Cronopios contra «Vampiros multinacionales»

Julio Cortázar (A veinte años de la muerte de Julio Cortázar)¿Era un juguete de cristal lo que usaba Cortázar para vislumbrar el futuro de

Julio Cortázar

(A veinte años de la muerte de Julio Cortázar)

¿Era un juguete de cristal lo que usaba Cortázar para vislumbrar el futuro de América Latina; o su ojo avizor, su agudo olfato y un corazón enorme en donde el dolor, decía él, no sería nunca más fuerte que la vida que aprendió a vivir.

Fue todo junto, el ojo y la esfera, el juguete y la mano, el dolor y el destino de los pueblos latinoamericanos, donde Cortázar plantó los pilares de su obra y su vida.

«Lo que me despertó a mí a la realidad latinoamericana fue Cuba», confesó una vez el Cronopio; y a partir de entonces, la ficción y el trabajo político irían entreverados hasta el final de sus días, sin que ninguno desmintiera al otro, porque para él no hubo nunca más distinción alguna entre el arte y la política.

En 1967, hizo público su compromiso con al lucha por la liberación de los pueblos latinoamericanos, y entre 1974 y 1975, trabajó para el Tribunal Russell II, (continuación del Tribunal Russell I, que investigó y condenó los crímenes cometidos por el ejército norteamericano en Vietnam). En este organismo se dedica a investigar y denunciar las infinitas violaciones de los derechos humanos cometidos por las dictaduras en América Latina con la complicidad del gobierno de los Estados Unidos de América para, en la mayoría de los casos, favorecer a las sociedades multinacionales que saquean los recursos naturales y humanos de nuestros pueblos.

En medio de su compleja actividad política, Cortázar se autodefinía como «un escritor que parece haber nacido para escribir ficciones y que, por lo tanto, se mueve en un mundo de pura intuición de fuerzas vitales no siempre definibles, teniendo por timonel su imaginación y por velamen sus pasiones, sus deseos, sus amores, todo lo que late en torno suyo, la calle, las casas, los hombres y las mujeres y los niños y los gatos y los cangrejos y los álamos que hacen de cada lugar del mundo un momento de la vida en su puro presente, en su irreversible belleza y en su interminable drama.»

A primera vista parecía incomprensible este lenguaje de un escritor que se movía entre lo más concreto de la realidad latinoamericana, y lo más abstracto de la ficción: sus personajes viven en circunstancias donde el azar y lo insólito imperan sobre «las leyes aristotélicas», aseguraba él; mientras, en sus discursos, sus denuncias y sus llamados a la resistencia no apareció nunca ambigüedad que pudiera prestarse para confusiones, o para que sus detractores falsearan su claro contenido y amortiguaran el impacto. Él lo decía así: «Escribir libros no significa una tarea totalmente distinta de la participación en las múltiples formas de la  lucha en el plano político. Si vemos la política como pasión, como vida, como destino, ¿qué diferencia puede haber entre eso y lo que tratamos de crear o de reproducir en nuestras novelas y nuestros cuentos, aunque muchas veces sus temas no tengan nada que ver con lo que está sucediendo en la calle?.. » Y en esos términos, más bien sencillos, Cortázar propone una estrategia de gran complejidad: la máxima apertura posible de los sentidos, la pasión por la vida, el arte como continuación del juego infantil, y el juego como respuesta a la opresión contra los pueblos y los individuos; porque si algo hay que desconcierta, sobre todas las cosas, a las tiranías, eso es la imaginación impredecible, la pasión desbocada y el juego como estrategia de confrontación.

Habla Cortázar: «Nada me parece más revolucionario que enriquecer por todos los medios posibles la noción de realidad en el ánimo del lector de novelas o de cuentos; y es ahí donde la relación del intelectual y la política se vuelve apasionada en América Latina, porque precisamente este continente proporciona la prueba irrefutable de que el enriquecimiento de la realidad a través de los productos culturales ha tenido y tiene una acción directa, un efecto claramente demostrable en la capacidad revolucionaria de los pueblos.»

En 1975, Cortázar publica Fantomas contra los vampiros multinacionales, una historieta en la que denuncia lo que hay detrás de las cortinas de humo de supuestas «alianzas para el progreso» y patrañas de ese estilo: que el gobierno de los Estados Unidos no ha hecho más que montar dictaduras en todo el planeta para que las compañías multinacionales desangren como vampiros a los pueblos. «¿Cómo se llaman los que el Tribunal Russell acaba de condenar en Bruselas?», pregunta Susan Sontag a Julio, ambos personajes del relato. Julio contesta: «Se llaman de mil, de diez mil, de cien mil maneras, pero se llaman sobre todo ITT, sobre todo Nixon y Ford, sobre todo Henry Kissinger o CIA o DIA, se llaman sobre todo Pinochet o Banzer, o López Rega, sobre todo General o Coronel o Tecnócrata…».

El tiempo ha pasado. Hace veinte años murió Cortázar en París; pero su advertencia es tan actual como entonces. Hoy se llaman también de cientos y de mil maneras, pero sobre todo, G.W.Bush, Blair, Aznar, etc. Y los crímenes se cometen en Afganistán, en Irak, y hay lista de espera. Los vampiros son transnacionales, el engaño de los pueblos se llama Tratado de Libre Comercio, ALCA, Plan Puebla Panamá, ILEA, etc. y la resistencia se clasifica bajo el rubro de «Terrorismo». Pero los Cronopios seguimos cantando nuestras canciones favoritas y entre una y otra les recordamos que ni les creemos nada, ni estamos por renunciar a la dignidad que merece todo pueblo… Si no, ¿para qué conmemoraríamos obra, vida y muerte de Cortázar?

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