Los ojos del antifaz o un intento para no olvidar

Sumergiéndose en una trama que gira sobre varios ejes, Los ojos del antifaz de Adriano Corrales Arias (Perro Azul, San José, 1999; Ediciones El

Sumergiéndose en una trama que gira sobre varios ejes, Los ojos del antifaz de Adriano Corrales Arias (Perro Azul, San José, 1999; Ediciones El Leopardo, Buenos Aires 2003; EUNED, San José 2007) nos transporta en un juego del tiempo, con una estructura circular y al mejor estilo de los más consagrados escritores de la actualidad. Sin salirse del hilo de la trama, deja de lado la linealidad temporal y nos lleva a saltos y sin aviso previo, por todo el segmento histórico que ocupa la novela.

Es importante destacar que el contexto histórico de los personajes, es vital para el desarrollo de la trama; ya que son ellos mismos “los que controlan la dirección de las escenas” (Corrales, 2001). Los Ojos del Antifaz se sitúa históricamente en América Central, hacia finales de la década de los 70 e inicios de los 80 cuando se encontraban en su mayor apogeo las guerras de liberación nacional del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), en El Salvador y el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) en Nicaragua. Esta situación viene a jugar un papel importante en el desarrollo de la novela, porque marca los acontecimientos que van surgiendo alrededor del personaje principal de la obra.

David, un joven que, dejándose llevar por  los sueños idealistas de la juventud, pretende cambiar su mundo, se deja envolver por los germinantes grupos revolucionarios universitarios que descubre a través del camino que debe recorrer desde su pequeño pueblo natal de campo. Nuestro protagonista se envuelve en una lucha ajena, que hace suya por la simple razón de que los que pertenecen a ella, en realidad, piensan como él. A lo largo de esta lucha, nuestro personaje principal va sufriendo importantes cambios en su manera de pensar y de interpretar la realidad que le rodea.

Entre mujeres y tragos, se compartían las propuestas que los nuevos movimientos revolucionarios les sugerían como remedio a los problemas que ellos veían en su propio país. Para un joven con la mentalidad de David, que se sentía como un iluminado, “…como un mártir, como el Che y Camilo…” (Pág. 13), no era suficiente. Él no podía conformarse con solo discutir; debía actuar, tomar las armas y fue así como de pronto se encontró luchando en la revolución nicaragüense.

Cuando nuestro personaje regresa, descubre que los ideales de la organización han sido traicionados por la mayor parte del grupo, “…y los gringos necesitaban acabar con cualquier agrupación política revolucionaría contaminándola de terrorismo y de violencia para desacreditarla…” (Pág. 219). A partir de este momento, David choca de frente con su nueva realidad y es inevitable que un profundo sentimiento de derrota se apodere de su alma.

La influencia de la música dentro de la obra es innegable. A lo largo de la trama, la música, fundamentalmente el rock y la nueva trova cubana, se convierte en una fuente constante de inspiración para nuestros jóvenes idealistas. Les afina el instinto de luchar por lo mejor y eso lo siente el autor  en su obra, al igual que los grandes revolucionarios del momento.

Otra particularidad en la historia que se cuenta en Los Ojos del Antifaz, consiste en la visión de la guerra que allí se nos entrega. La lucha armada fue siempre un asunto ajeno para los protagonistas, porque las situaciones bélicas no se desarrollaban en Costa Rica. Aunque internamente la lucha armada es asumida como propia, las impresiones que se tienen de la guerra vienen de la experiencia revolucionaria del resto de América Latina.

La novela tiene varios ejes temáticos de importancia. Uno de ellos, sin lugar a dudas, es la falta de identidad personal y social (Corrales, 2001). La historia nos va arrojando seres que no saben de dónde vienen, ni hacia dónde van, y que como hojas al viento se dejan llevar por presiones ajenas, hasta que se descubren entre cañonazos, explosiones de granadas y ráfagas de muerte provenientes de las RPG. La lucha interna del personaje en busca de su propia identidad, lo lleva en ocasiones a dudar de las intenciones de sus amigos e incluso de sí mismo.

Por otra parte, se nota en el argumento de la novela la preocupación que existe por la falta de capacidad de un pueblo para recordarse a sí mismo. Y esto no es otra cosa que falta de identidad social. David sufre por el hecho de darse cuenta que pertenece a un pueblo sin memoria histórica. Nadie se acuerda ya de sus sacrificios y parece que esto tampoco importa. Nuestro protagonista es consciente de que un pueblo que olvida está condenado a repetir perpetuamente sus errores. Sin conciencia histórica, sin memoria, sin recuerdos, el individuo y la sociedad  no tienen claro de dónde vienen, ni para dónde van.  Su propia historia se convierte en los manuscritos de Melquíades que se van borrando a medida que se van leyendo. (García Márquez).

Es entonces cuando este libro se convierte en un intento por no olvidar; en un esfuerzo por dejar un testimonio de la lucha que alguien alguna vez libró por lo que creía correcto, sin importar que por el mismo devenir histórico se haya quedado del lado de los derrotados. Debe recordarse que más allá de la posibilidad que nuestro protagonista tenía de cambiar su propia realidad, no puede libarse del proceso histórico en el que está inmerso y ese proceso histórico trascurrió inexorablemente hacia la derrota casi total de las ideologías de izquierda en América Latina; por ende, la derrota de todo en lo que nuestro David creía. Se nota aquí el tono reivindicativo del libro, que intenta convertirse en una contribución contra el olvido de nuestra propia historia.

Existen otros aspectos dignos de mención en Los Ojos del Antifaz. Es interesante destacar la perspectiva rural que tiñe toda la obra. David tampoco puede librarse del antifaz que le impone su propia familia y por el cual nos descubre a lo largo del libro paisajes e historias impresionantes, propios de la Región Huetar Norte de Costa Rica. A pesar de su posterior adaptación a la vida urbana moderna, David no puede evitar ver su mundo con los ojos de un habitante de la zona rural. Incluso el regreso posterior a su pueblo natal corresponde con el inicio del cambio que se ha operado en el personaje principal de la obra y en los demás participantes de la trama. David, por motivos de seguridad, regresa a su pueblo y durante el tiempo que pasa allí empieza a darse cuenta de que ya no es el muchacho que una vez salió de su casa con una maleta cargada de ilusiones; pero que tampoco es el hombre que una vez se encontró de frente con la muerte en un campo de batalla nicaragüense.

El Antifaz es un símbolo; pero a pesar de ello no es unívoco. Existen tantas interpretaciones como lectores tenga el libro. ¿Será una forma de esconderse tras una careta, proyectando una imagen de la que no se tiene propiedad? ¿Nos permitirá este objeto ceñido a nuestra cara realizar una lectura fiel de la realidad? Puede ser la primera respuesta o la segunda o ambas. Lo que si es cierto es que el Antifaz no se hace evidente en nuestro protagonista hasta que toma conciencia de los cambios operados en su persona “… ese era el antifaz que había hasta siempre. Ese tipo no era yo. Era otro. Los ojos, mis ojos, al fin podían mirar al antifaz. O el antifaz mirar a mis ojos…” (Pág. 205).

Debe rescatarse, además, la importancia que a lo largo del argumento tienen dos personajes llamativos: Polito y Lucía. El primero es la referencia de David en la lucha armada y clandestina en Costa Rica. Es el compañero incondicional de David y ¿por qué no?, los ojos del antifaz de David y viceversa. Por otra parte está Lucía. Mucho del libro tiene su aroma y su color. De alguna forma la novela también es una historia de amor. Esa historia se ve herida de muerte por las diferencias ideológicas y sociales que separan a David de Lucía. El primero es revolucionario por convicción; la segunda no tanto; es rebelde contra su familia y no contra el sistema social, que en términos generales la ha beneficiado. Ella es parte de la causa de las “buenas luces” y también de los “malos ratos” de nuestro protagonista.

Finalmente, puede decirse que este libro refleja el proceso de toma de conciencia de David con respecto a su propia derrota y la de los que pensaban como él. Se nota cómo el joven idealista, con la plena convicción de que puede cambiar el mundo sale dispuesto a chocar con la vida y salir bien parado en el intento. Este joven, ya hombre al final, experimenta de frente el desánimo y  la frustración de no ver cumplidos sus sueños y al final nos deja su testimonio, como prueba irrefutable de que lo hecho valió la pena, como bien vale la pena disfrutar este libro.

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