En Costa Rica se habla más que español

La Escuela de Filología, Lingüística y Literatura de la UCR realizará la III Semana de la Diversidad Lingüística del 7 al 11 de setiembre.

¿Cuántas lenguas se hablan en Costa Rica? La mayoría de los habitantes desconoce el número exacto; algunos podrían creer que solamente uno, otros dos o tres al recordar alguna lengua indígena o, tal vez, incluir el pachuquismo en el listado.

En realidad, en Costa Rica se hablan siete lenguas: español, bribri, guatuso (o malecu), limón criollo, guaymí (o gnöbe), lesco y cabécar. Todas ellas vivas, aunque algunas en proceso de desplazamiento o extinción. Además, en los últimos años, lingüistas de la Universidad de Costa Rica han buscado revivir el térraba (o naso) y el boruca.

La III Semana de la Diversidad Lingüística en Costa Rica, por realizarse del 7 al 11 de setiembre, pretende dar a conocer la situación actual y futura de estas lenguas, pues todas (con excepción del español) sufren cierta discriminación en nuestro país, hasta el punto de no ser consideradas lenguas.

Desde las 9 a.m. hasta las 5 p.m., se podrán disfrutar talleres para aprender a presentarse en diversos idiomas, conferencias y conversatorios con lingüistas y miembros de las comunidades, tanto sobre lenguas indígenas y criollas como sobre el español actual.

En adición, el día de clausura, el viernes 11, a partir de las 5 p.m. se presentará un teatro de títeres sobre narraciones naso y música juvenil en malecu.

Todas las actividades se llevarán a cabo en la sala Joaquín Gutiérrez de la Facultad de Letras (cuarto piso) y son de acceso libre y gratuito. Puede conocer todo el programa en la dirección la página facebook.com/diversidadlinguisticacr.

La Semana de la Diversidad Lingüística dedica su tercera edición a Miguel Ángel Quesada Pacheco, lingüista gandor del Magón 2014 debido a su larga trayectoria como investigador, especialmente sobre lenguas indígenas.

La primera ocasión fue dedicada a Adolfo Constenla Umaña, pionero en estudios en comunidades y formalizador de varias gramáticas, como la guatusa.

La segunda edición fue dedicada al lexicógrafo Víctor Sánchez Corrales, también pionero en su campo, dedicado a la elaboración de diccionarios sobre temáticas varias.

 

Reflexión sobre diversidad lingüística

UNIVERSIDAD conversó con Carlos Sánchez Avendaño, doctor en naturaleza, origen y usos del lenguaje humano, quien organizó la Semana de la Diversidad Lingüística junto con la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura. A continuación, un extracto.

¿Por qué hacer una Semana de la Diversidad Lingüística? ¿Por qué es importante y necesario evidenciar la situación de cada lengua en Costa Rica?

–Es necesario contar con un espacio de divulgación y reflexión en el que se traten todas las lenguas del país en su conjunto, con el fin de entender en qué se parece y en qué se diferencia la situación de cada una con respecto a las demás. Asimismo, hay que recalcar que la Semana pretende ser un espacio en el que se expongan saberes especializados en un lenguaje no especializado, accesible para un público general.

Por último, se trata de un espacio en el que convergen la perspectiva de los lingüistas y la perspectiva de los hablantes y miembros de las distintas comunidades lingüísticas del país, dado que se quiere recoger las diversas ópticas con las que se entiende la diversidad lingüística y las diversas ópticas con las que se enfrenta el problema de su desplazamiento.

Esta es la tercera edición, ¿cómo ha evolucionado la actividad respecto de la primera?

–En esencia sigue manteniéndose el mismo espíritu de divulgación y reflexión con el que se inició, pero puede destacarse que en esta ocasión, por primera vez, se procuró un eje temático: la reflexión acerca del presente y el futuro de la diversidad lingüística del país.

En el Atlas de lenguas en peligro de la Unesco se indica que, según Censo del 2000 en Costa Rica, el boruca tiene 70 hablantes; el chorotega, 16; el guatuso, 300 y el naso, 57. En el 2015, ¿cómo andan esos datos y de dónde salen?

–Los datos censales deben tomarse con mucha cautela, sobre todo tratándose de algo tan difícil de medir objetivamente para una persona como su competencia lingüística cuando se le pregunta, de manera general y descontextualizada, si habla o no una lengua. Además, median muchos factores en el hecho de que una persona se declare o no hablante de un idioma, como por ejemplo lo actitudinal e identitario (el querer ser visto con un atributo que se considera importante para ostentar o demostrar la filiación étnica o, por el contrario, el querer ocultarla), la inseguridad acerca de la propia competencia para interactuar en la lengua con hablantes considerados plenos, la imposibilidad de medir la competencia al no usarse el idioma en situaciones comunicativas cotidianas o al no existir hablantes con los cuales poder interactuar, la acción de la escuela al promover la idea de que se está aprendiendo el idioma en las clases, etc.

El Atlas simplemente se basa en los datos del Censo del 2000 y, por lo tanto, arrastra los problemas de este. Sabemos que no existen hablantes de chorotega y que los hablantes de boruca o de naso en Costa Rica no tienen igual nivel de competencia en la lengua, pero en el Censo y en el Atlas tales cifran están infladas por interferencia de múltiples factores como los mencionados.

Aún las lenguas con más hablantes, como el bribri y el cabécar, se consideran en situación vulnerable. ¿Es, por tanto, una situación inevitable?

–El problema de catalogar la situación de las lenguas de manera global reside en que no existe una única situación de vitalidad global. Por ejemplo, el bribri en Alto Kachabri goza de alta vitalidad (todos lo hablan y es la lengua materna de incluso los niños), pero en Suretka se trata de un idioma altamente desplazado y en otras regiones como Amubre la situación es de declinación creciente. Lo mismo ocurre con el cabécar, aunque sea una de las lenguas indocostarricenses con mayor vitalidad.

El Atlas las considera vulnerables, pues se trata de idiomas minoritarios en un contexto desfavorable para su continuidad, pero podríamos decir que, dependiendo de la región, son lenguas muy vulnerables, muy desplazadas, o, por el contrario, con alta vitalidad. Es sumamente difícil revertir los procesos de desplazamiento lingüístico en las condiciones actuales, pero al fin y al cabo el futuro de las lenguas está en las manos de los hablantes y de las comunidades, y depende de sus acciones, de su organización e incluso de decisiones individuales.

¿A qué nos referimos con una lengua en desplazamiento?

–Una lengua en proceso de desplazamiento es una lengua que paulatinamente deja de usarse para distintos espacios de comunicación entre los miembros de una comunidad que solían usarla en esos espacios, debido a que otro idioma (en nuestro caso el español) poco a poco la desplaza. Como consecuencia, deja de ser la lengua de socialización y crianza de los niños, por los que estos crecen con una competencia reducida en esta, hasta que se llega a una generación que definitivamente no puede hablarla y que quizás tampoco pueda comprenderla. Conviene entender el desplazamiento como un continuum, que va de mayor a menor. Tradicionalmente se ha hablado de las lenguas que ya no cuentan con hablantes de ningún tipo (el extremo inferior del continuum) como lenguas muertas o extintas, pero aquí entra el factor actitudinal: es común que los miembros de las comunidades se resistan a concebir sus lenguas ancestrales como idiomas muertos, pues creen que pueden revivirse. Por ello, ahora se habla de lengua inactiva, latente o dormida.

¿Revitalizar esas lenguas es trabajo únicamente de los lingüistas?

–Para nada. Es más, no es trabajo de los lingüistas, sino de los miembros de las comunidades. Los lingüistas, las instancias gubernamentales, las organizaciones culturales, etc., son agentes que pueden colaborar con las comunidades, con los hablantes y sus descendientes en diversas iniciativas que favorezcan la revitalización. En el caso de los lingüistas, su papel como técnicos es fundamental: pueden recoger y sistematizar datos, pueden encontrar tendencias de uso y explicarlas, pero se requiere de la participación no solo de la lingüística descriptiva, sino también de las distintas ramas de la lingüística aplicada, como la didáctica de lenguas y la planificación lingüística.

¿Cómo ha sido su trabajo con las comunidades en cuanto a revitalización de su lengua? La población infantil y adolescente ¿se apunta igual que los adultos?

–Por lo general, no me gusta concebir mi trabajo como de revitalización así en general, pues el término crea expectativas irreales, difíciles de alcanzar o no contempladas en las labores que llevamos a cabo en este momento. Mis labores se han concentrado en la creación de materiales didácticos y en iniciativas de promoción y visibilización de estos idiomas. Mi fuerte es la creación de materiales didácticos (lo que incluye juegos y documentos de referencia), pues creo firmemente en la necesidad de conjuntar la lingüística descriptiva con la didáctica de la lengua. La esperanza es que esos materiales sirvan para la revitalización, claro está, pero debe entenderse que son solo materiales de apoyo para paliar un fenómeno muy complejo como es el desplazamiento.

En cuanto a las iniciativas de visibilización, intentamos ayudar a que esas lenguas ocupen espacios que sirvan para mostrarlas como un patrimonio con vitalidad y actualidad, como ocurre con la creación de música contemporánea en, por ejemplo, malecu. En lo concerniente a la participación de las distintas generaciones, esta es muy variable, pero sí se puede ver que en muchos casos son los jóvenes quienes se muestran más interesados en los procesos de revitalización. Los adultos son fundamentales para la documentación y como modelos lingüísticos. Y los niños quieren pasarla bien y no tienen siempre clara conciencia del desplazamiento, así que se apuntan si la propuesta de revitalización se basa en sus intereses y gustos. Por eso con los niños siempre intentamos llegar a jugar y nuestros materiales enfatizan el componente lúdico.

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