Miguel Ángel Asturias es uno de los más grandes autores en lengua castellana, orgullo de las letras latinoamericanas y pionero en una forma de escribir nuestra geografía y cultura valiéndose de una amalgama de erudición, raíz cultural y promiscuidad lingüística propia del habla latinoamericana.
Junto a autores como el cubano Alejo Carpentier o el venezolano Arturo Uslar Pietri, se nutrió del movimiento surrealista francés en finales de los años de 1920 cuando coincidieron en París. Más adelante cada uno de estos escritores trataría de aplicar esos nuevos usos del lenguaje experimentados en Europa para plasmar la abigarrada y fantástica realidad latinoamericana.
Pero hay una diferencia fundamental entre los tres, Carpentier y Uslar tienen la apabullante referencia caribeña, Asturias, el insondable ancestro maya, la brutalidad de la conquista que nunca cesa y el horizonte extraviado del mestizo y el ladino.
Hay tres obras más famosas e imprescindibles de Miguel Ángel Asturias publicadas cronológicamente en ese orden: Leyendas de Guatemala 1930, El señor presidente 1946 y Hombres de maíz 1949.
Pero, sin duda su producción es mucho más rica y extensa, obras como El Papa verde, El alhajadito, Los ojos de los enterrados, Torotumbo, Viento fuerte, o sus artículos periodísticos y sus diversos ensayos, dimensionan la estatura de un autor a quien la Academia sueca reconoció como el primer narrador latinoamericano con el Premio Nobel de Literatura en 1967, justo cuando Gabriel García Márquez publicaba Cien años de soledad y daba inicio el estallido del boom editorial latinoamericano.
Latinoamérica, donde lo natural es sobrenatural, lo humano es exagerado y las ilusiones y la nostalgia son una lágrima en cada uno de los ojos con que se mira la vida, requiere de una disposición onírica, cuando no caótica para poder leerse. Pasar del sueño a la realidad de un golpe de vista o caer de esta al sueño como por el influjo de un aire misterioso, son vivencias cotidianas que requerían una literatura particular para decirlas.
Las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, la escritura automática de los surrealistas o las jitanjáforas, esa invención de Alfonso Reyes que consiste en que el autor inventa palabras con el único propósito de aprovechar de ellas su sonoridad, son recursos presentes en la obra de Asturias, quien se apoya además en la tradición oral, esencial en los pueblos latinoamericanos.
Al respecto del uso de este recurso, explica el escritor también guatemalteco Augusto Monterroso, respecto del inicio de la novela El señor presidente: “Voces que no significan nada, que no quieren decir nada, o que lo dicen todo. ”Alumbra, lumbre de alumbre, ¡sobre la podredumbre! Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre… alumbre… alumbra… alumbra, lumbre de alumbre, alumbra… alumbre…” son las primeras palabras de El señor presidente. No se sabe quién las dice. No las dice ningún personaje. No las dice el autor. Sencillamente, están allí. Pero no es posible dudar de que son palabras infernales, de que quien las siga entrará de alguna manera en el infierno.”
Como dice Vargas Llosa, Asturias pasa de esos retruécanos del lenguaje a una narración de realismo casi verista.
HOMBRES DE MAÍZ
Al referirse a Hombres de maíz, el escritor, dramaturgo y crítico chileno Ariel Dorfman dice que es “un gran parto del futuro”. En efecto, la preocupación actual por el cambio climático, el medio ambiente y el abuso de los recursos ya estaban esbozados con claridad enfática en la obra de Asturias.
Dice Dorfman: “Se proclama la purgación de los males, el retorno al equilibrio, la venganza contra quienes han separado al hombre de la naturaleza, haciendo inevitable la explotación. Esta pérdida del origen, tema que recorre toda la obra de Asturias, trae consigo necesariamente la opresión, sea la de un dictador local, de un conquistador español o del imperialismo norteamericano. El maíz sembrado para comer es sagrado sustento del hombre que fue hecho de maíz. Sembrado por negocio es hambre del hombre que fue hecho de maíz.”
Y ciertamente a veces Asturias parece haberse adelantado no solo en cuanto a temas sino incluso formalmente, lo que para algunos hace que la lectura de una novela como Hombres de maíz sea compleja.
Al respecto explica Dorfman: “El lector debe simplemente absorber lo que pasó, debe interpretar eso, convertido a su vez y de golpe en mago. Lo que se sueña y lo que se vive son inextricables, y esto significa que todo esfuerzo de quien lee por ordenar ese mundo lo falseará y terminará en un fracaso”.
En el caso de Asturias, predominantemente no está expresada esa magia mediante imágenes o hechos asombrosos, sino en el lenguaje mismo. Fragmentado, sorpresivo, colorido, onírico, el lenguaje conforma un paisaje semejante al natural abigarrado, que conjuga historias, mitos, vivencias, pasiones, de ahí que una novela como Hombres de maíz sea crucial para la literatura centroamericana y alcance el nivel universal con que es reconocida.
Dice ese otro gran baluarte de las letras guatemaltecas y centroamericanas, Luis Cardoza y Aragón en su famoso y polémico ensayo Miguel Ángel Asturias, casi novela: “Late en el libro el trauma de la Conquista, de caciquismos remotos, de sometimientos y rebeliones que se ponen de manifiesto en la vida de los mitos y en la vida real de nuestros días. Es un compendio de la opresión mítica y de la opresión real, el gran tema de Asturias, presente en todos sus libros y en toda su vida”.
Asturias es uno de los referentes literarios más importantes de las letras del continente y sus recursos para narrar la realidad guatemalteca le permitieron crear una obra universal y asombrosa cuya vigencia persiste a través del tiempo.