informante y el cautiverio que sufren los ticos en condiciones extremas y lamentables en una zona pérdida en el trópico del Pacífico Sur. Marín Cañas narra todo esto con la agilidad, la tensión y la velocidad que solo un novelista calificado le puede dar a un texto.

“Sobre la selva y sobre el río, la oscuridad se fue haciendo gorda. Los árboles perdieron sus contornos y el bosque se apelmazó. Humillados quedaron los manglares en la sombra, y solamente hubo luz, una clara luz de febrero en los girones de cielo que se veían al través de la copuda maraña tropical. En el campamento de Coto había una sorda muralla de sombras. Eran hombres que pasaban de vez en cuando por el reducido círculo rojo de las hogueras (…) No sé si pasaron dos minutos o pasaron dos siglos. Yo seguía agarrado a la mano, a mi mano destrozada, abierta, con los huesos pelados. La sangre, eso sí lo recuerdo bien, no salía en un chorro fijo, igual, de volumen parejo. Era una sangre de bocanadas. Agarrado a la herida debí permanecer mucho rato”.

Las consecuencias limítrofes de la guerra de Coto no fueron determinantes para la historia del país, ese conflicto tradicionalmente se ha tomado como antecedente del tratado firmado por ambos países en el año de 1941. Desde el punto de vista literario, sin embargo, deja en Costa Rica el capítulo de una buena novela y una magnífica crónica periodística que cambia la forma de contar un acontecimiento que cuando es narrado ya no es noticia.

Ambos textos permiten la reflexión sobre los géneros literarios, las fronteras y los puentes que existen entre ellos, el periodismo y la historiografía. La Guerra de Coto, el capítulo seis de Marcos Ramírez y la crónica de Marín Cañas posibilitan pensar la condición geopolítica de los países dependientes y también dejan en el aire la incómoda pregunta acerca de la necesidad del dolor para mejorar la escritura de ficciones.

*Máster en Literatura.

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