Fijaciones lingüísticas

Fijaciones
Mainor González Calvo
poesía
Editorial Arboleda
2014Es un libro desenfadado, directo y sin consideraciones ni edulcorantes, casi brutal. Si se habla del deseo, por ejemplo, se habla

Fijaciones

Mainor González Calvo

poesía

Editorial Arboleda

2014

Dividido en dos grandes secciones, Fijaciones y Atracciones Colaterales, el séptimo libro del poeta Mainor González Calvo invita al lector a preguntarse por sus instintos más ocultos, es decir, sus fantasías eróticas y sus alucinaciones lúbricas más audaces. Cercana al adjetivo perversiones, la poesía de este libro se mueve entre la doxa y el espectáculo, no sin ciertas extravagancias, obsesiones y acechanzas adobadas con humor negro y la infaltable chota tica.

Es un libro desenfadado, directo y sin consideraciones ni edulcorantes, casi brutal. Si se habla del deseo, por ejemplo, se habla del deseo: “me vuelven loco las nalgas enormes de las muchachas” (Megalomanía, p. 13). La imagen es franca y realista, no hay adornos ni guantes de seda; no hay metáfora alguna sino que vamos derechamente al asunto: “no hay como unas nalgas enormes” (Ibíd.).  Ello le ofrece al poemario cierta dosis de verosimilitud y espontaneidad que, sin embargo, al final lo menoscaba.

Lo anterior se apunta dado que hay una suerte de entomología del amor y del sexo donde lo segundo es lo importante, pero desde una visión libidinosa y sesgada a partir del ojo/deseo masculino; machista, diría, probablemente, una feminista. La mujer, objeto del deseo y de su consumación, se cosifica al ser sometida a la mirada lujuriosa y/o al escalpelo de las palabras: “No hay mejor alimento para el hombre / que unas tetas rebosantes de lujuria…” (Menú vital, p. 14). O: “Cogerse a una chinita / es como comerse un durazno semiduro…” (Obsesión oriental, p. 36).

Por lo demás, hay construcciones desafortunadas. Continuemos con los ejemplos supra citados: El poema Megalomanía empieza así: “No hay duda alguna: / me vuelven loco las nalgas enormes de las muchachas /cuando ellas poseen estos atributos…” El inicio es forzoso pues ya está implícito en el segundo verso, y el tercero es innecesario porque también está supuesto en el enunciado del segundo que, por lo demás, es tan fuerte que no necesita de esas apoyaturas que son como los andamios de la construcción o netas intromisiones del autor.

En Menú vital (por cierto, las imágenes y estructuras semánticas del texto, en general, nos remiten a la culinaria tal como en la doxa de la sexualidad latinoamericana) los lugares comunes afean la imagen que podría resultar interesante si no se le atribuyera esas condiciones: “No hay mejor alimento para el hombre / que unas tetas rebosantes de lujuria / pues nutren con suficiente proteína / de dulce inacabado / y en ocasiones mitigan la desazón del sediento / por medio de la bondad de su leche / por esa razón los infantes se vuelven rollizos / corpulentos…” Nótese que las “tetas” deben estar “rebosantes de lujuria” (sic), allí comienza el poema a desmoronarse. Luego desbarra hacia el alimento de los chiquillos en infausta comparación.

En Obsesión oriental los lugares comunes también atentan contra la buena disposición semántica de la imagen/concepto inicial que, ya de por sí, principia de manera desafortunada: “Cogerse a una chinita / es como comerse un durazno semiduro / como travesear ese cuerpo de girasol / y untado con la alquimia del afrecho…”. En el último verso el sustantivo femenino “alquimia” (antigua ciencia o arte sobre la transmutación de la materia) se deslustra al ser referido como ungüento, ¡y de afrecho!

Más allá del recuento de los tipos de mujer para la cópula o el deseo arrebatado, y de sus diversos escenarios y métodos, pareciera que la fórmula poemática no es la idónea para referirse al eros y a sus distintas posiciones y visiones. Y es que la segunda parte, Atracciones colaterales, está tratada de manera más “poética”, es decir, sus imágenes son menos directas, más sugerentes y, por tanto, menos brutales: “En esas gemas / habita el aliento de los seres subterráneos / el destino de los marineros sin ventura / la hecatombe del infierno para los ilusos del corazón…” (El diablo tiene los ojos verdes, p. 51).

Apunto al hecho de que el texto es un híbrido de lenguaje directo con otro más elusivo y figurado donde la imagen es sugerente y donde la ternura asoma para dejar de lado la tosquedad del sexo por el sexo. Quiero decir que si lo que se pretende es causar escozor en el lector, con imágenes crudas y lenguaje directo, bien se entendería; la iconoclasia es bienvenida cuando se trata de rupturas formales. Sin embargo, tradicionalmente González Calvo maneja un lenguaje adecuado (más simbólico digamos) aunque sus temas sean peliagudos. Este libro no es la excepción, pero esa mezcla de estilos desecha un tanto el asombro del lector, así como su posible disfrute.

A pesar de lo dicho hay que señalar que estamos ante un libro valiente, fresco y provocador. Acaso esa sea su mayor virtud. Tal vez por ello no aparecen los signos externos de la editorial en la portada y contraportada como se acostumbra, cual si fuese una publicación de autor. Es más, al parecer la edición se tardó casi dos años porque los editores no estaban tan convencidos de su circulación. ¿Censura editorial o escrúpulos mojigatos de quienes deberían poseer una apertura mayor hacia un tipo de poesía desacralizadora y por tanto necesaria para remover la doble moral de la mayoría de ticos?

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